EL CASO ROMASANTA
«Por culpa de una maldición de uno de mis parientes, tal vez mis padres, me convertía en lobo, desnudándome primero y revolcándome después por el suelo hasta tomar dicha forma». A Manuel Blanco Romasanta, protagonista del que fue probablemente el caso ibérico de licantropía más famoso, se le juzgó en Allariz por el asesinato de nueve personas. Este vendedor ambulante, del que antes de ser acusado ya corrían rumores de que había asesinado al criado de un prior y a otro buhonero, escogía a sus víctimas con sumo cuidado. Todas ellas eran mujeres en situación de necesidad, madres solteras o viudas, a las que seducía con promesas de ayuda y una vida mejor. Justificaba la desaparición de estas mujeres y sus hijos alegando que las había colocado como sirvientas en las casas de curas y familias pudientes. En 1851, sin embargo, saltó la alarma. Fue entonces cuando se descubrió que Romasanta había vendido objetos personales, como pañuelos y ropa, de las mujeres desaparecidas. En 1852 lo detuvieron en Castilla y, de inmediato, confesó sus crímenes. Confirmó los asesinatos y añadió haber practicado el canibalismo. Se creía víctima de una maldición que hacía que, junto a dos cómplices ocasionales, se transformase en lobo a fuerza de revolcarse por el suelo. La transformación, afirmaba, podía durar días. Sin embargo, los cuerpos de las víctimas no se encontraron y la pericia médica, lejos de encontrarlo loco, lo estimó cuerdo y sanguinario. Se consideró que había perpetrado los asesinatos de manera voluntaria y planificada y, por ello, se le condenó a muerte. Desde la psicología contemporánea, se ha propuesto que Blanco Romasanta padeció un trastorno de la personalidad antisocial, con incapacidad de sentir empatía por los demás, de controlar los impulsos y de adaptarse a las normas sociales.