La naturaleza muta, se marchita, muere y resucita en un ciclo sin fin. Pero en interiorismo su encanto y nobleza nunca caducan. Como proveedora directa de recursos, o como inspiradora de las propuestas más innovadoras y tecnológicas, es una fuente inagotable para declinar ese espacio afectuoso, auténtico y benéfico en el que nos gusta refugiarnos.
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Maderas,Maderas, piedras, cerámicas, fibras vegetales y tejidos de origen animal han sido durante milenios los compañeros inseparables de nuestras casas. La revolución química del siglo xix y el descubrimiento de los derivados del petróleo provocaron la irrupción de productos sintéticos, en muchos casos más baratos, pero no necesariamente más resistentes, duraderos o saludables. Ha sido precisamente la cuestión del bienestar personal, vinculada a la del planeta, la que en los últimos tiempos nos ha hecho fijar de nuevo nuestra atención en los materiales naturales y sus bondades en los espacios que habitamos o donde trabajamos.
Al igual que arquitectura y sostenibilidad ya no deberían considerarse una dicotomía, lo mismo cabe decir de interiorismo y salud: son factores que van de la mano. No puede ser de otro modo. En este sentido, la aplicación de materiales naturales tanto en el mobiliario como en pinturas, pavimentos y textiles puede influir en la creación de una casa más sana, mejorando nuestra calidad de vida. Cuanto más auténtico sea su acabado –esto es, sin tratamientos químicos que puedan conllevar una carga de toxicidad–, mejor transpirarán y cumplirán una de sus cualidades más destacadas, la higroscopicidad –la capacidad de absorber la humedad ambiental–, evitando así la proliferación de mohos, hongos y bacterias. En el caso de los materiales naturales de origen vegetal hay que tener en cuenta que en su crecimiento mediante la fotosíntesis almacenan CO2 y liberan oxígeno, por lo que su uso es otra manera de conjugar salud y sostenibilidad en casa. ■