CHAXIRAXI LA ÚLTIMA DIOSA MADRE DE OCCIDENTE
MÁS ALLÁ DE LAS COLUMNAS DE HÉRCULES, EN AQUELLOS DOMINIOS DE LO DESCONOCIDO QUE LAS CULTURAS CLÁSICAS CONVIRTIERON EN TERRITORIO DE DIOSES, HÉROES Y MONSTRUOS, SE CUSTODIABA A CHAXIRAXI, UNA VIRGEN NEGRA EN LA QUE EN PLENO SIGLO XIV SE AUNABA LA HUELLA TEMPLARIA CON LA EXPRESIÓN FEMENINA DE LA DIVINIDAD ABRAZADA POR LA ENIGMÁTICA CULTURA TIFINAGH.
Al menos cien años antes de finalizada la conquista de las islas Canarias, una imagen mariana de corte cristiano recibía atenciones de diosa entre los antiguos guanches de la isla de Tenerife. Para la fe católica sería Nuestra Señora la Virgen de Candelaria, pero para la población aborigen que la custodiaba, era Chaxiraxi, aquella «que carga o sostiene el firmamento» en lengua nativa. El conquistador gaditano Alonso Fernández de Lugo, que en 1496 puso fin para la Corona de Castilla a varias décadas de incursiones y duras batallas con las aguerridas poblaciones de las islas, ganaba también de forma definitiva para la cristiandad un archipiélago donde perduraba el culto a los astros, a los antepasados, y en el marco de su comunión con la naturaleza, a la Diosa Madre. Allí los europeos, entre una población que parecía vivir encapsulada en un remoto pasado, y que contaba con una estirpe de sacerdotisas conocidas como harimaguadas, así como con ídolos femeninos de grandes atributos y zonas de culto a la fertilidad en el interior de las grutas, encontraron una Virgen-Madre cristiana. Esa imagen mariana, a la que también se referían los guanches como «La Extranjera», o bien bajo la expresión Axmayex Guayaxerax Achoron Achaman, traducida medio milenio atrás como la Madre del Sustentador del Cielo y la Tierra, y, desde la filología actual, como «la sustentadora del Universo», estaba en Tenerife desde finales del siglo XIV. Según el recuerdo de los guanches de mayor edad que hablaron con los primeros cronistas, no pudo ser antes del año 1380, aunque la discusión sobre este punto llega a retrasar su llegada hasta mediados del siglo XV. El dato no es baladí, pues como veremos, de esa fecha depende identificar al ideólogo de este fenómeno de sincretismo religioso. Y es que más allá de la candidez de las crónicas milagreras, que atribuyen su presencia en la isla a los ángeles, la talla original de madera policromada de apenas un metro de altura debió de ser traída por cristianos, posiblemente en el marco, y como avanzadilla, de un plan de evangelización religiosa y conquista militar trazado a medio plazo. Dicho plan, que al menos en este aspecto optó por la persuasión antes que por la confrontación, tuvo en consideración el universo de creencias espirituales y prácticas cultuales de procedencia bereber de la población aborigen, dado que la elección de una figura femenina, la estética de la misma, así como los enclaves en los que transcurre su aparición y primeros compases, resultaron oportunamente compatibles con lo que los guanches, ajenos a la nueva fe, venían creyendo y practicando desde hacía milenios. ¿Quiénes estuvieron detrás de su providencial irrupción en las islas? ¿Qué representaba exactamente la preciada talla, cuyo estilo encaja en el gótico tardío? ¿Cómo encajó en la cosmovisión de origen norteafricano de los guanches? Para dar respuesta a estas y otras preguntas sobre la que posiblemente haya sido la última virgen negra de los Caballeros Templarios, además de la representación física del principio creador femenino en el ámbito bereber, conviene contextualizar históricamente al pueblo protagonista.
UNA MADRE HACEDORA DE PRODIGIOS
Los prehistoriadores ya no albergan dudas sobre la procedencia norteafricana de las poblaciones
preeuropeas de las Islas Canarias. En su origen continental, estas poblaciones bereberes heterogéneas que se extendían por un vasto territorio que abarcaba desde el norte del Sáhara hasta Egipto, parecían tener un substrato cultural y religioso troncal, reivindicándose en las últimas décadas el uso de la denominación pueblos imazighen, –plural de Amazigh, que es traducible como «hombres libres»–, frente al concepto árabe bereber, equivalente a bárbaro.
Aunque se mantienen algunas incógnitas sobre el momento exacto en el que alcanzan Canarias, el número de arribadas y el mecanismo usado para las mismas, dado que se asume que eran unas poblaciones que no conocían la navegación, tanto la arqueología como la cultura comparada y la moderna genética, han dejado claro que el archipiélago fue poblado originalmente, al menos hace dos mil años, por tribus imazighen preislámicas instaladas en el
Magreb. Es en ese contexto en el que habremos de rastrear los orígenes de la manifestación femenina de lo sagrado entre los guanches, orígenes que debieron permanecer presentes, aunque sometidos a procesos de adaptación y evolución propia en las islas, durante al menos quince siglos. Es decir, que para cuando irrumpe esta advocación mariana en la historia insular, las poblaciones indígenas de Canarias ya llevaban alrededor de 1500 años habitándolas, desde una época en la que el cristianismo no había surgido, la península ibérica estaba bajo el poder de Roma, y en Egipto gobernaba la dinastía Ptolemaica.
En cuanto a la aparición de la enigmática imagen, Chaxiraxi-Candelaria, el relato legendario describe cómo fue hallada sobre una roca por dos pastores guanches, a escasos metros del mar, en la que sería conocida posteriormente como Playa de El Socorro, en el valle tinerfeño de Güímar.
Allí, un pozo milagroso y una cruz recuerdan tal prodigio. Las cabras de su rebaño se detuvieron ante la presencia de la efigie, que desconcertó a los propios indígenas. Entendiendo que era mujer por llevar un niño en brazos, y conforme a la norma social vigente entre los guanches de no poder dirigirle la palabra a una mujer que estuviera sola, la leyenda cuenta que le hicieron señas para que se apartara. Obviamente no lo hizo, lo que llevó a uno de ellos a lanzarle una piedra para que se apartara, paralizándosele milagrosamente el brazo. Ante esto, el otro cabrero intentó cortarla con una piedra afilada de obsidiana, llamada tabona, recibiendo en sí mismo los cortes. A partir de ahí avisarían al mencey o jefe tribal de la zona, y tras la curación milagrosa de los heridos, sería traslada a la cueva-residencia del mandatario, donde recibiría un trato reverencial asignándole un rebaño propio, que en la época era un tributo de extraordinario valor. Este relato fue inmortalizado, entre otros, por el dominico fray Alonso de Espinosa, autor que recibiría el encargo a finales del siglo XVI de
El relato legendario afirma que Chaxiraxi fue hallada en una roca por dos pastores, en la que sería conocida posteriormente como Playa de El Socorro, en Güímar
recoger la historia de su aparición y prodigios en el libro Del origen y milagros de la Santa Imagen de nuestra Señora de Candelaria, publicado hacia 1594. Una versión alternativa de la leyenda, aportada por el fraile franciscano Martín Ignacio de Loyola hacia el año 1580, sitúa la aparición dentro de una cueva, un espacio sagrado guanche conocido como Achbinico que sería consagrado a San Blas una vez acabada la conquista. El detalle de la cueva no es despreciable, en la medida en que ya era un recinto sacro guanche donde, por tradición, se describía la existencia de un ídolo nativo. La arqueología ha revelado la existencia de un gran área de combustión de al menos 5 m2, con oquedades que hablan de la simultaneidad de las hogueras, posiblemente fuegos rituales anteriores a su uso cristiano. En todo caso, ambos autores, además de estar claramente sesgados por su cultura cristiana, recogen sus relatos un siglo después de la Conquista y dos siglos más tarde de producirse la aparición, de manera que no podemos exigirles una excesiva precisión en los mismos. Tras unos años en una u otra cueva, y una vez vencidos los guanches en 1496, la talla mariana terminaría contando con iglesia propia, un templo que, paralelo a su culto, iría transformándose y ganando en esplendor hasta que fue arrasado por un virulento temporal en los primeros días de noviembre del año 1826. Aquella catástrofe también se llevó consigo la talla original de La Candelaria, privándonos de la oportunidad de realizar estudios directos sobre ella que despejasen definitivamente sus incógnitas, aunque sus siglos de culto nos permiten contar con detalladas descripciones, además de con representaciones en cuadros y esculturas que la plasmaron con bastante exactitud.
MENERA, TEMPLARIOS Y TANIT
La gran incógnita que persigue a los historiadores que se han ocupado del asunto concierne al mecanismo por el que los antiguos guanches aceptaron e integraron en su cosmovisión aquella imagen, en apariencia, ajena por completo a su cultura. De hacer caso a las crónicas, la identificaron como valiosa, la custodiaron y le dieron un trato preferente muchos años antes de la llegada de cristianos, de manera que tuvieron que ver en ella algo propio. La manera en la que esto fue posible en esa primera etapa es un enigma. Lo que sí sabemos es que décadas después de su providencial aparición, según el relato de Alonso de Espinosa, aparece en la trama la figura de Antón Guanche, un indígena que según nos cuenta el dominico y otros autores, fue capturado como niño en las costas de Güímar y educado como cristiano durante unos años en la ya cristianizada isla de Lanzarote. Por lo general se acepta que posiblemente fue el conquistador Hernán Pereza el responsable de la captura y educación. El
muchacho terminaría escapándose, y, reintegrado nuevamente en su pueblo guanche, explicaría a los suyos el significado cristiano de la talla y la manera en la que encajaba en su marco ancestral religioso, recayendo en él a partir de ese momento la misión de custodiarla.
Es imposible saber cuánto de real y cuánto de mito interesado existe en todo este asunto. Lo que sí está claro es que la rareza de los hechos ha llevado a especular durante siglos a todo tipo de autores sobre la naturaleza y significado de la imagen. Y es así que, dejando fuera que fuese trasladada por los ángeles, o la hipótesis de que la imagen llegó fortuitamente tras desprenderse de la proa de un barco, al que servía de adorno, encontramos otros apasionantes escenarios. Es el caso de la tesis del prestigioso historiador del Temple y el mundo medieval Rafael Alarcón Herrera. Este autor sostiene que Nuestra Señora de la Candelaria es una Virgen Negra de origen templario. «Tal figura mariana –escribe Alarcón– representa el sincretismo insular de una antigua Madre-Tierra, adorada por los isleños prehispánicos bajo una forma hoy perdida pero con unos rituales concretos, relativos a la fertilidad y a la fecundidad propios de su cultura neolítica». De acuerdo con su propuesta, la efigie fue trasladada a las islas pocas décadas después de la disolución de la Orden del Temple por los herederos ideológicos de la misma, concretamente por el conquistador normando Jean IV de Bethencourt. Este oscuro personaje sería el encargado de conquistar las islas de Lanzarote, Fuerteventura y El Hierro a comienzos del siglo XV. Bethencourt habría entregado en aquellos años la imagen a una reducida comunidad neotemplaria que convivía con los guanches de forma pacífica, circunstancia esta que Alarcón apoya en la tradición guanche recogida por Alonso de Espinosa sobre la llegada, por la zona donde hoy está el turístico municipio de Icod de los Vinos, de un contingente de sesenta personas. ¿Templarios quizás, huidos de la persecución que sufrían en Francia desde el año 1307? Es imposible saberlo, pero los guanches viejos recordaban que al lugar de su morada llamaban en su lengua Alxanxiquian abcanahac xerax, que quiere decir: «Lugar del Ayuntamiento del hijo del grande». También, en apoyo de la existencia clandestina en la isla de ese colectivo neotemplario sugerido por Alarcón, estarían las llamadas «procesiones de ángeles», desfiles nocturnos vistos por muchos testigos en las playas próximas al templo de la Candelaria, en los que además de aromas y cánticos, quedaban en la arena y en las rocas los restos de cera. ¿Rituales esotéricos para la Diosa? Tal vez. Pero, ¿por qué traer a Canarias esa imagen? El motivo pudo ser el de señalar a las islas como un lugar especial, bien por haberse escondido algo muy valioso en ellas, o por constituirse para el mundo en expansión que amanecía en aquellos años en un nuevo centro difusor de la civilización y el conocimiento. Estaríamos, en resumen, desde esta apasionante lectura, ante una Virgen Negra, una representación de la Gran Diosa Madre que tomaría el relevo e integraría en sí misma la tradición y significados de diosas antiguas como Isis, Ceres, Artemisa, Cibeles, Démeter o Isthar, entre otras.
Pero antes de esta propuesta templaria, existieron otras que conectaban la imagen con una Gran Diosa. En 1898 entró en escena el reputado erudito escocés John Campbell, a quien el investigador tinerfeño Juan Bethencourt Alfonso remitió algunas representaciones de la imagen, así como la transcripción de las enigmáticas letras que adornaban los ropajes de la talla original. A través de la estética de la figura y del desciframiento de su código en su condición de filólogo, concluyó que se trataba de una representación de la diosa Menera, asignándole una antigüedad de dos milenios y atribuyéndola, de manera bastante atrevida, a supuestas poblaciones etruscas o íberas que habrían habitado el archipiélago canario. Menera es Menrva o Menarva, diosa etrusca de la sabiduría que formaba parte de la triada principal de dioses de esta cultura, siendo la predecesora de la Minerva romana y la Atenea griega.
De mayor éxito ha gozado la vinculación de Chaxiraxi, y por lo tanto de Nuestra Señora de Candelaria, con la diosa púnica Tanit o Tinit, equivalente a la Astarté de los fenicios. Esta divinidad presente durante milenios por toda Europa y el África mediterránea está asociada a la Luna y a la fertilidad, viviendo su mayor protagonismo como divinidad principal entre los cartagineses. En Tanit vemos también a la Hera de los griegos, a la Juno de los romanos y a la diosa madre de los árabes prehispánicos, Al-lat o Alilat. Su presencia entre el pueblo Amazigh está bien documentada, en gran medida por la influencia de Cartago, de manera que es muy plausible que formara parte del
paquete fundacional de conocimientos, cultura y creencias con el que se asentaron en Canarias hace dos milenios. Esquemáticamente se la representa como un triángulo equilátero, símbolo femenino por excelencia, con un círculo en su vértice superior, como emblema solar a la par que expresión de su compañero de culto Baal Hammon, dios de la fertilidad en la naturaleza para los cartagineses equivalente a Saturno, Cronos o Poseidón. El creciente lunar y la estrella, la T con los brazos ligeramente curvos, o el cono truncado en piedra llamado betilo, también son esquematizaciones de esta diosa. El agua y manantiales, así como las cuevas, son sus espacios de culto, elementos ambos que aparecen claramente reflejados en la leyenda de la aparición de La Candelaria, así como muy presentes en la espiritualidad de los antiguos guanches.
Sin embargo, resulta mucho más interesante a la hora de explorar esta conexión entre Chaxiraxi y Tanit el hallazgo de varias representaciones esquemáticas de esta diosa púnica-cartaginesa en las islas, así como el análisis, siempre discutible, de diversidad de topónimos, nombres y palabras que han perdurado hasta nuestros días
La rareza de los hechos ha llevado a especular durante siglos a todo tipo de autores sobre la verdadera naturaleza y significado de la imagen que veneraban los guanches
desde tiempos de los guanches, vocablos que parecen derivar del término Tanit y sus variantes. En cuanto a las fuentes escritas y la investigación arqueológica, existen al menos tres elementos especialmente llamativos que podrían estar vinculados al culto a esta diosa. Por un lado, el fenómeno de las harimaguadas, una estirpe de mujeres sagradas que vivían en grutas aisladas del resto de la comunidad y estaban dedicadas al culto. Estas mujeres vírgenes vestían de blanco y realizaban rituales con el agua en el mar, así como ofrendas propiciatorias con leche y manteca en ciertos enclaves prominente de las islas. No está claro sí eran sacerdotisas o bien jóvenes por cuya pureza y fertilidad se velaba en beneficio de su comunidad, aunque en ambos casos parecen vinculadas a la fecundidad y a un modelo socio-religioso matriarcal.
En segundo lugar, la presencia de un buen número de ídolos de barro y piedra que, de forma explícita o más esquemática, parecen representar divinidades femeninas que evocan la fertilidad, al modo de las venus paleolíticas. No está claro si estas figuras estaban en santuarios colectivo o bien como ídolos propiciatorios o protectores en el ámbito doméstico.
Y, por último, la abrumadora presencia en la isla de Gran Canaria de cuevas que contienen en su interior grabados triangulares, formas que han sido interpretadas como pubis, como vulvas, y que ha llevado a los prehistoriadores a suponer que eran el escenario de cultos y prácticas propiciatorias de la fecundidad. ¿Ofrendas, tal vez, como sugieren las cazoletas y canalillos que hay en algunas de ellas? ¿Tal vez prácticas sexuales? Ciertamente, no lo sabemos.