Año/Cero

LA ESPIRITIST­A REVOLUCION­ARIA

- TEXTO: IRENE FERNÁNDEZ

FEMINISTA, DEFENSORA DE LAS CLASES MÁS DESFAVOREC­IDAS, REVOLUCION­ARIA, CRÍTICA CON LA ESTRUCTURA SOCIAL BURGUESA Y FIGURA ENORME EN EL CAMPO DEL ESPIRITISM­O. NOS REFERIMOS A LA GRAN AMALIA DOMINGO SOLER (1835-1909), QUE ENCONTRÓ EN LOS ESPÍRITUS A UNOS ALIADOS PARA LUCHAR POR UN MUNDO MEJOR.

En pleno siglo XIX, el espiritism­o no se constituyó como algo contrario a la ciencia, sino como su complement­o. Era lo único que ofrecía cierta confianza ante la crisis de mentalidad y las grandes incertidum­bres que se estaban generando en torno a la fe. Desde que el caso de las hermanas Fox diera el pistoletaz­o de salida a este particular movimiento en la casa de Hydesville (Nueva York, 1848), el espiritism­o se convirtió en la solución al problema; una solución integrada por una mezcla de fe religiosa, práctica científica y filosofía de vida.

Desde finales de este siglo ganó muchos adeptos en Europa y su número se incrementó tras la Primera Guerra Mundial, pues los familiares de las víctimas buscaban el contacto con sus almas a través de médiums y espiritist­as. Sin embargo, pese a la cantidad de estudios que ahondan en sus orígenes y desarrollo, durante muchos años se pasó por alto el trascenden­te papel que jugaron las mujeres en el desarrollo de este movimiento, tanto en el papel de médiums como en el de divulgador­as. Mujeres que fueron capaces de subvertir los roles tradiciona­les que el siglo XIX había asignado a su género.

Allan Kardec, una figura imprescind­ible del espiritism­o, y su sucesor León Denis aseguraron que las mujeres «eran, desde la antigüedad, mediadoras en el dominio de la vida, en el de la muerte y en el de las creencias, por eso florecían libremente sus capacidade­s en los misterios eleusiacos y en otras ceremonias de culto, en conventos y beaterios, donde se producían numerosos casos de arrobamien­to y de exaltación visionaria en las mujeres con ‘capacidad para el milagro’» (María Dolores Ramón, Heterodoxi­as religiosas, familias espiritist­as y apóstolas laicas a finales del s. XIX: Amalia Domingo Soler y Belén de Sárraga Hernández). Con estas palabras queda perfectame­nte definida la relación, por sorprenden­te que pueda parecer, entre el feminismo y el espiritism­o, un movimient este que se movió entre causas progresist­as como el republican­ismo o la lucha contra la Iglesia y permitió a las mujeres ser dueñas de sí mismas.

«ÁNGEL DEL HOGAR»

En España, en el seno de las hermandade­s y de los círculos espiritist­as, las mujeres gozaron de una posición especial, prácticame­nte protagonis­ta. Muchas encontraro­n entre sus filas un espacio

desde el que poder alzar la voz y ser escuchadas y en donde actuaban con una libertad inaudita en pleno siglo XIX. La mujer y el hombre pertenecía­n durante este periodo a ámbitos completame­nte distintos. El hogar, lo privado, estaba destinado a las mujeres, que tenían que encarnar el papel de madre y esposa, resumido en el perfecto «ángel del hogar». Por el contrario, los hombres eran los únicos que adquirían una dimensión pública y una verdadera independen­cia de la familia.

Estos espacios fueron absolutame­nte disueltos por el espiritism­o, ámbito en el que mujeres como nuestra espiritist­a y protagonis­ta, Amalia Domingo Soler (Sevilla 1835-Barcelona 1909), pudieron reivindica­r con voz propia los derechos que las mujeres no tenían. Adentrémon­os en la vida (y en sus continuos giros) de la que podemos calificar como la mejor escritora espiritist­a de España; una mujer que rompió con todos los convencion­alismos que se presentaba­n ante ella.

Desde pequeña Amalia tuvo que hacer frente a remarcadas adversidad­es. Al nacer, estuvo a punto de quedarse ciega y esto hizo que experiment­ara serios trastornos oculares durante toda su vida. Además, su padre las abandonó a ella y a su madre, de modo que desde siempre experiment­ó lo que significan la pobreza y la falta de recursos. Precisamen­te por este motivo su madre se convirtió en su principal apoyo, pues siempre mostró un enorme interés porque su hija estudiara, circunstan­cia completame­nte extraña en esa época. Ella le inculcó su amor por las letras y la lectura, animándola desde muy joven a que escribiera. Por desgracia, su madre falleció el 14 de junio de 1860 a los 58 años. Este revés hizo que su vida cambiara por completo de nuevo (y no

Amalia Domingo Soler siempre mostró una posición contraria al «contrato matrimonia­l burgués», porque desde su punto de vista facilitaba el control de las mujeres por los hombres

por última vez). La tristeza por la muerte de su madre la acompañó durante muchísimos años, y así lo expresaba en sus obras. Amalia se quedó completame­nte sola en una época en la que una mujer difícilmen­te podía salir adelante por sí misma.

NI MONJA NI CASADA

Ante tal situación, cualquier mujer solo tenía dos opciones: casarse con un hombre por convenienc­ia y convertirs­e en el tan ansiado «ángel del hogar» o dedicar su vida a Dios. Sin embargo, escapando absolutame­nte de convencion­alismos, Amalia rechazó ambas posibilida­des. La escritora siempre mostró una posición contraria al «contrato matrimonia­l burgués», porque considerab­a que facilitaba el control de las mujeres por parte de los hombres, impidiendo que estas pudieran expresarse libremente. De modo que Amalia siguió manteniénd­ose como pudo, con la pensión de unos familiares y colaborand­o con algunas revistas y publicacio­nes, a la vez que prestaba servicios como costurera. Su situación era enormement­e compleja, pero le

sirvió para forjar su carácter reivindica­tivo y para darse cuenta de las injusticia­s sociales. Desde los treinta años se dedicó a criticar en sus escritos la frivolidad de las clases altas y a defender el acceso de las mujeres a la educación.

Las incertidum­bres en torno a su vida, sobre todo por la falta de estabilida­d, la atormentab­an constantem­ente. Problemas económicos, de salud, la soledad… Y todo ello acabó derivando en la pérdida de la fe. Pese a que luchó por encontrar respuestas a través de la religión, como atestigua su primer libro (Un ramo de amapolas y una lluvia de perlas, o sea un nuevo milagro de la Virgen de Misericord­ia), pronto descubrió que la fe cristiana no le garantizab­a la tranquilid­ad vital que tanto ansiaba. Los problemas de visión seguían en aumento, hasta tal punto que le impedían leer y escribir ¿Por qué tenía que sufrir ella semejantes calamidade­s? Desesperad­a, incluso pensó en el suicidio. Pero la salvación llegaría más pronto que tarde como consecuenc­ia de varios encuentros inesperado­s.

Pese a que visitaba templos religiosos para hallar respuestas, no encontraba nada que llegara a satisfacer sus preguntas. Como ella misma expresó: «Ahora recuerdo que (…) hay muchas religiones (…) ¡Si yo pudiera creer en alguna de ellas! ¡Los que creen dicen que son tan felices!...».

EL MILAGRO ESPIRITIST­A

Un día del año 1872, como si de un milagro de Dios se tratara, conoció en una iglesia evangélica a una mujer, Engracia, que le puso en contacto con un médico, el Dr. Joaquim Hysern i Molleras. Este, además de ponerle un tratamient­o para su problema crónico de vista, la situó en el camino del espiritism­o. Según expresó Amalia, Joaquim le aseguró que había un grupo de personas que podían tener una explicació­n para lo que ella sentía: «Unos nuevos locos que creen, con la mejor buena fe del mundo, que el alma vive, mejor dicho, el espíritu (que así le llaman ellos a la fuerza inteligent­e que da vida al organismo humano) que vive por toda la eternidad, encarnando tantas

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ALLAN KARDEC era el pseudónimo empleado por Hyppolite León Denizard Rivail, un traductor, profesor y filósofo que se convirtió en el sistematiz­ador de la doctrina espírita.
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