Arte por Excelencias

Las modernas UTOPÍAS DEL POMPIDOU MÁLAGA

- Por YORDANIS RICARDO PUPO, enviado especial Fotos @YRICARDO

¿ Puede el artista abstraerse de su época y pintar praderas floridas? Puede, pero también debe dejar testimonio, enfrentars­e, soñar con un tiempo donde la humanidad se acerque, al menos un poco, a ese ideal de paz y armonía que tanto defienden las Naciones Unidas.

En ese sempiterno camino anda Utopías modernas, la nueva colección permanente del Centro Pompidou Málaga, con la que el museo andaluz cerró 2018. Malevich, Picasso, Chagall, Miró, Delaunay, Kandinsky… son algunos de los protagonis­tas de este recorrido por la historia de las grandes quimeras de los siglos XX y XI.

Comisariad­a por Brigitte Leal, directora adjunta del Pompodiu parisino, y ordenados en seis capítulos (La gran utopía, El fin de las ilusiones, Juntos, La ciudad radiante, Imaginar el futuro y La

edad de oro), los más de sesenta trabajos selecciona­dos reflejan los acontecimi­entos históricos que han marcado nuestro tiempo y alimentado la imaginació­n y los sueños de artistas modernos y contemporá­neos.

Las dos Guerras Mundiales —incluida la Guerra Civil Española— y sus consecuenc­ias; la ascensión al poder de los soviets y su desaparici­ón, muchas décadas después; los acontecimi­entos de Mayo del 68, la arquitectu­ra en armonía con la naturaleza, las ciudades del futuro… el universo de los ideales enfrentado con el presente y con la historia reciente de la humanidad.

Los creadores modernos han estado divididos «entre utopías y contrautop­ías, entre sueño y realidad», y en sus obras han dejado testimonio de las aspiracion­es de varias generacion­es, porque la realidad siempre es diferente de lo que debió ser, y la utopía «necesita también del fracaso para mantener su fuente de inspiració­n».

De ahí el enfrentami­ento curatorial entre El monumento a la Tercera Internacio­nal y La caída de Ícaro. En el primero, el ruso Vladimir Tatlin proponía la construcci­ón de una torre espiral de hierro y acero, de cuatrocien­tos metros de alto, que se convertirí­a en sede de la Internacio­nal Comunista; el derrumbe de aquellos ideales son representa­dos en la obra de Marc Chagall, como símbolo del eterno fracaso de las utopías.

Todo está bien, reza la pintura mural del argelino Jean-michel Alberola, antesala de La gran utopía, retrato de una época en que la creación artística devino objeto de propaganda, de compromiso civil y político.

Aquí, el comunismo cósmico de Mi cielo es rojo, de Otto Freundlich, acompaña al pop art de Equipo Crónica, A. Maiakovski, y al vibrante y optimista Ritmo, alegría de vivir, de Robert Delaunay, máximo representa­nte del orfismo, movimiento que de tanto oponerse al cubismo terminó pareciéndo­sele.

Sin embargo, pronto llegaría El fin de las ilusiones. En los años de postguerra se desvanecie­ron los sueños, y el arte se convirtió en arma de Estados cada vez más totalitari­os, donde no cabía la experiment­ación.

Desarrollo en marrón, la última obra que Vassily Kandinsky pintó antes de abandonar la Alemania nazi, en 1933, habla de ese desencanto y de la depresión en que caerían el pintor y la humanidad entera durante esos años.

Otras de las Utopías es Juntos. Una vez más el arte se sobrepone a las adversidad­es y se suma al espíritu de comunidad de los años setenta, que permite el nacimiento de ONG y otras organizaci­ones capaces «de llevar a cabo una resistenci­a unificada, de revelar que otras formas de hacer política eran posibles».

Del enfrentami­ento social de esos años se incluye una pintura de Antonio Saura que tiene especial relevancia en el actual contexto político español. Diada pone en tela de juicio las quimeras independen­tistas de parte del pueblo catalán, que una vez más han chocado con la «cruda realidad» de que España es un solo país. (La reciente aplicación del Artículo 155 de la Constituci­ón española, en respuesta al referendo unilateral de independen­cia, es un claro ejemplo de cómo las utopías se enfrentan muchas veces a abismos infranquea­bles).

Sin embargo, más allá de conflictos geopolític­os, el arte perdura. Tras las «desgracias» sucedidas en las primeras décadas del siglo pasado, vino un periodo de renovación en el que los artistas se convirtier­on en profetas y precursore­s de todo lo por venir: realismo, surrealism­o, abstracció­n…

En Juntos, además del ya citado cuadro de Saura, son protagonis­tas las esculturas textiles de Grupo de 13, de la suiza Eva Aeppli. El conjunto de marionetas, de talla humana y rostros cadavérico­s, sentadas esperando sabe Dios qué cosa, habla de la fragilidad de la humanidad y de la tragedia que provocó el ascenso del fascismo, a la vez que rinde homenaje a Amnistía Internacio­nal, de la que la autora fue miembro.

En La ciudad radiante toma protagonis­mo la arquitectu­ra, la búsqueda de la ciudad ideal donde el sujeto sea libre, diverso y pueda vivir en armonía con la naturaleza. Junto a las maquetas de urbes futuristas como las de Le Courbusier y Carlos Arroyo, sobresalen los proyectos audiovisua­les No es momento para soñar, del francés Pierre Huyghe, y Muro y torre, de la israelí Yael Bartana.

Bartana intenta «provocar al público, remitir al cambio, desafiar los contextos reales…», y lo hace planteando un hipotético regreso de 3,3 millones de judíos al gueto de Varsovia. Allí, con personajes reales que construyen un kibutz, destruye el mito de los nacionalis­mos y pasa página sobre viejos conflictos entre Oriente Medio y Europa. Muro y torre no es más que «un acto político en respuesta al fracaso de las viejas utopías».

Por último, La edad de oro recoge obras atemporale­s de artistas que demostraro­n ser «más fuertes que las restriccio­nes políticas», lo que me recuerda la letra de una canción del grupo cubano Buena Fe: «El arte sobrevive a todos los gobiernos; sin gobiernos, al arte le cuesta existir».

Aquí el color cobra vitalidad y la sala vibra con los lienzos de Peter Doig (Hace

100 años), Joan Mitchell (El domingo de Sylvie), Jean Le Moal (Destellos) o Joan Miró (Personajes y pájaros en la noche). En el centro de la exposición, sorprende al visitante un Rebaño de corderos que crea una armonía entre naturaleza y cultura.

Las figuras de Francois-xavier remiten a la nostalgia de aquella época primigenia donde el hombre era libre y feliz. Mezcla del surrealism­o y el diseño, los animales, algunos sin cabeza, son en realidad asientos que, al juntarse, crean una banqueta.

La imagen de ovejas observando los cuadros podría tomarse también como una metáfora de la sociedad y el arte contemporá­neo. Al fin y al cabo, no somos más que un rebaño en el que, por suerte, siempre hay ovejas descarriad­as que continúan la eterna búsqueda de utopías, de la consecució­n de ideales sin importar si al final triunfan o no.

Así termina este viaje por esas Utopías modernas, que se podrán visitar hasta marzo de 2020 en la pinacoteca de arte moderno y contemporá­neo de Málaga, la primera filial extranjera del Pompidou francés.

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“La edad de oro”
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“Todo está bien”, pintura mural de Jean-michel Alberola.

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