OTRAS DEIDADES MESOAMERICANAS
Los mitos de los pueblos que habitaron el centro y el sur del continente americano antes de la llegada de los europeos son ricos en divinidades femeninas que presentaban esa doble naturaleza benévola y terrible. Cada una de las numerosas cosmogonías de los pueblos precolombinos es tan colosal y cautivadora que necesitaríamos el monográfico en su totalidad para siquiera acercarnos a su superficie. Ante la necesidad de economía narrativa, repasaremos algunas de sus deidades femeninas más sorprendentes:
ITZPAPÁLOTL. En las mitologías azteca, chichimeca y pipil es la diosa de la muerte y la obsidiana. Patrona de los sacrificios y regidora del Paraíso Terrenal conocido como Tamoanchan, se la representa como un esqueleto de mujer, con piel extremadamente fina y oscura con alas de mariposa –y cuchillas– que en lugar de manos tiene garras de jaguar y su naturaleza es muy temida: según algunos mitos es una de las deidades malévolas Tzitsimime que pretendían evitar la puesta de sol y que se alimentaban de carne humana. Su leyenda comienza con su aparición en la tierra, invisible a ojos humanos gracias a la capa que porta. Tras obtener el mandato sobre los chichimecas, se convirtió en una deidad venerada a la vez que temida por sus guerreros. Considerada la patrona de la muerte y el inframundo, también fue venerada como Madre en la Guerra. En la cosmovisión mexica, es algo más que una deidad, pues en su figura se aúnan elementos de la vida, la muerte y la fertilidad.
COYOLXAUHQUI. Es la diosa que para los mexicas explicaba la aparición de la luna llena en el firmamento. Mostraba también ese principio violento y «devorador» de muchas deidades lunares femeninas. Cuenta el mito azteca que la diosa de la luna nació como líder celestial: era hija de Coatlicue, la diosa de la fertilidad con falda de serpientes, y encabezó a la hueste de dioses que nacieron del seno de esta, en total otros 400 hijos a los que se conoce como «Centzon Huitznáhuac» (y que explican en la cosmovisión mexica la multitud de estrellas que lucen cada noche en el firmamento).
El mito narra que Coyolxauhqui –que en náhuatl significa «la adornada de cascabeles»– organizó a toda la hueste celestial para asesinar a su propia madre. ¿El motivo de la rebelión? La indignación que sintieron cuando Coatlicue quedó embarazada de Huitzilopochtli, dios de la guerra del panteón mexica, cuya concepción consideraban deshonrosa: pensaban que lo había engendrado con un desconocido, cuando en realidad quedó embarazada por una bola de plumas que cayó del cielo y guardó en su vientre. Cuando Huitzilopochtli nació, lo hizo completamente armado, y el colibrí zurdo (como se le conocía) se enfrentó a su hermana con toda su furia para evitar que matara a su progenitora. Este finalmente salió victorioso y, tras someter a sus 400 hermanos, decapitó a Coyolxauhqui y se comió su corazón. Luego, pateó su cabeza, que salió disparada hacia el cielo, aventó el resto de su cuerpo descuartizado montaña abajo, a
través de las ladera del cerro de Coatepec, y condujo a los aztecas hacia su nuevo hogar. Fue así como la Luna (Coyolxauhqui) comenzó a brillar en su fulgor pálido en el cielo.
Dicho mito fue representado en el Templo Mayor del recinto ceremonial de Tenochtitlan, capital del imperio mexica. Además, la gran pirámide truncada coronada con el templo de Huitzilopochtli representaba el Coatepec (salpicado de cabezas pétreas de serpiente) y a su pie yacía el monolito de Coyoalxauhqui desmembrada. Precisamente los sacrificios humanos que se realizaban en la cima (en ocasiones, de niños) aludían a dicho mito, pues los cuerpos de las víctimas sacrificiales, tras haberles arrancado el corazón, rodaban hacia abajo como lo hiciera al principio de los tiempos el de la diosa lunar.
IXCHEL. Era la poderosa diosa maya de la Luna. Su nombre significa «la Blanca» y podía dar vida a los seres humanos y a la naturaleza; además, regía el nacimiento de los bebés y tenía capacidades curativas. Sin embargo, también mostraba una capacidad destructiva: enviaba a la tierra inundaciones y tormentas a modo de castigo. En esta faceta oscura, se la representa rodeada de símbolos de la muerte y la destrucción, con una serpiente enrollada en su cuello y la cabeza adornada con huesos humanos, así como pies en forma de garras amenazadoras.
Era la esposa de Itzamná, dios todopoderoso artífice del mundo y al que se asocia con el Sol, contrapartida de la Luna: juntos tuvieron, según los mitos, 13 hijos. A Ixchel se la asocia también con la araña, cuya tela simboliza la placenta: el arácnido creaba el hilo de la vida, que alude al ombligo umbilical. Era asimismo una diosa oracular, cuyo templo principal se hallaba en Dcuzamil, en la provincia de Ecab, a donde acudían los peregrinos/consultantes a bordo de canoas. También se la adoraba en la punta sur de una isla en el que en ocasiones podía verse un espectacular arcoíris, otro de los símbolos (naturales) de la deidad; un enclave que, tras ser descubierto por los españoles, fue bautizado como Isla Mujeres, precisamente por las numerosas estatuillas que se encontraron en honor a dicha diosa: la tradición cuenta que cuando una mujer daba a luz, las hechiceras que la veneraban acudían a la casa de la parturienta y depositaban bajo su cama una pequeña representación de Ixchel.
XTABAY. Esta deidad maya, conocida también como Ix tab, era la esposa de Yum Kimil, nada menos que el Señor de los Muertos. Era, como tantas de nuestras protagonistas, una diosa ambivalente, que podía ser benefactora pero también cruel y embaucadora. Los mayas la consideraban la «señora de la cuerda», llamada así por ser patrona de los suicidas –en particular, los que morían por ahorcamiento–. En este sentido, su favor era positivo, pues, contrariamente a la moral católica, para los mayas el suicidio era, como para los samuráis nipones, una forma honorable de morir. Asimismo, se la consideraba una deidad de los pecados carnales y, como algunos yokai japoneses o los súcubos de las leyendas medievales occidentales, se solía aparecer a los hombres para seducirlos y después volverlos locos. Una de sus representaciones más celebres aparece en el Código Dresde, donde la diosa es representada con una soga que cuelga del cielo y rodea su cuello, mientras su rostro permanece con los ojos cerrados, símbolo de la muerte.
TLAZOLTÉOTL. Deidad mexica de origen huasteco cuyo nombre significa «diosa de la suciedad», pero que era realmente la diosa de la pasión y la lujuria (los apetitos carnales), y estaba relacionada con las fases de la luna. Mostraba, además, una gran ambigüedad: era una de las deidades más adoradas pero también de las más temidas. Conocida como «la comedora de suciedad», recibía dicho apelativo porque aseguran que visitaba a la gente a punto de morir. Mostraba también las contradicciones de algunos valores morales sobre la feminidad en la sociedad azteca: mientras provocaba el sufrimiento a través de diversas enfermedades venéreas, también las curaba con la medicina; y aunque inspiraba «desviaciones» sexuales –como las consideraban entonces– era capaz de absolverlas. Patrona de los médicos, la fertilidad y los partos, era a su vez una deidad cruel que podía provocar la locura.
En los códices mexicas es representada en ocasiones con la posición de dar a luz, pero también defecando, puesto que los pecados de lujuria eran simbolizados por los aztecas con excrementos. También aparece sosteniendo la conocida como «raíz del diablo», una planta que usaban para intensificar los efectos de una bebida de origen prehispánico relacionada con la lascivia conocida como pulque (o aguamiel).