Año/Cero

DIOSAS NÓRDICAS DE LA OSCURIDAD

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LA MITOLOGÍA NÓRDICA ES RICA TAMBIÉN EN DIVINIDADE­S OSCURAS, ALGUNAS DE ELLAS FEMENINAS, A PESAR DE QUE YA HACIA EL AÑO 800 D.C. LOS VIKINGOS MOSTRABAN EN SUS SAGAS Y EN SU COTIDIANID­AD UN PAPEL PREPONDERA­NTE DEL SEXO MASCULINO. NO OBSTANTE, LAS MUJERES GOZABAN DE UNA AUTONOMÍA Y TOMA DE DECISIONES IMPORTANTE.

Una de las más veneradas fue Freyja o Freya (del nórdico «la señora»). Hay bastante incertidum­bre en relación a su culto y prácticas paganas, debido a que muchas de las fuentes sobre su tradición religiosa en el norte y centro de Europa hace más de un milenio fueron escritas mucho tiempo después. Era la diosa del amor, la belleza y la fertilidad. En este sentido, la gente la invocaba para obtener beneficios amorosos, para asistir en los partos (como a Ishtar en Babilonia o a Ilitía en la antigua Grecia) y también para que las estaciones, y con ello las cosechas, fueran favorables, así como para obtener riquezas.

No obstante, como buena deidad femenina, mostraba también una faceta oscura: era la diosa de la guerra y la muerte, así como de la magia y la profecía. Odín recibía a la mitad de los muertos en combate (el mayor honor para un vikingo) en el Valhalla, mientras que la otra mitad era recibida por Freyja en su palacio Fólkvangr (del nórdico antiguo «campo del ejército»); estos espíritus de los guerreros (einherjar) llegaban a un salón conocido como Sessrúmnir. Otra versión del mito (pues hay múltiples variacione­s dependiend­o de la época o la zona geográfica donde se desarrolla­ra: germanos, vikingos, eslavos…) señala que mientras que los espíritus de los guerreros acudían al Valhalla, hasta el Sessrúmnir llegaban los de los bardos y artesanos; también parece ser que se reunían allí los espíritus de los amantes que habían sido separados a causa de la muerte.

HELA, REINA DE LOS INFIERNOS

Otra de las figuras destacadas de aquella cosmovisió­n es Hela, diosa de la muerte del panteón nórdico que regenta uno de los Nueve Mundos de su cosmogonía, Helheim, el inframundo (precisamen­te de dicho lugar deriva la palabra inglesa hell, «infierno»). Una diosa con la ambivalenc­ia habitual de las deidades oscuras y nocturnas: posee una mitad de su cuerpo –concretame­nte la derecha– de gran belleza y la otra, la izquierda, es estremeced­ora: similar a un cadáver en descomposi­ción que desprende un olor nauseabund­o, una dualidad que alude al concepto de la muerte entre los vikingos, que la considerab­an compuesta de una parte hermosa y otra tenebrosa.

De hecho, el mito cuenta que cuando los dioses, incluido Odín (padre de todos ellos) la vieron por vez primera, quedaron tan espantados que la confinaron en el citado Helheim, el rincón más profundo y oscuro de los mundos, convirtién­dose en soberana de los muertos, pero no de todos los difuntos, sino de aquellos que habían fallecido sin honor, por enfermedad o vejez, en sus lechos. Según la mitología nórdica, la

gloria solo se alcanzaba cuando los guerreros morían en combate: entonces iban al Valhalla.

Tan temido era el Helheim para los vikingos que la mayoría prefería suicidarse antes de acudir a él: atravesars­e con una lanza, arrojarse por un desfilader­o, lanzarse al mar o a un río para morir ahogado o incluso ser quemado vivo. En relación con su árbol genealógic­o, Hela era la menor de los tres hijos que Loki tuvo con la giganta Angrboda; los otros dos eran Fenrir (un gigantesco lobo de aspecto monstruoso) y Jörmungand­r (la Serpiente de Midgard). El palacio de Hela en el Helheim se conocía como Eliud

(«la miseria»), una morada rodeada de altas y fuertes rejas a cuya puerta –conocida como Falanda Forad, «el principio»– nacía una de las raíces del fresno Yggdrasil (el árbol de la vida o el fresno del universo cuyas raíces mantienen unidos los nueve mundos de la cosmogonía nórdica); y los objetos que la rodeaban no eran menos siniestros: Hela descansaba sobre un lecho llamado Keur («el insomnio»), su mesa era Hungour

(«el hambre») y tenía dos criadas llamadas Ganglate («el retraso») y Gangleura («la pereza»). Portaba además un cuchillo de nombre Sultin («La Sed»). Como la mayoría de deidades relevantes, a Hela se le atribuye un papel (destino) concreto en el Ragnarök, el destino de los dioses.

Otra deidad fundamenta­l es Frigg, esposa de Odín, reina de los AEsir (principale­s dioses del panteón nórdico) y diosa del cielo, la fertilidad (como Freyja), el amor, la sabiduría doméstica, el matrimonio y la maternidad –una figura que comparte notables rasgos con la diosa griega Hera–. Según los Eddas, tiene el don de la profecía, aunque Snorri Sturluson, su autor entre los siglos XII y XIII, señala que «nunca revela lo que sabe». Muestra también un lado tenebroso, pues participa junto a su esposo en la Cacería Salvaje, de la que ahora nos ocuparemos, y es la única que, con Odín, tiene permitido sentarse en el trono Hlidskjálf («el asiento de honor»), desde donde puede ver los nueve mundos de la cosmogonía nórdica, uno de los cuales es el Helheim.

Sus hijos son Baldr y Hödr, y en ocasiones es asistida por otra deidad femenina, Eir, la diosa de las curaciones, y sus ayudantes son Hlin (en nórdico antiguo, «protectora»), «encargada de proteger a los hombres que Frigg quiere librar de algún peligro», según la Edda prosaica; Gna, la mensajera celeste que cabalga a través del aire a lomos del caballo Hofvarpnir para transmitir los mensajes de la diosa Frigg, y una divinidad conocida como Fulla, que era la encargada de vestir con joyas a su señora, personific­aba la abundancia y tenía el don de hacer que las mujeres se quedasen embarazada­s.

LA CACERÍA SALVAJE

En la mitología vikinga, Odín era representa­do en ocasiones cabalgando por el aire sobre su corcel de ocho patas a gran velocidad en medio de la tormenta, acompañado de un séquito de espíritus incorpóreo­s sobre corceles jadeantes con perros ladrando, una procesión nocturna en la que a veces, como hemos señalado, participab­a su esposa, Frigg. Aquella turba guerrera sobrenatur­al era conocida como «la Cacería Salvaje», una suerte de procesión de ánimas a medianoche que con sus particular­idades es recogida por los mitos de varios pueblos. De hecho, con sus diferencia­s con los cultos nórdicos, en España adquiere diversas formas y nombres: la Huéspeda o la Güestia en León, la Genti de Muerti en las Hurdes, Estantigua en Castilla (derivado de Hoste Antica y Hestantigu­a) y la célebre Santa Compaña del folclore gallego. Todas ellas, por lo general, presagian la muerte o son portadoras de malos augurios. De hecho, esa tradición en parte se debe a una herencia de origen céltico que en Irlanda

tiene su propia manifestac­ión

en los denominado­s Banshees, espíritus femeninos que según la mitología se aparecen a las personas para anunciar con sus llantos y gritos la muerte de un familiar; una suerte de «hadas verdes» mensajeras de otro mundo o, en otras interpreta­ciones, ángeles caídos del folclore irlandés.

Volviendo a la Cacería Salvaje nórdica, Jacob Grimm, uno de los hermanos que dieron forma a los inolvidabl­es cuentos infantiles, recogió en Deutsche Mythologie (1835) alusiones a esa siniestra partida de caza en la que un grupo de cazadores fantasmale­s y oscuros, a caballo y acompañado­s de perros furiosos, se manifestab­a a algún viajero en una especie de montería celeste de mal agüero. Aunque fascinado por el pasado germánico y el paganismo interpretó mal algunas señales y recogió los mitos pecando de escaso academicis­mo, fue Grimm quien bautizó dicha procesión espectral como Wilde Jagd («Caza Salvaje»).

Cuando las gentes oían el rugido del viento, temerosas, gritaban ruidosamen­te, para evitar ser arrastrada­s por la furiosa comitiva. Incluso, tras la implantaci­ón del cristianis­mo, las gentes del norte seguían temiendo las tormentas. ¿Y qué cazaban aquellos espectros? Dependiend­o de la saga nórdica a la que nos remitamos, el trofeo podía ser un caballo salvaje, un jabalí visionario o las Doncellas del Musgo –Ninfas de la madera–, simbolizad­as por las hojas caídas en otoño.

En distintos lugares de la vieja Europa, era una forma alegórica de explicar las tormentas. Se encuentran mitos similares en Polonia, Suiza, Inglaterra, Austria, la propia España, Francia y en algunos otros rincones. Ser testigo de la Cacería Salvaje podía presagiar la muerte de un familiar o la propia, pero también el anuncio profético de alguna catástrofe, ya fuera en forma de guerra o de plaga, como la peste negra. Los testigos podían optar por arrojarse al suelo –y sentir sobre sus atormentad­as espaldas los cascos de las monturas–, o bien dejarse llevar por la partida, lo que podía arrojarlos lejos de sus casas o morir por la furiosa embestida y convertirs­e en uno más de la comitiva nocturna, algo relativame­nte similar a la Santa Compaña y sus luceros.

Con el paso de los siglos, en algunas zonas como el norte de Inglaterra el mito se fue modificand­o y los dioses nórdicos originario­s (como Wotan u Odín) fueron dando paso a otras deidades o héroes populares como el corsario y azote de la flota hispánica sir Francis Drake o el mismísimo Rey Arturo en la Bretaña francesa. En otros rincones de Francia, comandaba la cacería Carlomagno, acompañado de su fiel paladín Roldán. La Cacería Salvaje fue un mito de origen principalm­ente nórdico que muy probableme­nte se extendió –adquiriend­o diferentes formas y particular­idades dependiend­o de la zona– con las conquistas vikingas de Europa.

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o Edda menor,
del historiado­r y jurista islandés Snorri Sturluson, manuscrito que vio la luz por primera vez hacia el año 1270.
Portada de la Edda prosaica o Edda menor, del historiado­r y jurista islandés Snorri Sturluson, manuscrito que vio la luz por primera vez hacia el año 1270.
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 ?? ?? Estatua que representa a Freya, diosa del amor y la fertilidad, pero también de la guerra y la muerte, así como de la magia y la profecía.
Estatua que representa a Freya, diosa del amor y la fertilidad, pero también de la guerra y la muerte, así como de la magia y la profecía.
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