BENNY CASI CIEN
Jorge Fernández Era
El Festival de Música Popular Cubana Benny Moré 2017 ya es cuento y anécdotas. Para Cienfuegos, sede de la cita, el evento ha servido de mesa de prueba para el de carácter internacional que se vislumbra en el 2019, el año en que el Bárbaro del Ritmo llega a su centenario y otras fechas importantes redondean la importancia que tendrá el próximo encuentro: los 200 años de la Perla del Sur, el ochenta cumpleaños de la orquesta Aragón —cuyo director, Rafaelito Lay, ha sido nombrado presidente de honor del Festival— y, por qué no, el medio siglo de la fundación de San Cristóbal de La Habana, la ciudad donde Maximiliano Moré Gutiérrez desarrolló gran parte de su carrera artística.
Arte por Excelencias fue en busca de dos personalidades de la cultura cienfueguera muy ligadas al Festival: Miguel Cañeillas, su actual presidente, y Rolando Martínez (Roly), director artístico.
Con ambos conversamos sobre la importancia del rescate del Benny para los jóvenes, para los niños, para las generaciones por venir. El Bárbaro del Ritmo no nos perdonaría que lo dejáramos fuera de la «gozadera» del futuro, aquella que nos afinque a la tierra que tan bien defendió con su música. CON SOMBRERO Y BASTÓN (Canta Miguel Cañiellas…)
Queremos que el Festival del 2019 tenga una gran magnitud, y que impacte en la población y en la música cubana. La cuna del Benny, Santa Isabel de las Lajas, será la meca de nuestra atención, y acercaremos su figura a los jóvenes con manifestaciones y expresiones artísticas contemporáneas.
Él ha estado presente en la música cubana y en el arte de la Isla por la síntesis que hizo de muchas cosas, su fusión, su cubanía, su manera de expresarse, de bailar, su sombrero, su bastón, sus propias excentricidades… El marketing no hay ni que hacerlo, y eso no lo hemos sabido Benny Moré, el Bárbaro del Ritmo, el Sonero Mayor de Cuba, arriba en el 2019 a su centenario. Cienfuegos, la ciudad que más le gustaba, y su Santa Isabel de las Lajas querida se afanan en organizarle la gran fiesta.
aprovechar: se han organizado festivales demasiado provincianos que no han logrado poner en su justo lugar el legado de esa figura cimera de nuestra cultura.
El de 2019 debe ser un evento grande, bien pensado, al que se sumen muchos auspiciadores que hagan crecer su alcance fuera de Cienfuegos y fuera de Cuba también. Será un Festival de las Artes, e integrará música, teatro, danza… Este que acabamos de concluir ha sido iniciático en ese sentido.
Hay que sacar al Bárbaro del Ritmo del cementerio de Lajas y ponerlo en el centro de la vida cultural de la provincia y del país todo, que haya un verdadero, genuino y concientizado interés de la gente en reconocerse en él, como algo bien cubano, que vuelva a nosotros como lo que fue, no como la caricatura que algunos han hecho de él.
Hemos logrado —y lo repetiremos en la cita del centenario— ofrecer una programación con énfasis en un sector marginal de la juventud, y lo hemos movido hacia los escenarios que queremos, además de hacerles ver que el Benny, en su tiempo, tuvo, como todo joven, sus propias inquietudes, y hoy hubiera sido también alguien que mezclara su música de una manera bien contemporánea, y hubiera utilizado las nuevas técnicas como el gran experimentador que demostró ser, sin miedo a las disputas en las que parti- cipó por los géneros que nacían, disputas que hoy se repiten de cierta manera.
Los jóvenes han reaccionado muy bien, creo que es lo mejor que ha tenido el Festival: no ven al Benny como algo ajeno a lo que ellos hacen o gustan oír. Lo vimos en el Prado, al lado de su estatua: los DJ mezclando su música, haciendo un mano a mano a la manera de como se ve la música hoy, respetando las esencias de lo que hizo el Benny. Es algo novedoso que ya no sean solo los de la tercera edad o los clásicos bailadores los que vayan en busca de sus canciones.
EN LOS JÓVENES… ¿VIVE? (…y le hace dúo Roly)
El del 2019 será un Festival renovado, y hemos de concentrarnos en el legado del Benny a las nuevas generaciones. Vamos a organizar un encuentro entre los pensadores, los estudiosos que están vinculados al quehacer artístico, incluyendo a los de la Universidad de Cienfuegos. Quizás salga de él una proyección sobre ese futuro que queremos.
Nos proponemos que los jóvenes vean no solo ese personaje de los años cincuenta, sino el Benny que comparte con ellos diariamente las nuevas formas de hacer la música a partir de su impronta. Él, por esas cosas innatas que tenía, no solo era un buen cantante, un buen intérprete, un buen bailarín: era un excelente actor. Podía estar sufriendo la gran pena y, sin embargo, subirse al escenario. Era un señor espectáculo, y por eso pretendemos resaltar sus dimensiones de artista pleno que tuvo en cuenta estilos de la moda, coreografías, proyecciones gestuales muy acordes con las técnicas modernas de actuación.
Por eso el Festival del 2019 va a abarcar todas las artes, con el protagonismo de la juventud. Estamos desde ya haciendo el boceto de algunas ideas en torno a la creación, la improvisación, la moda, la danza… De hecho, hemos pensado un eslogan a tono con ese propósito: «En los jóvenes el Benny siempre vive».
El Benny es un diamante en bruto. Cienfuegos, y Cuba en general, pueden hacer mucho todavía por rescatar su figura. Si uno se pone a analizar sus canciones, son un gran recorrido por este país. En Cienfuegos hay que hacer más, crear otros espacios donde constantemente lo estemos reviviendo. En el mundo, donde se le conoce como el negro del bastón y del sombrero, sus discos se agotan y todos los amantes de la música lo buscan. Lamentablemente, eso no pasa aquí, en su tierra.
A mí me gusta reflexionar con respecto a cómo reacciona el público, tanto extranjero como cubano, cuando oye al Benny dedicarle esas piezas, casi himnos, a su Santa Isabel de las Lajas y a su Cienfuegos, las mismas ciudades a las que él dio un espacio importante en su vida y hoy no se preocupan debidamente por recordarlo. Hay que trabajar mucho más en ello, hacer que las autoridades entiendan de la importancia de la figura del Benny para nuestro futuro. Él no es una personalidad solo para festivales. Si no lo tenemos vivo en su pueblo, llegará un momento en que las generaciones futuras lo olviden o, en el mejor de los casos, lo tengan como una referencia curiosa.
We have just landed in El Alto and I feel the veins in my neck choking me, a thick and transparent cloud in my eyes and a slight headache. It is sorojchi, the altitude sickness punishing this prodigal son. Bolivia is charging me for years of absence. I am confused a little by what I see. We notice changes, but ordered chaos still prevails where Bolivians find that it makes sense. From El Alto we go down a winding path in the “pot” that La Paz is. The city is convulsed as always.
There is an even greater abyss in the consciousness of the people than in the cliffs that we see on the side of the road. Bolivia is an extreme sport when it comes to travel. Its natural majesty has a cost as high as its peaks, that of giving life to the designs of the Pacha Mama and their children at the driving wheel. The skills of the drivers are undeniable, as well as their recklessness, to the point of total unconsciousness. Without a seatbelt, without respecting signs, without control, it is a miracle to reach one´s destination.
But we are looking for adventure and we go to the Carretera de la Muerte (Road of Death) to ride it on bicycle. Highly recommended: emotion, minimal danger (despite what is commonly believed) and incredible landscapes. We went to Coroico in a car that climbed the mountains; to Rurrenabaque on a road under construction that enveloped us in a cloud of dust with almost no visibility for the driver, which did not prevent him from driving as if he were on the Dakar, braking just inches from the cars in front that appear in a thick cloud of dust.
Then we return to La Paz to continue to Cochabamba, Toro Toro, Santa Cruz, Samaipata, Potosi, Tarija until we reach the Salar de Uyuni, our final destination before leaving Bolivia. In all the sites we have been in a continuous shock, traveling thousands of kilometers on nightmare roads and with terror drivers.
It is necessary now to educate a whole country, including its authorities, to improve the safety and well-being of passengers and visitors on this corner of Latin America. We expect progress to come but with common sense, valuing life above all.
For French designer Georges Roy, a motorcycle could be a work of art, and not a simple and utilitarian transport vehicle. And that artistic concept - more than mechanical - led him to manufacture the Majestic (the Majesty) of motorcycles, an art-deco work with a marked futuristic obsession. He presented it as a prototype at the Motorcycle Show in Paris in 1928.
As Georges Roy was not an engineer, but an artist, he was not interested in the engine for which he left a rather large space in order to place one. The one of the prototype had to be a Cleveland SV of 1 000 cc (4 cylinders), but in the open space then others were mounted, like the JAP OHV of 500 cc (4 cylinders).
In the Arte de la motocicleta (The art of motorcycle) and in the Enciclopedia ilustrada (Illustrated encyclopedia) they do not attach much importance to the engine either. Fierros clásicos says: "the machine is a bright art-deco sculpture, with an uninterrupted line from the curved peak on the front wheel to the tail." It is exhibited in the Parisian Museum of the Motorcycle.
The fairing consists of two symmetrical plates that are joined by means of rivets and also with other reinforcement panels under the engine. The structure is one piece, like a monocoque car, extremely rigid. The whole cover is stamped steel, of a very thin caliber, so it does not weigh much, only one hundred and sixty kilograms. Both side panels have blinds, as in race cars.
The motor cover is removable, to allow access to parts and pieces. There is a lot of space in the engine compartment. The fuel tank is located under the front wall. The steering works by means of rods. It does not have any kind of shock absorbers.
Although the Majestic was not designed to compete with other motorcycles, it hoarded a new niche in the two-wheeler market. It was manufactured for only four years (1919-1923), enough to leave it inscribed in the history of the motorcycle. It was something unique, unrepeatable at a time when motorcycles were very practical, without fairing or attachments. It probably was then La Gran Routier: powerful and comfortable, but with style and, above all, with art.