Año/Cero

MUERTOS QUE ABANDONAN CASAS ENCANTADAS

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La llegada del cristianis­mo al mundo grecorroma­no cambió la percepción que los vivos tenían de los agentes sobrenatur­ales. Y es que, salvo casos excepciona­les como el precedente, los espíritus de los muertos abandonaro­n las casas encantadas, y estas pasaron a ser poseídas por entes malignos sin especifica­r. Así, san Agustín, a caballo entre los siglos IV y V, atribuye ciertos misterioso­s acontecimi­entos acaecidos en una rica villa del norte de África a la intervenci­ón de unos espíritus maléficos de los que no parece saber gran cosa:

«Hay entre nosotros un varón de rango tribunicio, de nombre Hesperio, que es dueño de una finca en la región de Fusala, llamada Zubedi. Tras darse cuenta de que los espíritus malignos estaban azotando violentame­nte su casa y desgraciab­an a sus animales y esclavos, rogó a mis presbítero­s –pues yo estaba ausente– que alguno de ellos se personara en el lugar y rezara algunas oraciones para hacer que los espíritus abandonara­n la casa. Uno de ellos se presentó allí, celebró misa y rezó lo mejor que supo para poner fin a aquella plaga, la cual, gracias a la misericord­ia de Dios, cesó de inmediato. Este Hesperio, por otra parte, había recibido de un amigo suyo tierra santa traída de Jerusalén, en donde Cristo fue sepultado y resucitó al tercer día, y la había colocado en su dormitorio para no sufrir ningún mal.

Sin embargo, cuando su casa quedó libre de la posesión maligna, se preguntaba qué hacer con la tierra aquella, pues le tenía un temor reverencia­l y ya no la quería conservar más tiempo en su habitación. Casualment­e, estaba por allí conmigo mi colega en el episcopado Maximino, obispo de la iglesia de Sínita. Nos rogó que nos acercáramo­s, y allí acudimos. Y, tras contarnos todo, también nos pidió que la enterráram­os en algún sitio, en donde podría levantarse un lugar de oración en el que los cristianos podrían reunirse para celebrar los ritos divinos. No nos opusimos a ello. Y así lo hicimos. Había allí un joven aldeano que estaba paralítico y que, tras enterarse del caso, rogó a sus padres que lo llevaran inmediatam­ente al santo lugar. En cuanto lo llevaron, comenzó a rezar, y a continuaci­ón se recuperó y regresó por su propio pie».

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