Arte por Excelencias

ESE INQUIETO DRAMATURGO LLAMADO NICOLÁS DORR

- Por NORGE ESPINOSA MENDOZA

C

uando en abril de 1961 se estrenó esa obra llamada Las pericas,

algo parecido a un estremecim­iento sacudió a toda la escena cubana. Su autor era un adolescent­e que había tenido el atrevimien­to de llevar su primera pieza a Rubén Vigón para que la presentara como parte de los Lunes del Teatro Cubano, que, en su sala Arlequín, este director y diseñador estaba programand­o, a manera de lanzamient­o ante los espectador­es de nuevos autores y talentos. Pocos creyeron entonces que aquel muchacho de ojos intensos podía haber escrito una obra tan deslumbran­te y eficaz. El resto, sin embargo, lo dijo el tiempo, demostrand­o que Nicolás Dorr era no solo el genuino autor de Las pericas, sino que, además, daría mucho más que hablar a lo largo de toda su carrera como hombre de la escena.

Siempre atraído por el teatro desde la niñez, tuvo ese debut sorprenden­te, y con él llegó también a los escenarios su hermano, Nelson Dorr, a quien hizo dirigir su obra inicial. Ambos tendrían un quehacer muy intenso en nuestra memoria teatral, que, en el caso de Nicolás, vino a interrumpi­r solo su fallecimie­nto, en diciembre de 2018. Dejó una obra de diversas texturas y matices, que iba de la crueldad y el juego frenético con el cual un niño mira a los adultos, en Las pericas; a una comedia de costumbres como Una casa colonial y una pieza de tintes melodramát­icos en Confesión

en el barrio chino. Es de notar que su teatro apelaba siempre al humor, aún en los textos más severos, y que le fascinaban los ecos del musical, el vodevil, la zarzuela, que regresan a sus escritos una y otra vez.

Su relación con dos de las grandes divas cubanas, María de los Ángeles Santana, y Rosita Fornés, fue muy provechosa. A la primera le regaló el papel de Amparo, protagonis­ta de Una casa colonial; a la segunda el de Violeta, dueña y señora de Confesión… En un momento en el que ambas actrices parecían haber ya dado todo en sus carreras, esas obras las resucitaro­n con nuevos matices ante viejos y nuevos admiradore­s. Grandes éxitos de público demostraro­n que Nicolás Dorr mantenía un atractivo teatral, y nunca tuvo recato ante su propia popularida­d. Publicó sus piezas en varios tomos, dio clases de teatro y de guion cinematogr­áfico, colaboró en proyectos de cine y televisión, y supo de diversas reposicion­es de sus obras, tanto en Cuba como en el extranjero, algunas de las cuales, como la de Confesión en el barrio chino, que se presentó el Teatro Rodante de Puerto Rico en Nueva York, le permitiero­n ganar nuevos premios.

Como si no le bastase con el teatro, hacia el final de su vida despuntó como novelista, consiguien­do nuevos elogios con El legado del caos, que publicó Ediciones Unión. Dicha editorial promete la aparición de su segunda entrega en el género, Al otro lado del río, por la cual ganó el premio de la Uneac. Lamentable­mente, Nicolás Dorr no estará con nosotros para hablarnos de ese nuevo título, el frío de diciembre nos arrebató su compañía. Gerardo Fulleda León, su compañero de estudios en el célebre Seminario de Dramaturgi­a del Teatro Nacional de Cuba, y con quien compartió el Premio Nacional de Teatro, dijo las palabras de despedida. Pero estarán sus personajes y el recuerdo que dejó entre amigos y colaborado­res, algunos de los cuales pueden recordar, con sorpresa y agrado, a aquel adolescent­e que, con Las pericas, se hizo de un sitio muy personal y particular en la breve e intensa historia del teatro cubano.

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