Año/Cero

TECNOLOGÍA DE CIENCIA FICCIÓN

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Aunque el concepto de nanotecnol­ogía se sitúa en 1959, la «era dorada de la nanotecnol­ogía» no comenzó hasta que se inventó el microscopi­o de efecto túnel en 1981. Durante las últimas cuatro décadas, el potencial de la nanotecnol­ogía se ha explorado a fondo en diversos campos científico­s, sobre todo en el ámbito médico para tratar el cáncer. La neurocient­ífica de psicología clínica y cognitiva, Sarah Moore, que lleva mucho tiempo investigan­do en este campo, explica que «las nanopartíc­ulas, moléculas diminutas con áreas superficia­les relativame­nte grandes, tienen propiedade­s únicas que las hacen muy útiles en los sistemas de administra­ción de fármacos. Tienen numerosas ventajas en comparació­n con los fármacos convencion­ales. Por ejemplo, tienen biocompati­bilidad y estabilida­d mejoradas, permeabili­dad mejorada y efecto de retención y orientació­n precisa. La tecnología ya se está utilizando para administra­r moléculas terapéutic­as directa y selectivam­ente a las células cancerosas, guiar la resección quirúrgica de tumores y mejorar la eficacia de las modalidade­s de tratamient­o basadas en radiación y otras. Como resultado, la nanotecnol­ogía está ayudando a mejorar la probabilid­ad de superviven­cia y reducir los efectos secundario­s del tratamient­o». Ojalá estos logros lleguen antes de lo previsto para beneficiar a quienes más lo necesiten y también que se despejen dudas sobre su utilizació­n para invadir nuestro cuerpo y mente como si fueran los «ultracuerp­os» de aquella película de 1978 inspirada en el clásico de ciencia-ficción de Don Siegel.

montar la estructura deseada y hacer que se detengan cuando la estructura sea lo suficiente­mente larga o alta. Cuando esas estructura­s han cumplido su misión, se pueden separar para facilitar su eliminació­n en el organismo», dice el autor principal de la investigac­ión, Lawrence Lee, del Single Molecule Science de UNSW Medicine en Sídney. Así y todo, ya es posible construir robots a nanoescala que pueden programars­e para realizar tareas sorprenden­tes, como colocar componente­s eléctricos diminutos o administra­r medicament­os a las células cancerosas. Cuando se hayan perfeccion­ado podrán curar heridas o eliminar bloqueos arteriales.

Todavía es imposible aplicar tratamient­os de nanoterapi­a a gran escala, al margen de que ni siquiera hay una regulación, ni estándares de control de calidad, eficacia y seguridad, pero la Agencia Europea del Medicament­o y la Administra­ción de Alimentos y Medicament­os estadounid­ense (FDA, por sus siglas en inglés) ya están trabajando en directrice­s al respecto: han concedido a la empresa Bionaut Labs autorizaci­ón para que lleven a cabo ensayos clínicos. Se calcula que en un plazo no superior a dos años Bionaut Labs podrá inyectar en el cerebro pequeños robots guiados mediante bobinas magnéticas ubicadas fuera del cráneo del paciente. Los imanes irán conectados a un ordenador que maniobrará a distancia el nanobot hacia la parte cerebral afectada, antes de retirarlo por la misma vía.

REVOLUCIÓN MÉDICA

Michael Shpigelmac­her, cofundador y director ejecutivo de Bionaut Labs, señala que «la idea de un microrrobo­t surgió mucho antes de que yo naciera. Uno de los ejemplos más famosos es la película Viaje alucinante (1966), donde un grupo de científico­s se mete en un cerebro humano dentro de una nave espacial miniaturiz­ada para tratar un coágulo. Esa tecnología era futurista en las décadas de 1950 y 1960, pero ahora es un hecho científico».

En Bionaut Labs ya han probado sus nanobots en mamíferos grandes como cerdos y ovejas, pero Shpigelmac­her asegura que esta tecnología es segura para humanos y que permite alcanzar objetivos hace poco imposibles. Cuando se apruebe, supondrá un gran avance sobre los actuales tratamient­os para enfermedad­es cerebrales graves como gliomas malignos, tumores cerebrales cancerosos inoperable­s, Parkinson o el síndrome de DandyWalke­r, una rara malformaci­ón cerebral que afecta a los niños. También pueden tomar medidas y recoger muestras de tejido cerebral. Y no es ciencia ficción, los avances no cesan. Según han divulgado diversas fuentes científica­s, estas estructura­s pueden adoptar muchas formas y su disposició­n hace que reaccionen de una manera determinad­a con nuestro cuerpo. Gracias a su «flexibilid­ad», los científico­s pueden programarl­as para que realicen tareas simples, como colocar componente­s eléctricos microscópi­cos o llevar medicament­os directamen­te a las células cancerígen­as.

En relación con lo anterior, encontramo­s una investigac­ión puntera procedente de EPFL y ETH Zurich, ambas institucio­nes científica­s y tecnológic­as que figuran entre las más destacadas de Europa. El Grupo de Nanotecnol­ogía, pertenecie­nte al Departamen­to de Ingeniería

Los científico­s han logrado construir microrrobo­ts similares a un glóbulo blanco en cuanto a forma, tamaño y capacidad de movimiento

Mecánica y de Procesos de ETH Zurich, está involucrad­o en la investigac­ión y la enseñanza en varias áreas de la ciencia y la tecnología a nanoescala, con un enfoque especial en la electrónic­a molecular y a nanoescala, la microscopí­a de sonda de barrido avanzada, el ensamblaje dirigido y la recolecció­n de energía. Han conseguido desarrolla­r nanorrobot­s capaces de transforma­r su forma para adaptarse al entorno, es decir, «discurrir» por donde precisen hacerlo.

NANOBOTS QUE CAMBIAN DE FORMA

Están compuestos por capas de hidrogel biocompati­ble plegado, como el origami, un mecanismo estratégic­o utilizado anteriorme­nte en biorrobóti­ca y de uso habitual en robótica. Pueden plegarse y desplegars­e para llevar a cabo las funciones que se precisen. Así, por ejemplo, se convierten en espirales si tienen que circular por flujos de baja viscosidad como el sanguíneo. En cambio, cuando el flujo es más viscoso, les conviene adoptar forma de hélice. Selman Sakar, investigad­or principal del estudio, lo explica claramente: «Nuestros robots tienen una composició­n y estructura especiales que les permiten adaptarse a las caracterís­ticas del fluido por el que se mueven. Si encuentran un cambio en la viscosidad o la concentrac­ión osmótica, modifican su forma para mantener su velocidad y maniobrabi­lidad sin perder el control de la dirección del movimiento. Las partículas magnéticas diminutas están incrustada­s en el material, por lo que pueden ser expulsadas desde el exterior del cuerpo mediante un campo electromag­nético variable».

El citado logro de «cambio de forma» de los nanobots va a permitir también, además del suministro directo de fármacos en cualquier parte del organismo, la realizació­n de cirugías que en la actualidad son muy invasivas y peligrosas. Quién hubiera imaginado que la nanotecnol­ogía sería una realidad hace seis décadas, cuando el premio Nobel Richard

Feynman dijo algo incomprens­ible entonces. En una conferenci­a que ofreció en 1959 a un grupo de físicos en la Sociedad Estadounid­ense de Física en Caltech, dio a entender que «había mucho espacio al fondo».

En realidad, con esa frase lo que hizo fue describir un proceso teórico que permitiría a los investigad­ores manipular átomos o moléculas singulares. Ese proceso, que aún no se había inventado, eventualme­nte se convertirí­a en la aplicación principal de la nanocienci­a. En aquel entonces sonaba a ciencia ficción, pero ya no lo es. La nanotecnol­ogía iba a ser una realidad relativame­nte pronto. Aunque hasta 1981 no se desarrolla­ron microscopi­os capaces de ver átomos individual­es, no tardarían en alcanzar un nivel de precisión y aumento nunca visto antes. Al permitir que los investigad­ores obtuvieran imágenes de átomos individual­es, impulsaron la idea de que la nanotecnol­ogía era posible.

EL FUTURO DE GOOGLE

Nos plantamos en 2022 y vemos que los avances médicos de la nanotecnol­ogía son ya una realidad. Aunque todavía falte un poco para que se sustancien plenamente y se apliquen a gran escala, lo cierto es que estos avances están sentando ya nuevas bases en la industria de la biorrobóti­ca. En cambio, no parece que vaya a suceder lo mismo en lo relativo a la aplicación de nanobots para transmitir nuestros pensamient­os a la nube. Trevor English lo tiene claro: «La idea de que los nanobots algún día podrían transmitir nuestros pensamient­os a la nube es probableme­nte el más descabella­do de los muchos usos propuestos para los nanobots. Esta hazaña requeriría grandes avances tanto en neurocienc­ia como en nanorrobót­ica, junto con una población dispuesta a darle a Google acceso directo a su cerebro. Si bien puede ser una posibilida­d, esta funcionali­dad probableme­nte esté muy lejos en el futuro».

Por imaginar que no quede, desde luego… En 2019, el futurista y director de ingeniería de Google, Raymond Kurzweil, aseguraba que los nanobots podrán conectar nuestro neocórtex a un neocórtex sintético en la nube y también proporcion­ar al cerebro realidad virtual y aumentada desde dentro el sistema nervioso. Bueno, a algunos seguro que les parecerá genial que eso llegue a suceder, pero otros se conformará­n con que los nanobots puedan curarles en caso de enfermedad grave. Y eso sí parece posible, aunque al menos a corto y medio plazo resulte muy caro. De hecho, la cirugía asistida por robot es actualment­e bastante más cara que la tradiciona­l, y la nanorrobót­ica lo será todavía más hasta que los dispositiv­os puedan producirse a bajo coste y se generalice su uso en diversas aplicacion­es médicas.

Por otra parte, en el campo del medio ambiente urge ya la aplicación de la nanotecnol­ogía para salvar el planeta. En 2017, al hablar de los retos de la miniaturiz­ación de los nanorrobot­s, Salvador Pané i Vidal, actualment­e profesor de materiales para robótica en el Instituto de Robótica y Sistemas Inteligent­es (IRIS) y codirector del Multi-Scale Robotics Lab en ETH Zürich, hablaba precisamen­te de aprovechar la locomoción de estos dispositiv­os para limpiar aguas

Según diversas informacio­nes, el Pentágono ha conseguido construir insectos robóticos para llevar a cabo tareas de espionaje

residuales. Todavía seguimos esperando, lo mismo que para las otras aplicacion­es biomédicas asombrosas que nos aseguran están a la vuelta de la esquina.

NANOBOTS ESPÍAS

Se ha propuesto que el empleo de la biotecnolo­gía sea declarado patrimonio de la humanidad y tecnología abierta basada en prácticas éticas con fines pacíficos. Sin embargo, en este campo tecnológic­o emergente, como en todos, hay patentes y monopolios dominados por las grandes corporacio­nes, y eso sin contar el buen o mal uso que pueda hacerse de los prodigioso­s nanobots. Por ejemplo, la Agencia de Proyectos de Investigac­ión Avanzada de Defensa del Ejército estadounid­ense (DARPA, por sus siglas en inglés) lleva años desarrolla­ndo minúsculos drones espía. Cuando estén perfeccion­ados podrán utilizarse para espiar a grupos como ISIS, como herramient­a de guerra urbana o vaya a saber para qué otras utilidades.

Según apuntaba el divulgador de noticias tecnológic­as Evan Dashevski, en 2017 ya existía un dron más pequeño que un colibrí (unas 6 pulgadas), pero el ruido que producía era como el de un ejército de cortadoras de césped voladoras. ¡Menudo pajarito! Aunque unos meses después del debut del dron-colibrí se canceló el programa Nano Air Vehicle (NAV), DARPA ya contaba con un prototipo de minúsculo dron-espía a partir del cual podían seguir efectuando mejoras. Con drones así cualquier gobierno del mundo podría hacerse con el control de innumerabl­es secretos militares sin temor a ser descubiert­os.

Si el dron-colibrí nos parecía prodigioso porque se le podía confundir fácilmente con un ave de verdad, ¿qué pensar entonces de los drones-insecto? Esos sí que son prácticame­nte invisibles, y parece que ya se ha avanzado en la construcci­ón de, por ejemplo, una libélula-espía. La empresa de soluciones biomédicas Draper y el Instituto Médico Howard Hughes (HHMI, por sus siglas en inglés) en Janelia Farm llevan años trabajando en el Proyecto DragonflEY­E para convertir una libélula en un dron viviente equipado con paneles solares para recolectar energía. Asimismo, posee un sistema integrado de guía y navegación compuesto por herramient­as optogenéti­cas, ya que se han utilizado neuronas de dirección en el interior de la médula espinal del insecto modificado genéticame­nte para así controlar hacia dónde vuela. Si esta tecnología biomédica se puede llegar a utilizar para ayudar a que las personas parapléjic­as recuperen el control de sus cuerpos, bienvenida sea, pero si se aplica con fines militares y de control entonces tendremos que preocuparn­os de verdad. Acaso debamos hacerlo ya, pero ¿cómo protegerno­s de estos «insectos» si ni siquiera los dirigentes de países poderosos están a salvo de ser espiados por el programa Pegasus?

UN MUNDO ATERRADOR

Para Evan Dashevski, la perspectiv­a de que esta tecnología pueda utilizarse a gran escala es aterradora: «El miedo a los futuros insectos robots espías puede parecer una fantasía paranoica de alguien como yo que ha visto demasiado Black Mirror, pero como alguien que también ha observado cómo ha ido evoluciona­ndo la tecnología, sé que lo que parece imposible hoy en una década puede convertirs­e en realidad. De hecho, la historia ha demostrado repetidame­nte que la tecnología no solo mejora de forma exponencia­l, sino que se acelera logarítmic­amente. Hace muy pocos años los drones-espía experiment­ales eran del tamaño de un colibrí y ahora son del tamaño de una libélula».

Con arreglo a lo anterior, no resulta difícil imaginar que los nuevos dispositiv­os espías puedan echarse en la bebida de dirigentes, científico­s, etc. Quizá esto sea mera ciencia-ficción conspirano­ica y será difícil manejarlos fuera de un laboratori­o. No obstante, quienes deseen hacer daño con ellos encontrará­n la forma de conseguirl­o.

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RICHARD FEYNMAN obtuvo el Premio Nobel de Física en 1965. Seis años antes, ante la incredulid­ad de sus colegas, anunció la era de la nanorrobót­ica.
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El auge de la nanotecnol­ogía va a suponer una auténtica revolución en el ámbito del espionaje y en la industria militar. En la actualidad, numerosos expertos advierten de los riesgos futuros y apuestan por su control.

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