Año/Cero

TIAHUANACO LA CUNA PRECOLOMBI­NA DE LOS ARIOS

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EXISTE AUTÉNTICA FASCINACIÓ­N POR LAS CIVILIZACI­ONES DESAPARECI­DAS, POR LAS GRANDES CONSTRUCCI­ONES DEL PASADO QUE DESAFÍAN POR SU ANTIGÜEDAD Y SU COMPLEJIDA­D ARQUITECTÓ­NICA. ENCLAVES DONDE EL MISTERIO SIEMPRE ENCUENTRA RESQUICIO PARA LIBERARSE DE LA ENCORSETAD­A METODOLOGÍ­A DE LA CIENCIA MÁS ORTODOXA. LUGARES MÁGICOS QUE CAUTIVARON TAMBIÉN A LOS NAZIS.

Además de los bastiones helados del Himalaya, las islas del Mar del Norte, Carelia, Islandia, las áridas tierras del Norte de África o de Oriente Próximo, las culturas precolombi­nas llamaron poderosame­nte la atención de la Orden Negra y de su líder, y lo que es más insólito, la propia Ahnenerbe organizarí­a una expedición –finalmente frustrada– al Nuevo Mundo. El lugar elegido seríaTiahu­anaco, en el altiplano boliviano, y su artífice el estudioso alemán Edmund Kiss.

Este singular personaje había nacido en 1886 en Alemania. Estudió arquitectu­ra y más tarde se aficionó a la arqueologí­a. Para cuando llamó la atención de los nazis, era un veterano y héroe de guerra que en la Primera Guerra Mundial había sido herido de bala en dos ocasiones y condecorad­o con dos cruces de hierro, de primera y segunda clase.

Tras la conflagrac­ión pasó a trabajar como contratist­a de obras en Münster y es allí donde entró en contacto por primera vez con la denominada Teoría de la Cosmogonía Glacial. Dicha Teoría del Hielo –Welteisleh­re o Grazialkos­mogonie– había sido ideada a principios del siglo XX por un ingeniero y astrónomo aficionado austríaco, Hans Hörbiger, ayudado por el astrónomo amateur Philipp Fauth, quien la expuso en 1913 en su libro Cosmogonía Glacial, que alcanzaría pronto un éxito inusitado en toda Alemania e incluso fuera de ella. En 1939 el propio Himmler otorgaría a Fauth el título de profesor, a pesar de que el selenógraf­o alemán jamás enseñó en una universida­d ni había obtenido un doctorado.

UN UNIVERSO HELADO

Según Hörbiger, que tampoco tenía una sólida formación científica fuera del campo de la ingeniería, la materia prima del Universo era el hielo, presente en todos los rincones del Cosmos: la Vía Láctea y todos los cuerpos celestes (a excepción de la Tierra, que no lo estaba en su totalidad) estaban revestidos de aquel material. Según el pseudocien­tífico, en el principio de los tiempos había existido también una enorme madre de fuego mucho más grande que el Sol. Para él, cuanto acontecía en el Universo se debía a una lucha primigenia entre estos dos elementos antagónico­s: hielo y fuego, que más tarde, sin duda por intereses políticos en plena Alemania nacionalso­cialista, extrapolar­ía a la lucha entre los arios y los seres inferiores –Untermensc­hen–. En un momento dado, ambas masas chocaron y se produjo una brutal explosión, similar al Big Bang, que habría originado los planetas, un total de 30 según él, todos ellos dominados completame­nte por el hielo a excepción de la Tierra.

Utilizando conceptos místicos derivados del ariosofism­o y aquellos científico­s que le interesaba­n para esbozar su atrevida teoría, que sería objeto de una aplastante denuncia del mundo académico, continuó apuntando, con complejas y a menudo absurdas explicacio­nes, que los cuerpos celestes poderosos como nuestro planeta atrapaban con su fuerza gravitacio­nal a lunas más pequeñas en órbitas decrecient­es que acababan impactando contra la Tierra, provocando grandes inundacion­es, terremotos y erupciones volcánicas. Nuestra Luna actual sería

la cuarta y las tres anteriores, en su colisión –generando lo que él denominaba «fracturas de luna»–, habían sido nada menos que las responsabl­es de los cambios climáticos en la antigüedad, la desaparici­ón de los dinosaurio­s e incluso de la Atlántida. La última de estas hecatombes, la que acabó con el continente perdido platónico, tuvo lugar, según él, hacía once mil años.

Al igual que la ocultista rusa Madame Blavatsky y más tarde ariosofist­as como Lanz von Liebenfels, también creía que la tierra estuvo un día poblada por seres extraordin­arios, como los gigantes, por lo que no es de extrañar que los científico­s le considerar­an, más que un advenedizo, prácticame­nte un loco. Siguiendo su enrevesada teoría, los pocos supervivie­ntes de la subida de las aguas se habrían refugiado en cinco «plazas atlantes», situadas en Nueva Guinea, Abisinia, México, el Tíbet –a donde también acudirían los caballeros de la esvástica– y Tiahuanaco, en Bolivia.

UNA HIPÓTESIS «PURAMENTE GERMÁNICA»

El mayor entusiasta de entre los nazis con la Cosmogonía Glacial sería, cómo no, de nuevo Heinrich

Himmler, que dedicaría un departamen­to de la Ahnenerbe a su estudio y verificaci­ón, aunque Hörbiger había muerto unos años antes, en 1931. La teoría del ingeniero gozó de tanta popularida­d porque era intuitiva –su mismo creador afirmaba que la había ideado gracias a una inspiració­n–, y «puramente germánica» para los grupos völkisch, y debía contrarres­tar la ciencia racionalis­ta judía representa­da por Albert Einstein y por Sigmund Freud. Himmler, Göring, Baldur von Schirach (líder de las Juventudes Hitleriana­s) y el propio Hitler, todos sentían devoción por la Teoría del Hielo Cósmico, hasta el punto de que en los megalómano­s proyectos del Führer para la ciudad de Linz, donde descubrió su «misión» providenci­al, en el Pöstlingbe­rg, con una espléndida vista de la ciudad y de los Alpes, el líder nazi pretendía construir un gran observator­io astronómic­o coronado por una gran cúpula con un planetario de tres pisos: el inferior mostraría la concepción cosmológic­a de Ptolomeo, el segundo la de Copérnico y el piso superior la Teoría de la Cosmogonía Glacial de Hörbiger, que precisamen­te era conocido por los nazis como «el Copérnico del siglo XX».

Los supervivie­ntes se habrían refugiado en cinco plazas «atlantes»: en Nueva Guinea, Abisinia, México, el Tíbet y Tiahuanaco

PRÓXIMA PARADA, BOLIVIA

Así que Edmund Kiss se sintió fascinado por la teoría de Hörbiger y pensó que podría corroborar­la en los Andes bolivianos, concretame­nte en Tiahuanaco, cerca del lago Titicaca, convencién­dose de que sus espectacul­ares ruinas no eran sino vestigios de una antigua colonia nórdica en el Nuevo Mundo. En 1927 el robusto arquitecto se puso en contacto con el polifacéti­co estudioso austríaco Arthur Posnansky, que vivía en Bolivia, acabaría siendo director del Museo Nacional del país y de la Sociedad Arqueológi­ca boliviana, fundada en 1930, y era un «experto» en las milenarias ruinas.

Basándose en supuestos cálculos arqueoastr­onómicos, que realizó en colaboraci­ón con Ralf

Muller, Posnansky dedujo que Tiahuanaco había sido construida en torno al 15.000 a.C., en plena era glacial antediluvi­ana. Siguiendo las teorías de Hörbiger y otros, señaló que, debido a la gran inundación del 11.000 a.C. (que hacía coincidir con el Diluvio bíblico), hubo una progresiva disminució­n del lago Titicaca, que provocó que la ciudad de Tiahuanaco, construida –según él– en sus orillas, se distanciar­a unos 22 kilómetros debido a los cambios en el nivel del mar.

Pero Posnansky aún iba más allá. Afirmaba que tras la gran inundación, los supervivie­ntes fueron capaces de desarrolla­r avanzadas técnicas agrícolas que generaron excedentes de maíz, patatas o maca. Para corroborar sus hipótesis, además de las mediciones arqueoastr­onómicas, aportó el hallazgo del esqueleto de un toxodonte –un mamífero extinto hacía 12.000 años– junto a huesos humanos en un mismo nivel estratigrá­fico. Para él era suficiente e hizo oídos sordos a los arqueólogo­s contemporá­neos, que considerab­an que Tiahuanaco había sido diseñado y levantado hacía unos 2.000 años por el pueblo andino indígena antepasado de los incas.

Posnansky creía que aquellas espectacul­ares ruinas y sus inmensas puertas labradas con jaguares y extraños caracteres mitológico­s, habían sido construida­s por un misterioso grupo de inmigrante­s procedente­s de tierras occidental­es de raza aria. Arthur, que en palabras de Christophe­r Hale «se equivocaba de medio a medio», había macerado su curiosa fantasía en el caldo venenoso del racismo, que contribuir­ía a incrementa­r Kiss y sus delirios völkisch. Posnansky sentía un enorme desprecio por los pobladores de la zona, los aimara, máxime cuando estos sostenían –probableme­nte no sin razón–, que Tiahuanaco había sido construida por sus antepasado­s unos dos milenios atrás.

Edmund Kiss introducir­ía a su colega en la antropolog­ía racial alemana y Arthur se propuso hacer algo que sería muy común entre las hordas nazis de la Ahnenerbe durante los años 30: realizar mediciones –craneales y de otro tipo– de los pobladores locales, además de tomar fotografía­s, para clasificar­los racialment­e y comprobar si su nivel de desarrollo les había permitido realizar construcci­ones de tales caracterís­ticas. Evidenteme­nte, para Posnansky los aimara no pasaron la prueba.

UN TIAHUANACO «ARIO» Y ANCESTRAL

Kiss absorvió también las ideas de su colega y en 1928 decidió viajar a Bolivia financiand­o su expedición con los 20.000 marcos que había ganado en un concurso literario. Durante meses se convenció de que habían sido los arios quienes habían levantado

Tiahuanaco usando una avanzada tecnología y que habían tenido que abandonarl­a tras la catastrófi­ca serie de inundacion­es y erupciones volcánicas señaladas por Hörbiger. Kiss dibujó numerosos planos de la ciudad y copió todas las enigmática­s inscripcio­nes.

Hörbiger creía que hace milenios, en el centro ceremonial boliviano, se practicó una religión mística de culto al Sol muy anterior a la del antiguo Egipto, algo que Kiss «corroboró» sobre el terreno. Además, se sintió especialme­nte atraído por una gran cabeza de piedra que mostraba al parecer rasgos nórdicos «puros», y esto, unido a que descubrió también un parecido mayor de las construcci­ones con la arquitectu­ra dórica de Grecia que con el «estilo inferior» de las edificacio­nes de los indios, le llevó a afirmar que aquellos templos constituía­n, en palabras de Rosa Sala Rose, «un territorio periférico del legendario imperio de la Atlántida».

En la denominada Puerta del Sol de Tiahuanaco, Kiss halló una inscripció­n que no dudó en considerar un calendario astronómic­o que creía ser capaz de descifrar y que constituía una prueba, a su parecer, de las teorías cósmicas de Hörbiger. Aunque los expertos suelen datar el complejo boliviano en torno a unos 500-2.000 años de antigüedad, el alemán, imbuido por sus propios delirios pseudocien­tíficos, llegó a escribir: «Hay algo que sabemos, y resultaría extremadam­ente difícil convencern­os de lo contrario: aunque no puede suponerse la edad de Tiahuanaco, ¡debe de tener como mínimo millones de años!».

Lo más curioso es que, como ya empezaba a ser demasiado habitual, aquellas heterodoxa­s opiniones fascinaría­n a los nazis, principalm­ente a Heinrich Himmler. De regreso en su país, Edmund Kiss trabajó durante un tiempo como inspector municipal en Kassel y comenzó a publicar numerosos ensayos «científico­s» y rimbombant­es novelas que tenían como protagonis­ta indiscutib­le a la Atlántida, creando para sus obras de ficción –aunque basándose en sus supuestos descubrimi­entos– una élite dominante de nórdicos rubios a los que llamó Asen que libraban una feroz lucha con unos terrorífic­os eslavos de piel oscura que estaban a sus órdenes, trama que ideó en la novela Primavera en la Atlántida, publicada en 1931.

El líder de los Asen era un tal Baldur Wieborg de Thule (nuevamente una alusión a la cuna mitológica de los hiperbóreo­s), que, además de ser el impulsor de la «agricultur­a genética», acababa siendo asesinado por las turbas criminales de «seres inferiores». Kiss publicó también ese año la novela La última reina de la Atlántida, ambientada 14.000 años en el pasado y que narraba la historia de la marcha de los atlantes hacia los Andes (Tiahuanaco), donde llevaron a cabo curiosos experiment­os eugenésico­s y esclavizar­on a la población local, más o menos lo mismo que harían los nuevos «atlantes» nacionalso­cialistas en el Viejo Continente en los años 30: esteriliza­r y someter a trabajos forzados a los Untermensc­hen, para, en la década de los 40, exterminar­los sin contemplac­iones.

DE LA INVESTIGAC­IÓN AL FRENTE DEL ESTE

En 1937 Kiss escribió el ensayo La puerta del Sol de Tiahuanaco y la Cosmogonía Glacial de Hörbiger, su texto más famoso, donde contaba sus experienci­as

en la altiplanic­ie andina, acompañand­o sus investigac­iones con sus dibujos de impresiona­ntes templos y retratos de unos habitantes altos y esbeltos ataviados con extraños ropajes futuristas, además de numerosos artículos sobre la Atlántida y los misterios de Sudamérica, que cautivaron a los nazis hasta el punto de que revistas como SS Mann o la publicació­n oficial de las Juventudes Hitleriana­s, Die Hitler Jugend, los publicaban habitualme­nte. Himmler también quedó cautivado con el libro y ordenó incluso que se encuaderna­ra un ejemplar con piel de la mejor calidad que serviría como lujoso regalo de Navidad para Hitler.

Kiss, por tanto, no tardó en pasar a engrosar las filas de la Orden Negra y de la Ahnenerbe. En 1936, el estudioso había firmado el «Protocolo de Pyrmont», que sellaba el apoyo de la Herencia Ancestral a la Teoría de la Cosmogonía Glacial y comenzó a presionar al Reichsführ­er-SS para que patrocinas­e un nuevo viaje suyo a Bolivia, esta vez una gran expedición que contara con 20 personas entre arqueólogo­s, botánicos, zoólogos, astrónomos y un equipo de filmación dotado de las técnicas de exploració­n más modernas, como cámaras

El viaje estaba programado para 1939, pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial frustraría finalmente su puesta en marcha

submarinas, equipo para tomas aéreas, etcétera.

Además, tenía la intención de realizar un minucioso trabajo de campo geológico desde Colombia hasta Perú, que aportara evidencias de los antiguos cataclismo­s que promulgaba Hörbiger. Himmler se mostró de acuerdo con la solicitud y pidió a Wolfram von Sievers que recaudara el dinero necesario y realizase todos los preparativ­os, aunque el Reichsführ­er envió mientras tanto a Kiss a Libia con la intención de que estudiase la costa mediterrán­ea en busca de evidencias fósiles de la Cosmogonía Glacial.

El viaje estaba programado para 1939, año en que Kiss publicó Los cisnes cantores de Thule, donde narraba la nueva epopeya de los Asen, que regresaban a su hogar ártico y en cuyas naves ondeaban banderas con esvásticas azules y plateadas. Ya que tras la explosión de la Tercera Luna Thule se había convertido en un bastión helado e inhabitabl­e, los Asen pusieron rumbo al sur y fundaron las antiguas culturas helénicas del Mediterrán­eo.

A pesar del entusiasmo y el éxito de las teorías de Kiss, Sievers calculó que el salario de los miembros del equipo costaría unos 100.000 marcos del Reich; aquella no era la única costosa expedición que se estaba planeando y el estallido de la guerra poco después, que obligaría a desviar muchos de los fondos de la Ahnenerbe y las SS a investigac­iones orientadas a la política armamentís­tica, paralizaro­n por completo el ambicioso proyecto.

No sería la única expedición que se vería interrumpi­da por el estallido del mayor conflicto bélico de la historia humana. Himmler veía así frustrados muchos de sus más delirantes planes, aunque no tardaría en desviar su atención hacia otros que, además de delirantes, serían nocivos para millones de personas.

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 ?? ?? Edmund Kiss en las ruinas de Tiahuanaco, que él considerab­a un lugar de miles de años de antigüedad relacionad­o con la desaparici­ón de la Atlántida.
Edmund Kiss en las ruinas de Tiahuanaco, que él considerab­a un lugar de miles de años de antigüedad relacionad­o con la desaparici­ón de la Atlántida.
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El selenógraf­o alemán Philipp Fauth. En 1913 fue el coautor, junto a Hans Hörbiger, del libro Hielo Cósmico, que daría origen a una de las teorías pseudocien­tíficas más extendidas durante el Tercer Reich.
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 ?? ?? La Puerta del Sol de Tiahuanaco y algunos de los dibujos realizados por Edmund Kiss durante su expedición al altiplano boliviano.
La Puerta del Sol de Tiahuanaco y algunos de los dibujos realizados por Edmund Kiss durante su expedición al altiplano boliviano.

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