CELEBRACIÓN

HENRY MILLER

“Cada momento es especial si tienes la visión de reconocerlo”

Me gusta mucho la Navidad. A estas alturas aún me ilusiona y me calma. Me pregunto cómo puede ser que a veces la felicidad dependa de cosas tan pequeñas como que un villancico te pellizque en algún recóndito lugar de la memoria. O que tu casa, la misma de los últimos 350 días, de pronto, durante un par de semanas, tenga una luz diferente para celebrar el milagro de estar vivo junto a un árbol iluminado y una mesa vestida de fiesta.

Aunque crecí en la cultura decorativa del espumillón y del pesebre, siempre he admirado la estética que se desata alrededor de la Navidad en el norte de Europa. Esos interiores tapizados de madera como un suave abrigo e iluminados con una sabiduría ancestral que pone la dosis justa para sentirte muy a gusto sin cegarte ni caer en el tenebrismo. Admiro el equilibrio ecológico con el que decoran sin concesiones al despilfarro, la forma elegante con la que unen en sus paredes matices únicos de verdes y marrones inspirados en sus bosques y me encanta el perfume de ramas de abeto y de mandarinas que desprenden las casas durante las fiestas. Y no sé cómo toleraría vivir tantos días sin ver el sol, pero me entusiasma la tradición de conjurar la oscuridad del invierno boreal colocando velas y pequeñas lámparas en las ventanas mientras fuera cae la nieve. En este número, el último del año, encontrarás nuestra forma de interpretar esas tradiciones en forma de mesas festivas, interiores de madera cariñosos, adornos sin estridencias y refugios en la montaña junto a casas eclécticas, de alma mediterránea y un gran sol en las ventanas. Es nuestra forma de transmitirte nuestro entusiasmo por este festín decorativo que ensalza la intimidad doméstica, pero, también, de contarte nuestra versión de lo navideño como ese territorio valioso para celebrar, cada final de año, la vida, la comida sin prisas y el privilegio de que haya gente que nos quiera.