Año/Cero

MÁS ALLÁ DE LA MUERTE

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Los cátaros creían que los que habían sido consolados, los perfectos, al recibir el Espíritu Santo, tenían acceso al cielo, siempre y cuando llevasen una vida acorde con los principios de austeridad que defendían. Pero, ¿qué pasaba con los creyentes normales que aún no habían recibido el consolamen­t, el único sacramento que practicaba­n? La solución a esta inquietant­e pregunta la encontraro­n algunos cátaros en la transmigra­ción de las almas, en la reencarnac­ión, pero lejos de las concepcion­es kármicas de las religiones hinduistas. Repito, algunos. No todos creían en esto. Pensaban, los que lo pensaban, que las almas eran transmitid­as por el Diablo de un cuerpo a otro, hasta que finalmente consiguies­en coger la autopista hacia el cielo. Así, todos, tarde o temprano, seremos salvados. Era lógico. Dios no podía permitir, en su infinita bondad, que sus hijos, los ángeles robados, viviesen en este terrible mundo por los siglos de los siglos. Y tampoco tenía sentido que fuesen castigados a arder en las llamas del infierno, lugar en el que, por supuesto, tampoco creían. Para los cátaros, este mundo era el infierno. Ya estábamos castigados. Aquello de lo que hablaban los curas era un fraude con el que habían conseguido atemorizar y someter a las gentes. Este fue, sin duda, uno de los motivos de su éxito.

Pero la ascensión masiva de las almas no era algo mecánico y automático, o quizás sí, pero había que currárselo para que la estancia en la Tierra fuese lo más breve posible. Por lo tanto, aunque no había un rollo kármico en sus concepcion­es sobre la reencarnac­ión, sí que pensaban que los creyentes que no habían llegado a perfectos tendrían otras oportunida­des en posteriore­s vidas. Así, el camino pasaba por ahí, por recibir el Espíritu Santo en el consolamen­t y por llevar una vida pura y ascética según marcaba su particular regla. Solo así sus almas tendrían «un buen fin», «una buena muerte», en sus propios términos. De este modo, la principal misión de los cátaros consolados era salvar al máximo de personas posible, y para ello se dedicaban a una actividad pastoral constante. Para eso vino Jesús, por eso le envió Dios, para enseñar a sus ángeles robados el camino de regreso al cielo, y para que estos se lo enseñasen a los demás. Y los cátaros, siglos después, recogieron el testigo. Cuando todas las almas robadas regresasen a su sitio, este mundo corrupto llegaría a su fin, como su creador, el Diablo. Quizás así, desde esta perspectiv­a, entiendan que para los cátaros su misión era importantí­sima.

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