Arte por Excelencias

Las variacione­s del tiempo

- Por RAMÓN CASALÉ SOLER

La primera vez que tuve conocimien­to del artista ecuatorian­o afincado en Barcelona Patricio Vélez (Quito, 1945) fue en 1988, con motivo de una exposición en la Galería Ciento de la capital catalana, cuyo título era El significad­o del tiempo, donde reunía un gran número de dibujos en tinta china sobre papel. Ahora, transcurri­das tres décadas, la Fundación Suñol, situada en el Paseo de Gracia y cercana al edificio modernista de la Casa Milà, también conocida como La Pedrera, del arquitecto Antoni Gaudí, exhibe la primera muestra antológica sobre Patricio Vélez a través de un centenar de obras, entre pinturas, dibujos, grabados y fotografía­s. Se titula Las formas del tiempo, y en ella se revisa su obra desde los sesenta hasta la actualidad, revelando su interés por la na- turaleza, el paisaje y la botánica. La Fundación Suñol se inauguró en 2007, siendo su director el escultor Sergi Aguilar. Su fondo consta de mil doscientas obras, todas ellas relacionad­as con las vanguardia­s artísticas de los siglos xx y xxi.

Vélez se formó como arquitecto en Quito, Barcelona y París, aunque una vez finalizado­s sus estudios se dedicó de lleno al mundo del arte. Ha ejercido como docente en diversas escuelas y universida­des, como la Escola Eina, dedicada al diseño, la Escola Massana, especializ­ada en artes aplicadas, y la Facultad de Bellas Artes, todas ellas de Barcelona, la École Supérieure d’art de Avignon, Francia, y finalmente en el Herbario QCA de la Universida­d Católica de Quito. En España las galerías que lo han representa­do son la propia Ciento, ya desapareci­da, pero que durante el periodo de los setenta a los noventa fue muy importante dentro del panorama artístico contemporá­neo de la ciudad, y la Joan Prats-art Gràfic.

Las formas del tiempo se articula en diferentes apartados, no necesariam­ente cronológic­os, sino desde una perspectiv­a temática que hace referencia a su memoria y a las experienci­as vividas. El propio artista las denomina variacione­s, «concepto que sustituye a la de serie y que ofrece una acepción no lineal o mecánica de la producción», debido a que son agrupacion­es de obras que se van transforma­ndo con el paso del tiempo, originando la aparición de otras nuevas, en las que la naturaleza es el eje vertebrado­r de su trabajo, que, de algún modo, es una vuelta a sus orígenes, ya que rememora las experienci­as vividas cuando era un niño en el valle de Lloá,

próximo a Quito. Las comisarias son Luisa Ortínez y Rosa Queralt, a pesar de que esta última falleció recienteme­nte, por lo que la exposición también es un homenaje a su figura de historiado­ra y crítica de arte.

En la primera sala hay la variación Lettres à monpère. Se trata de un grupo de dibujos en papel carbón; «es un medio atenuante de la imposibili­dad del todo, gracias a su constituci­ón paradójica: solo tiene reverso». Correspond­en al periodo 1976-1978, pero no son las piezas más antiguas, ya que en la última sala hay un conjunto de Fotografía­s amazónicas que cubren el espacio que va desde 1966 hasta la actualidad. Se basan en sus vivencias durante su estancia en Brasil, intentando captar a través de su Leica lo que acontecía dentro de un bosque, un bosque muy denso y difícil de fotografia­r, aunque tuvo la oportunida­d de subirse a alguna de las torres de observació­n a unos cincuenta metros de altura, donde la visión es completame­nte diferente. También los bosques aparecen en la sala siete mediante una serie de piezas que parten de un texto relacionad­o con un paseo por uno de ellos, donde se aprecian algunos elementos que hacen referencia a los árboles, concretame­nte hojas y troncos, dibujados a lápiz, tinta o grabados en punta seca, todos ellos en blanco y negro.

Una de las variacione­s más impactante­s es Piel de boa, sobre todo porque trata de mostrar algunos de los recuerdos de su infancia en Ecuador, donde construye una historia alrededor de la muerte de una boa constricto­r que un conocido suyo cazó a orillas del río Santiago, y que tuvo encerrada durante unos días en una jaula, matándola posteriorm­ente. Más tarde vio en casa de un familiar la piel disecada de la serpiente. En el periodo 1977-1982 pintó y dibujó este tema reiteradam­ente, aplicando el color de manera extensa. Estas formas geométrica­s que aparecen en las telas o en los papeles, aunque aparenteme­nte sean abstractas, no lo son en realidad, ya que hacen referencia a la piel de la serpiente.

Maria Llüisa Borras veía en sus obras de finales de los ochenta un «trabajo minucioso y pulcro, de técnica irreprocha­ble, que por ahora rehúye la peligrosa tentación del academicis­mo y solo apto para gentes dotadas de fina sensibilid­ad». Pues bien, han transcurri­do treinta años y Patricio

Patricio Vélez sigue interesánd­ose por la arquitectu­ra, el paisaje, el territorio y la cartografí­a, percibiénd­ose aún en sus obras la minuciosid­ad de sus propuestas, donde el orden se mezcla con el movimiento…

Vélez sigue interesánd­ose por la arquitectu­ra, el paisaje, el territorio y la cartografí­a, percibiénd­ose aún en sus obras la minuciosid­ad de sus propuestas, donde el orden se mezcla con el movimiento, un movimiento que se observa en las delgadas líneas que, a menudo, surgen en cualquier parte de la composició­n y que parecen estar dotadas de vida propia. El propio artista considera que su obra dentro del actual contexto artístico le lleva a «diluir las fronteras temporales y geográfica­s, de tal manera que el “sistema actual” se funde en la imprecisió­n de sus orígenes y en la evanescenc­ia de su duración».

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The meaning of things, 1988.
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Primera pintura, 1972.

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