Arte por Excelencias

MÁS QUE UNA REALIDAD,

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El Caribe solía evocar imágenes de alegría, de música, de ritmos tropicales. Y hablar del jazz en nuestra región incita al debate: realmente existe un subgénero de esta expresión distintiva y verdaderam­ente caribeño.

Para mí, jamás existió duda alguna de que esta región había hecho sus aportes especiales al mundo de la música y de la improvisac­ión que conocemos como el jazz. Recuerdo con anhelo mis días de estudiante de periodismo de la Universida­d de La Habana asistiendo al festival Jazz Plaza durante los años ochenta, quizás la época en que este festival llegó a ocupar una posición cimera entre los muchos festivales artísticos que se celebraban en el archipiéla­go cubano.

Recuerdo bien la magia que traía el gran Dizzy Gillespie cuando se juntó al joven y prodigioso genio de las teclas bicolor Gonzalo Rubalcaba en un concierto en el teatro Karl Marx. También es difícil olvidar ser testigo de la obra maestra del gran Chucho Valdés e Irakere, llena de energía sobre los arreglos interpreta­dos con metales y percumi sión. Era jazz sin duda, pero ejecutado de una manera caracterís­ticamente caribeña.

regreso más de veinte años después para compartir el espacio mágico de la ciudad de La Habana saliendo aún de los estragos del llamado periodo especial me dio una oportunida­d que siempre buscaba: experiment­ar durante mi misión diplomátic­a el lograr una mezcla del sonido percutivo de los ritmos del Caribe del norte con los del calipso y el reggae.

Aprovechan­do la plataforma ofrecida por la celebració­n del Día Nacional de mi país, apelé al aporte financiero de varias empresas para llevar a La Habana a músicos cuyo instrument­o principal era el steelband (tambor de acero) tenor. Estos jóvenes músicos de la escuela Edna Manley, de Jamaica, se sumaron a una prometedor­a agrupación cubana: Gala Major, dirigida por el baterista Alejandro Major. Era un concierto sorpresivo ante un público compuesto por diplomátic­os y una vasta representa­ción de la sociedad cubana. El repertorio abordaba clásicos de jazz tradiciona­l y de la música cubana junto a piezas emblemátic­as de la música de Trinidad y Tobago y el sur del Caribe.

Durante este periodo pude lograr que estrellas del jazz cubano como César López hicieran giras por las islas Caimán, San Vicente y las Granadinas y Trinidad y Tobago. La embajada de San Vicente y las Granadinas también contó con las actuacione­s de Emilio Martini y su Natural Trío acompañand­o a Ken Isles y Son, un dúo con steel pan y voces en El Sauce. La embajada de Trinidad y Tabago trajo a Len Boogsie Sharp, un excelente compositor cuyo instrument­o es también el steel pan tenor, quien hizo una excelente session totalmente improvisad­a en La Zorra y el Cuervo.

¿Existe verdaderam­ente un jazz caribeño? Claro que sí. Desde sus inicios el jazz de Nueva Orleans y el calypso, nacido en Trinidad y Tobago, habían tenido una correlació­n melódica y estruc-

ES DIFÍCIL OLVIDAR SER TESTIGO DE LA OBRA MAESTRA DEL GRAN CHUCHO VALDÉS E IRAKERE, LLENA DE ENERGÍA SOBRE LOS ARREGLOS INTERPRETA­DOS CON METALES Y PERCUSIÓN.

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Roberto Fonseca.

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