LAS PELIGROSAS CREENCIAS CÁTAROS DE LOS
DEL DUALISMO A LA REENCARNACIÓN
LAS CREENCIAS DE LOS «HOMBRES BUENOS», COMO SE LLAMABAN A SÍ MISMOS LOS CÁTAROS, SUPONÍAN UN DESAFÍO AL CREDO DOGMÁTICO E INSTITUCIONALIZADO DE LA IGLESIA CATÓLICA, RAZÓN ÚLTIMA DE SU PERSECUCIÓN. EN ESTE ARTÍCULO, EXTRACTO DEL ENSAYO ESO NO ESTABA EN MI LIBRO DE HISTORIA DE LOS CÁTAROS (ALMUZARA, 2022), SE REPASAN ALGUNAS DE SUS CREENCIAS FUNDAMENTALES.
Solo tenían un libro sagrado, el Nuevo Testamento, pero siempre visto desde una particular exégesis racionalista, aunque a veces optaban por la literalidad de los textos, y a veces por interpretarlos desde una perspectiva metafórica. Los cátaros del sur de Francia usaban el Nuevo Testamento traducido al occitano. Esto tiene su miga, ya que por aquella época todos estaban en latín, un idioma que la gente humilde de las zonas rurales ya no dominaba. Pero no solo esto: la propia Iglesia no permitía que los fieles leyesen la Biblia para que no surgiesen tentaciones malignas de interpretarla a su manera y, sobre todo, para que no descubriesen sus numerosas contradicciones. Matizo, no es que prohibiese su lectura, como afirman los protestantes, sino que se corría el riesgo de que no fuese entendida por todos, por lo que solo las personas preparadas podían leerla. Ya lo dijo san Agustín de Hipona: «Porque no han nacido las herejías sino porque las Escrituras buenas son entendidas mal». Esta es la clave: para no entenderla mal, se recomendaba que solo la leyesen los monjes y sacerdotes.
Que los perfectos cátaros empleasen tiempo y recursos en traducir el Nuevo Testamento guarda relación con la entregada labor pastoral que ejercían, en la que eran continuas las referencias a los textos evangélicos. Y para ello usaban una lengua que todos comprendían, el occitano.
Es importante tener presente que era su único libro sagrado, más que nada porque algunos investigadores vagos han planteado que solo usaban el Evangelio de Juan, casi siempre con la insana intención de relacionarlos con María Magdalena, el Santo Grial y otras cositas que habrán leído en El código Da Vinci, o porque se han pasado a la hora de identificar catarismo y gnosticismo –de hecho, era el único Evangelio que respetaban los gnósticos–. Aunque es cierto que esta extendida creencia tiene una base real: en efecto, los cátaros sentían una especial predilección hacia este texto, así como por la Primera Epístola de Juan, pero esto se debe a
que este Evangelio es el más espiritual de los cuatro canónicos, el más gnóstico, el más elevado y el que muestra a un Jesús menos humano y más divino.
De hecho, en el rito del consolament usaban indistintamente ejemplares del Nuevo Testamento o del Evangelio de Juan. Además, durante esta ceremonia se leía su controvertido y famoso prólogo (Juan 1-14). En especial, apreciaban el comienzo: «Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. Ella estaba al principio junto a Dios. Todo surgió por ella, y sin ella nada surgió de lo que ha surgido. En ella había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y la tiniebla no se apoderó de ella».
Estos cinco versículos son muy interesantes y han sido objeto de alguna que otra controversia. Por un lado, el autor de este Evangelio supera la tradición sinóptica, según la cual Jesús era hijo de Dios, al proponer que el hijo era consubstancial con el padre, es decir, eran lo mismo. Por otro, llama la atención que se emplee el término «Palabra» (logos, en griego) de una forma personificada, como sucede también con «sabiduría/sofía». Respecto al tema que nos ocupa, lo interesante está en la palabra del versículo cuarto: «nada». En el Nuevo Testamento cátaro que se conserva, esta frase aparece traducida de otro modo: «Y sin él se hizo la nada». Es decir, los cátaros interpretaban que el mundo físico era esa «nada» en la que nada tuvo que ver Dios… Lo interesante es que esto es un buen ejemplo de la labor exegética que hicieron los cátaros para justificar y legitimar sus creencias con las Escrituras. Pero, ojo, esto no quiere decir que reescribiesen el Nuevo Testa
mento. Ni mucho menos. Se trata simplemente de diferentes traducciones de conceptos ambiguos y complicados que dan lugar a interpretaciones distintas.
Por último, se sabe que los cátaros usaban otros libros, hoy desaparecidos, en los que se narraban sus particulares creencias sobre Dios y el Diablo, y la caída de las almas, o un libro conocido como La cena secreta –aunque recibe otros nombres, como Preguntas de Juan o La ascensión de Isaías–, en el que, mediante un diálogo entre el Evangelista y Cristo, celebrado en el cielo, se revela su particular cosmogonía dualista. Existen dos versiones de La cena secreta, una extraída de los archivos de la Inquisición de Carcasona y otra que se encuentra en la Biblioteca Nacional de Viena. El gran Javier Sierra publicó en 2004 una fantástica novela con el mismo título en la que especula con la posibilidad de que Leonardo da Vinci pudiese estar influido por las creencias cátaras, lo que explicaría las anomalías que aparecen en algunas de sus obras, como La virgen de las rocas o La última cena.
EL DIABLO, AL MANDO
Quizás no hayan caído en algo importante. Repito: el único libro sagrado era el Nuevo Testamento. ¿Qué pasa entonces con el Antiguo Testamento? Que no, no lo era. Para los cátaros, el dios de la creación, el dios de Noé, de Abraham, de Moisés y de David, era el Maligno, el Diablo, el creador de este mundo material. Bueno, quizás he exagerado un poco. Sí usaron algunos libros, como los Salmos o el Eclesiastés, y
Para los cátaros, el dios de la creación, el dios de Moisés y de David, era el Maligno, el Diablo, el creador de este mundo material
el Éxodo lo interpretaron como una metáfora de su creencia en el exilio de las almas en este mundo y el posterior viaje hacia el mundo de los cielos. En realidad, lo que repudiaban era todo lo que tenía que ver con la creación, como el Génesis y la mayor parte de los textos de los profetas. Esta idea la compartían con los gnósticos valentinianos, discípulos de Valentín, un heresiarca de Alejandría que vivió en el siglo II y que identificaba al dios de los judíos con el Demiurgo de Platón, el creador de este imperfecto y corrupto mundo material. Esto suponía desligar por completo la trama evangélica de la historia judía, alejándose del que se supone que es el Jesús de la historia, que para estos gnósticos tampoco había sido de carne y hueso…
Sea como fuere, los cátaros eran dualistas, aunque no todos veían el dualismo del mismo modo. Por un lado, estaban los que creían que, si bien este mundo material corrupto había sido obra del Maligno, este no tenía el mismo poder que Dios y, de alguna manera, dependía de él. Dios era eterno y supremo, creador de todo lo que existe, mientras que el Diablo era una criatura poderosa pero inferior, que eligió libremente el camino del mal. Esto es lo que se conoce como dualismo moderado o mitigado, que practicaron algunas comunidades italianas (como los albaneses) y orientales (como los bogomilos), y que, en realidad, no era muy diferente del monismo católico.
Otros, en cambio, consideraban que se trataba de dos dioses distintos con el mismo poder y enfrentados entre sí. Se trataría, pues, del dualismo extremo, practicado por los herejes occitanos
y los de otras regiones de Italia, como los de Desanzano. Algunos investigadores han creído encontrar una secuencia evolutiva aquí: el dualismo mitigado, piensan, por sus evidentes contradicciones –si Dios es bueno, ¿de dónde surgió el mal que eligió el Diablo?, por citar solo una– dio paso, tras un proceso de reflexión y racionalización, al dualismo extremo.
LOS DOS PRINCIPIOS
Conocemos en profundidad esta propuesta más radical gracias al Libro de los dos principios, de Juan de Lugio, que hacia 1230 lideró una pequeña revolución dentro del catarismo italiano. Este señor, entre otras cosas, plasmó por escrito una de las consecuencias más importantes de esta postura: el sinsentido del libre albedrío, la clave de la explicación católica para el problema del mal, que existiría, precisamente, para que nosotros, pecadores, podamos elegir el bien y ganarnos la gracia divina. Pero Juan de Lugio, como los cátaros occitanos, renegaba de esto: las criaturas de Dios, nosotros y los ángeles, somos buenas por naturaleza, ya que Dios no puede crear nada malo. Por lo tanto, tampoco podemos elegir libremente el mal, que existía y existe porque era la creación de otra fuerza, el Diablo.
Todo lo que de bueno se encuentra en las criaturas de Dios procede directamente de él y por él. Él dio su ser al bien y es su causa, como hemos establecido. Pero el mal, si se encuentra en el pueblo de Dios, no procede del verdadero Dios, ni se manifiesta por él; no es Dios quien lo ha hecho existir, pues no es su causa ni nunca lo ha sido.
En ambos casos, hay que tener en cuenta que las ideas dualistas no entraban en contradicción con el Nuevo Testamento, aunque algunos pasajes debieron poner en problemas a los exégetas cátaros. Pero en otros encontraron referencias claras que apoyaban sus ideas o que parecían profetizar sus posteriores tribulaciones, y que no dudaron en emplear en su intensa labor pastoral. Por ejemplo, estos contundentes
versículos de Juan: «Si el mundo os odia, sabed que antes que a vosotros me ha odiado a mí. Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, sino que yo os he elegido del mundo, por ello el mundo os odia. Acordaos de la palabra que os dije: ‘No es el siervo mayor que su señor’. Si a mí me persiguieron también a vosotros os perseguirán: si guardaron mi palabra, también guardarán la vuestra» (15,18-20).
En cualquier caso, la Iglesia católica, para poner orden y acabar con las propuestas divergentes que estaban cobrando fuerza –especialmente el gnosticismo dualista, el maniqueísmo y el arrianismo, que no aceptaba que Jesús fuera Dios mismo, negando el concepto de Trinidad–, promulgó durante el célebre Concilio de Nicea del año 325 el llamado «credo niceno», una pomposa declaración en la que resumían las creencias principales, convertidas en dogmas, que debían regir el edificio religioso.
EL ETERNO PROBLEMA DEL ALMA
Así, Jesús no se manifestó en este mundo en carne y hueso para morir por nuestros pecados y resucitar unas horas después. Se manifestó para salvar nuestras almas, para enseñarnos la autopista hacia el cielo. Ahora bien, el problema de la salvación, desde la perspectiva dualista de los cátaros, conducía a otro problema muy difícil de solucionar: si nosotros, los humanos, tenemos una parte divina, el alma, que debe romper con este mundo material y regresar junto a Dios, ¿cómo llegaron las almas humanas a este mundo material?
Los dualistas moderados, como los demás cristianos, no tenían inconveniente: Dios había creado todo, incluidos nosotros, que teníamos una parte física y mortal y otra parte espiritual que trasciende a la muerte. Pero esto nos lleva al problema de la animación: ¿cuándo y cómo entra el alma en el cuerpo? Algunos defendían que Dios creaba ambas cosas a la vez, embrión humano y alma, por lo que podríamos hablar, siempre desde el respeto, de animación simultánea. Tertuliano, como Ireneo de Lyon o Clemente de Alejandría, aceptaba esta idea y decía que «ya es un hombre aquel que está en camino de serlo». Pero claro, esto conduce a problemas difíciles de resolver: ¿qué pasa con los gemelos monocigóticos? ¿Y con los abortos naturales?
Otros, como san Agustín, para solucionar este inconveniente, llegaron a la conclusión de que el alma entraba en el cuerpo cuando este ya tenía forma, hacia el tercer mes: «No se puede decir que haya un alma viviente en un cuerpo que carezca de sensación cuando está formada la carne (…) Por lo tanto, el alma no nace en la concepción». Santo Tomás de Aquino (1224-1274), siguiendo esta senda, pensaba que el alma tenía tres partes: la vegetativa, centrada en cuestiones básicas como la nutrición y la reproducción; la sensitiva, destinada a la percepción de la realidad; y la racional. Con la concepción llega la primera, luego la segunda, y finalmente, la tercera, la que nos hace propiamente humanos (las otras las tienen también los animales). Por lo tanto, para santo Tomás, el alma trascendental es infundida por Dios cuando el proceso de desarrollo del feto está concluido.
Aunque esta propuesta de la animación tardía llegó a tener mucho éxito, la Iglesia católica, que siempre va a lo suyo, cuando tuvo que tomar una posición oficial –en una fecha tan tardía como el siglo XIX, cuando el papa Pío IX (1792-1878) condenó por primera vez el aborto con la encíclica Apostolica Sedis (1869)–, se decantó por la animación simultánea. Y lo sigue haciendo, con
Según los cátaros, Jesús no vino a este mundo para morir por nuestros pecados, sino que se manifestó para salvar nuestras almas y enseñarnos el camino al cielo
los problemas que esto conlleva; por ejemplo, ¿qué pasa con los embriones congelados? ¿Tienen alma? Si la tienen y nunca terminan convirtiéndose en humanos, ¿deben ser juzgados? ¿Van al cielo? No pienso meterme en este lío, ya habrá tiempo. En todos estos casos, las almas son creadas por Dios constantemente; es lo que se conoce como generacionismo.
Pero los cátaros, como los demás dualistas extremos, no estaban de acuerdo con esto: Dios no podía crear almas para enviarlas a habitar en este mundo corrupto de la materia, así que, pensaban, debían existir desde antes y acabaron en cuerpos materiales por la acción del Diablo. Y ahí es donde tuvieron que tirar de imaginación… No les quedaba otra. Los dualistas mitigados creían que dios había creado de la nada a los ángeles, y que el Maligno, siempre al quite, con permiso de Dios, formó todo lo material, incluidos los primeros cuerpos, los de Adán y Eva, en cuyo interior encerró a dos ángeles a los que había conseguido arrastrar durante su rebelión, motivo por el que fue expulsado del cielo (nace así el pecado original). A partir de ese momento, pensaban, las almas se habían ido reproduciendo de generación en generación, por culpa del maldito sexo, propagando así el pecado original. Esta alucinante idea, herética para los católicos, se conoce como traducianismo, palabro que proviene del latinajo tradux, que hace referencia al sarmiento de la vid, al esqueje, del que nace una nueva planta.
LA TIERRA PROMETIDA
Sin embargo, los dualistas extremos, como los cátaros occitanos, fueron más allá y se montaron una fantástica cosmogonía para explicar la presencia de las almas en estos cuerpos materiales: pensaban que el Diablo y sus propios ángeles, tras un duro combate con el arcángel Miguel y sus tropas celestiales, robaron un buen número de ángeles de Dios y los metieron en cuerpos humanos o animales. ¿De dónde sacaron esto? Del Nuevo Testamento, claro, concretamente del Apocalipsis: «Y apareció otra señal en el cielo; mira: un gran dragón, bermellón, que tiene siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas, siete diademas. Y su cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó a la tierra» (12,3-4). Y se produjo una guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón. También lucharon el dragón y sus ángeles, pero no prevalecieron, ni se volvió a hallar un lugar para ellos en el cielo. Y fue arrojado fuera el gran dragón, la serpiente antigua fue arrojada a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él» (12,7-9).
La diferencia entre los dos dualismos es enorme. Para unos, el Diablo arrastró solo dos almas, que inoculó en Adán y Eva; para los otros, arrastró a un tercio de los ángeles, que debían ser muchos, y la vertió en los animales y los humanos. Así, los cátaros occitanos veían esta existencia terrenal como una especie de exilio forzado, y consideraban que la salvación consistía en regresar a su tierra prometida, el cielo. Los símiles con el Éxodo no son casuales. «Tened piedad del alma, que está en prisión», dice el ritual cátaro.