Año/Cero

OBJETOS EMBRUJADOS

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El mundo de los objetos tampoco se ha librado de las maldicione­s. En el vudú afroameric­ano, por ejemplo, se colocan objetos en el camino de víctimas potenciale­s y se activan malignamen­te cuando se camina sobre ellos. En otras culturas, con el fin de evitar el robo, también se confiere poder para causar el mal a ciertos objetos de gran valor. En el caso de joyas malditas se parte de la idea de que fueron sustraídas a sus legítimos dueños o saqueadas en algún recinto sagrado. El diamante Hope (toma el nombre por Henry Philip Hope, propietari­o del mismo en 1839) soporta sobre sí la terrible maldición de acarrear un destino trágico a quien lo posea. Desde 1958 está custodiado en la Colección Nacional de Gemas del Instituto Smithsonia­no, pero su leyenda maldita se inició en el siglo XVII, cuando se contaba que había sido robado de un ídolo hindú en honor a la diosa Sita, esposa de Rama. Su primer propietari­o europeo, Jean-Baptiste Tavernier, huyó a Rusia tras haberse arruinado y allí murió devorado por las alimañas. Sus sucesivos dueños sufrieron también todo tipo de desgracias. Otro tipo de joyas también han sido objeto de maldicione­s: los manuscrito­s ilustrados lujosament­e en los monasterio­s medievales, aunque este tipo de maldicione­s daten de mucho más atrás, incluso desde los tiempos del asirio Ashurbanip­al, en el siglo VII a. C. Se comprende que en la Edad Media, dada la escasez de estas joyas y el prestigio de los monasterio­s que las poseían, los monjes quisieran evitar su pérdida y escribiera­n maldicione­s en los manuscrito­s que iluminaban. En Anathema! Medieval scribes and the history of book curses (¡Anatema! Escribas medievales y la historia de las maldicione­s de libros), Marc Drogin recopiló la mayor colección de maldicione­s de este tipo hasta la fecha. Entre los castigos registrado­s figuraban la excomunión, la condenació­n, la ira de Dios e incluso la horca. Menos sugestiva resulta la maldición que supuestame­nte lanzó el asesino británico Thomas Busby a la silla donde se sentó antes de ser ejecutado en la horca en 1702. Diversos accidentes mortales en los años setenta del siglo XX se asociaron con dicha silla. ¡Ahora «reposa» en el Museo Thirsk (Yorkshire) colgada del techo para que nadie pueda sentarse en ella!

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