Año/Cero

DIOSAS OSCURAS DE EXTREMO ORIENTE

CHINA, JAPÓN… LAS RICAS MITOLOGÍAS DEL EXTREMO ORIENTE ESTÁN PREÑADAS DE DEIDADES FEMENINAS AMBIVALENT­ES Y OSCURAS, TAMBIÉN DE SERES ESPECTRALE­S Y DEMONÍACOS CONDENADOS A VAGAR EN LAS TINIEBLAS. REPASAMOS ALGUNOS DE LOS MÁS INQUIETANT­ES.

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Si viajamos hasta el país del Sol Naciente, Amaterasu es una de las diosas más destacadas del sintoísmo, la religión predominan­te en Japón tras el budismo. Pero antes de hablar de ella nos detendremo­s en la figura de su madre, Inazami, consorte de Inazagi, ambos dioses creadores del mundo y las ocho islas que configuran el país. Tras quedarse embarazada, Inazami dio a luz a los espíritus del mar, la hierba y el viento; luego, configurad­a la naturaleza, parió a un nuevo hijo, Kagutsuchi, el dios del fuego, quien al nacer quemó los genitales de su madre; las heridas fueron tan graves que la diosa murió poco después.

Inazagi, desolado, solo y muy enojado, cercenó con una espada la cabeza a su hijo, pero al ver que la venganza no aplacaba su tristeza, descubrió que la única forma de recuperar a su mujer era visitar el inframundo, que la cosmogonía nipona es conocido como Yomi. El dios bajó hasta allí y se encontró con Inazami, quien estaba esperándol­o, sin embargo, esta ya no podía escapar del inframundo porque había degustado la comida de aquel lúgubre sitio.

Cuando la encontró, la diosa pidió a su marido que no la mirara, pero este, impaciente, ignoró su petición y encendió una antorcha, momento en que pudo observar que ya no era la mujer hermosa con la que se había casado, sino un esqueleto podrido, devorado por los gusanos. Luego Izanagi regresó a la superficie, aún asustado por su visión, se lavó la cara en el río Tachibana, en Himuya, purificaci­ón durante la cual nacerían otros tres dioses: la primera fue Amaterasu, la diosa del Sol, que nació cuando el dios se lavó el ojo izquierdo; Tsukuyomi, el dios de la Luna, cuando se lavó el derecho y Susanoo, dios del mar y las batallas, cuando se lavó la nariz.

DIOSA DEL SOL

Amaterasu significa «brillar en el cielo», y el de su nombre completo, Amaterasu-omikami, «La Gran Divinidad que Ilumina el Cielo». Era la gobernador­a o reina del cielo o Takamagaha­ra, junto a otras estrellas que tejían con telares el crecimient­o de los campos de arroz; también era una deidad de la agricultur­a: enseñó a los hombres a cultivar el arroz y a tejer la ropa.

Aunque los tres dioses debían gobernar juntos, la favorita de Izanagi era Amaterasu, lo que generaría no pocos problemas: el hijo pequeño, Susanoo, celoso, acabaría siendo expulsado del cielo por su padre, pero antes, cuando fue a despedirse de su hermana, le propuso un reto (quién de los dos sería capaz de crear más espíritus de la naturaleza) que finalmente ganaría Amaterasu. Susanoo, creyendo que había hecho trampas, lleno de rabia destruyó gran parte de la Tierra y el Cielo: pisoteó los arrozales, llenó el palacio de su hermana de excremento­s, mató a sus animales y esparció sus cuerpos por distintos lugares, entre ellos el cadáver de un poni (el «potro del cielo») cuya piel lanzó a uno de sus telares, acabando con la vida de todas las muchachas que trabajaban en él. Muy entristeci­da por las pérdidas, Amaterasu se encerró en una caverna Amano-Iwato, «la Cueva de la Roca Celestial», donde permaneció más de un año llorando. A causa de ello, el universo se volvió oscuro. Las gentes fueron hasta la cueva para intentar convencerl­a de que saliera: le llevaron joyas y espejos, pero Amaterasu no cedió. Finalmente, los dioses organizaro­n un baile que provocó las risas de la gente, y ante el revuelo la diosa salió de su escondite; su luz, que era la del mismo Sol, se reflejó en ese momento en un espejo octogonal que habían colocado los dioses a la salida de la cueva, iluminando nuevamente el mundo y haciendo huir la oscuridad y el caos, termi

Se separaron, razón por la que la Diosa del Sol y el Dios de la Luna nunca se encuentran en el cielo, y se produce la división entre el día y la noche

nando el largo invierno y llegando la primavera. En ese momento, además, los dioses sellaron la entrada de la caverna, impidiéndo­le volver a su interior y su hermano Susanoo fue desterrado, aunque se reconcilia­ron cuando este le entregó a su hermana la legendaria espada Kusanagi-no-Tsurugi («Espada de la lluvia de las nubes en racimo»), una de las tres insignias imperiales de Japón.

Cuenta el mito nipón que desde entonces la diosa vive en el cielo (Takama no Hara), y que, al igual que sus padres (que eran también hermanos) se casó con Tsukuyomi, algo bastante habitual en este tipo de mitos ancestrale­s. Durante un tiempo feliz gobernaron juntos el cielo, pero un día la diosa descubrió que su esposo albergaba un lado oscuro: habían sido invitados a una fiesta organizada por Uke Mochi, la diosa sintoísta de la fertilidad y los alimentos, y como Amaterasu no pudo ir, envió a su esposo/hermano. Una vez allí, Tsukuyomi vio a la diosa preparar el suculento banquete: Uke Mochi creaba los alimentos con su propio cuerpo: los sacaba de la nariz y los escupía por la boca: algas, peces, arroz, carne de caza… una imagen que al dios de la Luna le pareció tan repugnante y escabrosa que acabó con la vida de Uke. Una vez muerta, de su cadáver comenzaron a brotar otros alimentos: de sus ojos salió arroz y de sus oídos, mijo; de sus genitales, trigo, de su nariz judías y de su ano, soja.

Amaterasu no pudo perdonar aquel crimen a su marido y se separaron, razón por la que la diosa del Sol y el dios de la Luna nunca se encuentran en el cielo, y se produce la inexorable división del día y la noche. En base a las historias narradas en el Kojiki y el Nihon Shoki, los emperadore­s de Japón se consideran descendien­tes directos de Amaterasu. La leyenda afirma que la razón se encuentra en que seis generacion­es después, Jinmu, nieto de la deidad solar, se convirtió en el primer emperador del sol naciente, mito que establecer­ía la divinidad del soberano según los principios del sintoísmo, religión oficial del Estado nipón en 1868 cuando el emperador Meiji tomó el poder.

LA DIOSA CHINA DE LA LUNA

En los últimos años han sido célebres las misiones espaciales chicas que Beijing ha lanzado al espacio para explorar el lado oscuro de nuestro satélite y que han sido bautizadas como Chang’e. Una denominaci­ón que demuestra la relevancia que aún tiene, incluso

en un régimen comunista y ateo, una de los diosas fundadoras de la cosmogonía del gigante asiático; y es que Chang’e es el nombre de la deidad china de la Luna.

La versión más difundida del mito (aunque hay varias, y en ocasiones notablemen­te distintas) cuenta que Chang’e era la esposa de un famoso arquero de nombre Houyi; eran tan felices que el guerrero visitó a la Diosa del Cielo para pedirle el elixir de la inmortalid­ad y no separarse nunca, ese mismo que obsesionó, entre otros. Cuando la diosa le entregó la poción con el elixir al arquero, advirtió a este de que la botella únicamente alcanzaba para hacer inmortales a dos personas, y que si solo una de ellas bebía el contenido al completo, volaría hacia el cielo. Hou-yi salió de su casa y dejó el brebaje allí, momento que uno de sus alumnos, aprendiz de guerrero, intentó robarle la botella. Chang’e, que lo descubrió, en su afán por evitar el robo, bebió todo su contenido, y su cuerpo se elevó rápidament­e hacia el cielo, convirtién­dose en una diosa, pero sin poder compartir su existencia con su amado; sin embargo, para estar lo más cerca posible de la Tierra y de Hou-yi, se quedó en la Luna.

Hay diferentes versiones del mito. En la llamada «Versión de

Jade», se cuenta que Chang’e y su esposo eran inmortales y vivían en el cielo, momento en el que existían diez soles que eran los hijos del Emperador de Jade. Durante mucho tiempo, cruzaron el cielo uno por uno, pero un día, apareciero­n todos a la vez en el firmamento, provocando un calor abrasador que quemaba la Tierra. Entonces el emperador invocó a Houyi que le ayudara, y este disparó a nueve de sus hijos y dejó solo a uno para que fuese el astro rey, solución que no gustó al Emperador de Jade, que condenó a Hou-yi y a su esposa a vivir como mortales en la Tierra.

Aquella situación provocó una enorme tristeza en Chang’e, y entonces su esposo emprendió un largo viaje en busca de la píldora de la inmortalid­ad, y cuando llegó al final de su travesía, se encontró con la Reina Madre del Oeste (Xiwangmu), momento en que se produce una historia de gran similitud con la anterior: la diosa le da la píldora, pero le advierte de que cada uno solo necesitará la mitad para alcanzar la vida eterna. Al regresar, Hou-yi guardó el preciado tesoro en un cajón, y antes de ausentarse advirtió a su esposa de que no lo abriera. Chang’e, movida por la curiosidad, abrió el cajón y encontró la píldora justo cuando Hou-yi regresaba al hogar; nerviosa por si era descubiert­a, la tomó entera e inmediatam­ente comenzó a flotar hacia la Luna.

EL CONEJO BLANCO Y EL DEMONIO CERDO

Otra versión afirma que tras derribar a los nueve soles, la diosa Xiwangmu le dio a Hou-yi un elixir de la inmortalid­ad, pero solo había bastante para una persona, y puesto que el arquero no quería abandonar a su esposa, ocultó el brebaje bajo su cama. Chang’e lo descubrió, y esa noche bebió el elixir hasta su última gota y comenzó a elevarse. Hou-yi salió al exterior y la encontró a la deriva. Enojado, cogió su arco e intentó derribarla, pero erró los disparos.

Con el tiempo, Hou-ji no dejaba de mirar hacia la Luna, pensando que Chang’e debía sentirse muy sola allí, y comenzó a dejarle sus postres y frutas favoritas fuera cada noche, origen de una celebració­n milenaria. Y aún hay otro final alternativ­o, aún más oscuro: Chang’e es castigada por traicionar a su marido y convertida en un sapo de horrible fealdad, condenada a vivir una solitaria y repulsiva existencia en la Luna. También se la muestra adicta al elixir de la inmortalid­ad, elaborándo­lo y consumiénd­olo a perpetuida­d, hasta que un conejo blanco («El Conejo de Jade») vuela hasta la Luna para hacerle compañía y ayudarle a preparar el brebaje.

Salvo el descuido –o robo– del elixir de la inmortalid­ad, Chang’e no muestra, como otras deidades, una faceta oscura o ambivalent­e. Sin embargo, sí se la relaciona con un importante demonio de la mitología china. En Viaje al Oeste, una novela del siglo XVI escrita por Wu Cheng’en, se cuenta la historia de Zhu Baijie, comandante celestial de las fuerzas navales del Emperador de Jade, castigado por coquetear con Chang’e: es despojado de su puesto y convertido en un demonio cerdo desterrado al reino de los mortales. En honor a la diosa se celebra, cada día 15 del octavo mes del calendario lunar chino, el Festival de la Luna o de Mediados de Otoño, en toda Asia oriental y sudorienta­l.

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Amaterasu, la diosa del Sol del sintoísmo japonés. A la izquierda, arriba, la diosa dentro de la cueva y el comienzo de la danza milenaria. Debajo, Uke Mochi, la diosa sintoísta de la fertilidad y los alimentos, que es asesinada por Tsukuyomi.

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