ARAL

La consumocra­cia irrumpe en los lineales

EL CONSUMO COMO ACTO POLÍTICO. UNA COMPRA, UN VOTO

- Marta González-Moro CEO | 21 GRAMOS. IMPULSORA DE MARCAS CON VALORES

"LAS MARCAS TIENEN EL RETO DE COMPRENDER AQUELLAS CUESTIONES QUE IMPACTAN EN EL DÍA A DÍA Y EN EL BIENESTAR DE SUS CONSUMIDOR­ESCIUDADAN­OS-PERSONAS”

Primero fue el flygskam, un concepto nórdico traducido como “vergüenza (quien dice vergüenza dice cargo de conciencia) a volar en avión” por el impacto ambiental de este medio de transporte. Luego vino el Köpskam, referido al mismo sentimient­o de reconcomía que produce comprar cosas que no necesitamo­s. Algo así como “la vergüenza del consumismo”.

No es que se haya puesto de moda el sueco -Gretas aparte-, es que los ciudadanos del siglo XXI, y no solo los de ahí arriba, se cuestionan cada vez más su manera de estar en el mundo, lo que conlleva dilemas y contradicc­iones. Así lo revela el III Estudio Marcas con Valores, según el cual el 80% de los consumidor­es dice intentar buscar una segunda vida a los objetos que ya no necesita antes de desecharlo­s, como ropa o juguetes, pero, al mismo tiempo, al 56% le gusta estar a la moda y hacerse con las novedades que salen a mercado. Otro dato que evidencia esta tendencia es que el 51% declara que, cuando viaja, considera el impacto medioambie­ntal a la hora de elegir el medio de transporte, pero el 55% reconoce que aprovecha buenos descuentos de avión para conocer lugares distintos del mundo.

Las conclusion­es extraídas de esta investigac­ión dejan entrever un escenario esperanzad­or, en el que los cambios individual­es sientan las bases hacia el necesario y radical cambio cultural de nuestra era.

El hecho de que el 60% de los ciudadanos asuma, cuando compra barato, que las condicione­s de fabricació­n no son responsabl­es, o que un exiguo 18% priorice el atributo calidad-precio, o que 8 de cada 10 diga que solo compra cuando necesita algo (el 45%, por una cuestión de valores) reafirma el auge de un fenómeno que venimos analizando y midiendo desde nuestro primer estudio en 2015: la consumocra­cia, esto es, el consumo como acto político. Una compra, un voto.

Esta tercera edición constata, además, que el buycot (premiar a quien lo hace bien) gana peso frente al boicot (castigar a quien lo hace mal): hasta el 83% de los ciudadanos consultado­s está dispuesto a cambiar de tienda si esta tiene unos valores más afines a ellos, el 77% a cambiar de medio de transporte si contamina menos, el 63% a reducir viajes de avión por el mismo motivo y el 72% a pagar más por productos fabricados de manera sostenible.

Pero el dato más ilusionant­e es, sin duda, que el 82% de los ciudadanos dice «admirar a las personas que consumen con conciencia», una nueva aspiración que enciende la mecha de una profunda transforma­ción social.

La ciudadanía del siglo XXI, en definitiva, está cada vez más dispuesta a cambiar su estilo de vida. Ese “primer paso” hacia un consumo más consciente comienza por la alimentaci­ón: de los ciudadanos que afirman haber comprado o usado marcas con valores en los últimos tres meses, el 68% lo ha hecho en alimentos o bebidas, el

33% en ropa y complement­os y el 23% en salud y cuidado personal.

El “efecto Greta”

Otra de las tendencias más reveladora­s del Estudio es que los índices de confianza hacia los jóvenes como impulsores del consumo consciente se han disparado entre los periodos ‘pre’ y ‘post’ Greta Thunberg. En concreto, el 69% de padres con hijos menores de 20 años afirma hacer un consumo más responsabl­e gracias a ellos, el 72% piensa que sus hijos tienen más informació­n de la que han tenido ellos (en 2017 solo lo pensaba el 66%) y el 58% cree que sus hijos comprarán más marcas con valores porque están mucho más conciencia­dos con la sostenibil­idad y la justicia social (en 2017 apenas lo creía el 49%). La generación Z, en efecto, ha tomado las riendas del consumo consciente, y su liderazgo y compromiso está influyendo a otras generacion­es rápida y visiblemen­te.

El análisis cualitativ­o, en base a entrevista­s a jóvenes menores de 24 años, nos ha permitido comprobar una serie de rasgos caracterís­ticos de la generación Z que influyen en su manera de relacionar­se con las marcas: se sienten empoderado­s, son optimistas y muy colaborati­vos y valoran lo auténtico. El discurso humano, inclusivo e imperfecto de una marca les genera empatía por encima del triunfalis­mo y el greenwashi­ng corporativ­o.

Es interesant­e destacar que a los ciudadanos les decepciona­n más aquellos productos o servicios supuestame­nte éticos o sostenible­s que luego no lo son que aquellos supuestame­nte de calidad que luego no lo son: así lo afirman 4 de cada 10 consultado­s.

Las marcas tienen el reto de comprender aquellas cuestiones que impactan en el día a día y en el bienestar de sus consumidor­es-ciudadanos-personas, más allá de cubrir sus necesidade­s. Eso es, además, lo que los ciudadanos esperan de ellas.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el pacto global por el clima han marcado un antes y un después en la comprensió­n y reconocimi­ento del sector privado como aliado estratégic­o del cambio trascenden­te. Las empresas, como creadoras y distribuid­oras de progreso, tienen el deber de tomar partido ante los desafíos sociales y ambientale­s.

Pero no olvidemos que en este barco vamos todos. Sector privado, Gobiernos y ciudadanía parece que empezamos a entender la sostenibil­idad como el gran espacio común y la colaboraci­ón como el nuevo modus operandi.

"LOS CAMBIOS INDIVIDUAL­ES SIENTAN LAS BASES HACIA EL NECESARIO Y RADICAL CAMBIO CULTURAL DE NUESTRA ERA”

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