PIRÁMIDES PERDIDAS
«Acabaría por construir la mayor tumba de la historia, pendiente de ser desenterrada y protegida por miles de soldados de terracota, bajo una pirámide que se pensaba que era una colina natural»
En el siglo V a. C. el gigante asiático se veía sumido en una constante guerra entre los diferentes señores de los estados independientes que conformaban China. La situación era tan convulsa que dicha etapa fue bautizada décadas atrás como el «Periodo de los Reinos Combatientes», que se prolongó durante al menos dos siglos y medio. Por aquellos días la sangre regaba los campos cada vez más empobrecidos, y el pueblo sufría cada vez más, con unos dirigentes que más o menos como ahora pasaban bastante de sus súbditos.Y el pueblo les pedía que se dejaran de enfrentamientos y los sacaran de una situación extraordinariamente insoportable. Así, cuando el 270 a. C llegaba a su fin nació el príncipe Zheng, al que muy joven, con apenas 14 años, le obligaron a asumir la responsabilidad de dirigir el estado de Qin, una vez su padre, el rey Zhuan Xiang, murió en «circunstancias extrañas», algo por otro lado muy habitual en aquellos tiempos. Ante lo que se presentaba como un desgobierno del estado más grande de la región, los regentes de las tierras colindantes avanzaron con rapidez, acabando con la vida de quienes se enfrentaban a sus lanzas. El príncipe Zheng, en un intento por protegerse de las sanguinarias incursiones, levantó una gran muralla en todo el territorio, en lo que sería el germen de la Gran Muralla China. Durante los primeros años de su reinado no tuvo voto y muy poca voz. Pero el muchacho pronto demostró dotes de mando y coraje con la palabra, y ni corto ni perezoso, siendo aún un crío, decidió coger las riendas de su reino. De este modo, pocos años después, en el 235 a. C., el reino Qin poseía una maquinaria bélica de tal calibre que ni los otros seis estados que componían la China naciente, que se unieron para combatir a Zheng, lograron vencerle. Su carisma en la batalla e inteligencia para la estrategia era tal, que el historiador Sima Qian llegó a reflejar que conquistaba los estados con la rapidez «de un gusano de seda que devora una hoja de morera». Aquel intento por unir fuerzas no sirvió para nada. Cuando el príncipe de Qin enfilaba los 39 años cayó el último de los reinos vecinos, y de este modo nacía la China actual, bajo la tutela del que a partir de entonces, en el 221 a. C., sería fundador de la casa Qin con el título de Shi Huangdi, el «primer y más grande emperador de Qin». Sin duda lo conocen porque acabaría por construir la mayor tumba de la historia, pendiente aún de ser desenterrada –no de ser descubierta, porque ya lo está–, protegida por decenas de miles de soldados de terracota y bajo una pirámide que hasta los años setenta del siglo pasado se pensaba que era una colina natural. Sí, una pirámide. Pero es una de tantas que hay en este gigantesco país y que nos remontan a un pasado misterioso y desconocido en el que el hombre que lo habitaba se dio a la construcción, como en otras partes del mundo, de este tipo de estructuras. ¿Por qué? Las respuestas, en páginas interiores…