CONTACTOS CON EL MÁS ALLÁ
Durante su estancia en la casa de Miguel Vives, en Tarrasa, Amalia tuvo su primer contacto con el más allá. Así narró ella misma lo sucedido, como recoge Gerard Horta:
«Miguel vivía entonces en una casita muy pequeña, y en una salita en torno de una mesa redonda nos reunimos catorce o dieciséis espiritistas. Aquella tarde me encontraba profundamente triste, pero gozaba en mis recuerdos un mundo de reminiscencias que aglomeraba en mi mente, cuando Miguel Vives se concentró después de haber leído muchas oraciones. Reinaba el silencio más profundo, todos estaban con gran recogimiento (…) Todos le miramos atentamente, preguntándonos unos a otros en voz muy queda:
–¿Quién será?, el médium está muy conmovido. Uno de los hermanos, viendo que Miguel seguía llorando sin hacer la menor contracción, exclamó:
–¿Quién eres, buen espíritu? ¿A quién buscas aquí?
–A mi pobre hija (…)
Al oír tal contestación, sentí en todo mi ser tan violenta sacudida, me sacudí de tal modo, que me es del todo imposible explicar lo que sentí, pero hice esfuerzos sobrehumanos para prestar toda mi atención al médium, que serenándose lentamente prosiguió diciendo:
–Sí, hermanos míos, vengo a decirle a mi hija (…) ¡Eres tan desgraciada! ¡Te crees tan sola! Trabaja en tu progreso, ¡hija mía!, que te va faltando la luz en los ojos y en el alma. ¡Yo te daré una nueva familia! ¡Yo les diré a los espiritistas que te amen, yo les inspiraré para que no te abandonen! ¡Tú no padecerás hambre! ¡Tú no sentirás frío! ¡Tú morirás rodeada de pobres que te bendecirán y acompañarán tus restos llorando con profundo desconsuelo! ¡Trabaja, hija mía! Trabaja sin descanso interpretando el pensamiento de los espíritus, que puedes hacer mucho bien a la Humanidad. No olvides los consejos de tu madre.
Mientras habló el médium, una fuerza poderosísima contuvo mis lágrimas y mis demostraciones de júbilo. La realidad era superior a todos mis ensueños. ¡Mi madre! Aquella mujer que lo fue todo para mí, que en medio de su pobreza me rodeó de tantos cuidados, que me educó y me hizo amar a Dios en la Naturaleza (…). Grité, lloré, abracé a las buenas mujeres que me rodeaban ¡Mi madre vivía! ¡Vivía para mí!».