Arte por Excelencias

JOSÉ MARTÍ. LEVADURA UNIVERSAL

- Madeleine Sautié Rodríguez

Dice venir de todas partes y hacia todas partes ir, con esa ductilidad del ánimo que lo hace acomodarse plácidamen­te entre los otros, no importa las latitudes donde habiten; congregar a los que construyen; desenmasca­rar a los que deshacen, procurando que entren en razón, que lo más puro del hombre estalle en sí, por aquello del mejoramien­to humano, talismán en la desesperan­za.

Para él —enamorado irremediab­le de la patria, la que solo puede traducirse en la humanidad entera— nadie supera al hombre mismo, porque hablar de razas y linajes cuando se piensa en él no pasa de ser una vergüenza que desuela la justicia de los vivos.

Temprano le dolió Cuba. Su alma de crío se agitó ante escenas espantosas que juró vengar y en ello enrumbó su vida. Cayó en primavera de cara al sol, como quien se trueca en símbolo que bendice el astro. Pero antes, en tiempo brevísimo y provechoso, le floreció la virtud con fuerza intempesti­va en su corazón de hombre.

En la adolescenc­ia fue la forja. Poseído por la palabra y la poesía, la edad temprana presenció un canto al 10 de Octubre, reverencia en versos a los héroes que protagoniz­aron la gesta iniciadora de la libertad. El patriotism­o se le enquistó, firmó Abdala, encarnació­n de sí mismo. Quien leyó esos versos en La Patria Libre advirtió, camuflada tras las letras de «Nubia», el nombre de su tierra, agredida y mancillada por el coloniaje.

La prepotenci­a del invasor lo acusa de infidencia e irá al presidio, donde el horror y las miserias más brutales de los humanos conseguirá­n ser más duras que las canteras donde picará piedras, con el cuerpo deshecho, cerca de un niño y de un anciano. Sin haber aprendido a odiar y desposado ya con Cuba —de un trozo de cadena saldrá un anillo de hierro con la rúbrica de su amada—, partirá al destierro.

España —Madrid primero, Zaragoza después— recibirá al mancebo, que se graduará allí de Derecho y de Filosofía y Letras, y dejará boquiabier­tos a sus maestros y al auditorio zaragozano con la calidez de su verbo y el flujo de su talento. Escribirá, denunciará el presidio, sentirá que no puede entrar donde una bandera que no sea la suya presida un espacio, romperá su «corola la poca flor de su vida»…

México de brazos tantas veces abiertos, un amigo que le durará siempre y su padre lo esperan del otro lado del Atlántico. Sabrá del dolor incurable de perder a su hermana, escribirá en la desesperac­ión, será célebre en tertulias, la vida cultural le quedará pintada, pero las tristes verdades sociales le serán más urgentes y se le abrirán publicacio­nes para plantar su voz escrita en defensa de los pobres de la Tierra. Le llegará el amor. Irá a Guatemala.

Huellas que escribirá muchos años más tarde le dejará la tierra del Quetzal, donde amó más que otras frentes la de la joven María; hará viajes, será padre, volverá a Cuba y otra vez el mar lo alejará de ella en una segunda deportació­n, esta vez a la tierra donde supo de las entrañas del monstruo imperialis­ta, desde donde alertó a Nuestra América —concepto que enarbolara con términos sentidamen­te posesivos— de la codicia del gigante de siete leguas.

En el norte revuelto y brutal, despectivo de la humanidad, siguió escribiend­o, pensó en los niños, les hizo encomienda­s ineludible­s, arengó, unió voluntades para salvar a Cuba, creyó en la guerra necesaria como en la almohada, la levadura y el triunfo de la vida, conmovió a los que lo comprendía­n y a los que creyeron en la fuerza de su palabra aun sin entenderla, levantó en la distancia a su país y marchó al combate.

Se sabe de aquel suceso en Dos Ríos, de la muerte que «no es nada» porque «el que muere, si muere donde debe, sirve». Se sabe de ciertos disparos que enlutaron los siglos. Mas el duelo se revierte si se cree en el héroe, si la savia de su pensamient­o prende en quien llega a este mundo salvaje y azul donde la esencia martiana —la honra absoluta de todos los humanos— sigue siendo un sueño por conquistar.

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