LA OPINIÓN DEL EXPERTO
ANDREA D. MORALES ES HISTORIADORA ESPECIALIZADA EN LA EDAD MEDIA Y ESCRITORA. ES AUTORA DE VARIAS NOVELAS HISTÓRICAS Y AHORA PUBLICA CON ALFAGUARA «DIVINAS. MITOLOGÍA, PODER Y ENERGÍA FEMENINA».
Hablas de doce diosas para los doce meses del año, pero ¿con cuál te identificas más? No creo que me identifique únicamente con una, ya que todas han sido escogidas por poseer un rasgo que podría formar parte de la personalidad de muchas lectoras y lectores. Son, además, características comunes. En mi caso, considero que tengo esa tendencia al estudio y las artes –algo intrínseco en Minerva–, pero también ese ansia de libertad tan propia de Artemisa, esa necesidad de perfección y autoridad de Ereshkigal, y esa protección hacia las criaturas pequeñas, como Taweret. Al final somos un cúmulo de virtudes y faltas.
Como reina de la muerte en la mitología sumerio-acadio, ¿qué papel representaba la diosa Ereshkigal?
En un principio, los relatos mitológicos se crean para así dar respuestas a todos los enigmas que perturbaban al ser humano. Del mismo modo, los dioses acaban representando lo peor y lo mejor del hombre, no son seres superiores que nadan en la perfección, sino que están compuestos de múltiples atributos.
Las diosas del Inframundo funcionan igual, son mujeres con defectos y virtudes, y nosotros decidimos qué es lo que queremos abrazar de ellas. Podríamos quedarnos solo con que Ereshkigal mata a su hermana Inanna de una mirada debido a la furia que siente, pero también podemos ahondar en la cuestión y podemos quedarnos con que esa furia nace de que Inanna ha desobedecido las leyes que rigen el mundo de los vivos y los muertos, penetrando en un territorio que le está vetado y perturbando el descanso de las almas que allí residen.
Sugieres que antiguas diosas pueden ayudar a la mujer de hoy. ¿Cómo?
Lo primero, en reconocernos en lo que otrora fuimos. Siempre incido en que conocer el pasado nos permite conocer el presente. En el caso de la mujer me parece muy importante, ya que desde tiempos inmemoriales ha existido un modelo al que hemos de acogernos, una división que nos ha separado en dos categorías, la de «mala mujer» y la de «buena mujer». Lo segundo, frente a la idea preestablecida de que solo hay diosas destinadas al amor, el hogar, la maternidad y la fertilidad, hay que demostrar que no es cierto. Muchas divinidades han ostentado roles muy diferentes, y estas actividades, tradicionalmente masculinas, están abiertas a la presencia de mujeres. Y lo tercero, y es este el principal objetivo del libro, es ofrecer la posibilidad de que las niñas y las mujeres puedan aceptarse en su peor y en su mejor versión. Que se sientan representadas en diosas, diosas que podrían ser ellas mismas, cometiendo errores y aciertos o siendo víctimas de grandes tragedias a las que sobreviven. Pienso en Sedna, la deidad inuit que sufrió la traición de su padre y su marido, quien la maltrataba, o en Ereshkigal, que fue sometida por su esposo.