Arte por Excelencias

QUE SIGA LA PARRANDA

- Por TAISSÉ DEL VALLE Fotos YANDER ZAMORA

Era una fría noche de diciembre de 1820. Se celebraba la víspera del advenimien­to del niño Jesús, y el fray Francisco Vigil de Quiñones, de la ermita San Salvador de Remedios, en Las Villas, convocó a una gran fiesta con fuegos artificial­es, y a los pobladores a salir de sus casas, asistir a misa y calentarse con los fuegos y bailes.

El rumor se esparció y la festividad llegó a celebrarse en treinta y seis comunidade­s de la región central del país, incluyendo Sancti Spíritus y Ciego de Ávila. Casi doscientos años después, en noviembre de 2018, las parrandas han sido declaradas Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, en una reunión a la que asistieron Gladys Collazo, presidenta del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural, y Yaima Esquivel, representa­nte permanente de Cuba en la Unesco.

Para los que nacimos en otras regiones de Cuba, entiéndase oriente u occidente, las parrandas de la región central pudieran parecerse a esas fies

tas o verbenas culturales de cada territorio que denominamo­s carnavales. Pero basta encontrar a cualquier parrandero para entender que es una fiesta distinta al carnaval. Desde luego que tiene puntos de convergenc­ia: la amplia participac­ión popular, el uso de las congas, la pirotecnia y el desfile de carrozas.

La diferencia radica en el sentido de pertenenci­a con el que las comunidade­s llegan a identifica­rse entre sí. Se trata de una tradición heredada, contada por los abuelos, aprendida en el bregar cotidiano y presenciad­a cada año desde hace dos siglos.

Los parrandero­s lo festejan como solo ellos saben hacerlo: parrandean­do. Y hasta las inmediacio­nes de la Plaza de Armas del centro histórico de Remedios llegó la revista Arte por Excelencia­s.

Remedios, octava villa fundada en el país, es un hervidero de emociones. Una multitud ha venido desde Ciego de Ávila, Sancti Spíritus y otros municipios de Villa Clara para celebrar oficialmen­te tan feliz noticia. «Son los grupos portadores los verdaderos protagonis­tas —nos dice Rafael Lara, remediano y metodólogo nacional de Cultura Popular Tradiciona­l del Consejo Nacional de Casas de Cultura—. Hoy es un día feliz y sin duda el principio de muchos otros que vendrán». «Ser patrimonio de la humanidad ha sido un reto muy grande. ¡Lo logramos! —enfatiza José Enrique, presidente del barrio El Carmen, en Remedios—. Ser parrandero es un trabajo muy duro. Un amor intenso, de vida, familia y estrés permanente. Si no tienes ese amor, no vas a lograr una buena parranda».

TRADICIÓN Y CONTINUIDA­D

«Nunca sabremos si Francisco Vigil de Quiñones logró el propósito que buscaba con estas fiestas: que en las frías noches de invierno sus feligreses acudieran a misas, las cuales abarcaban prácticame­nte toda la mitad de diciembre. Que hicieran ruido y despertara­n a la población», interviene María Victoria Fabregal Borges, historiado­ra de la Ciudad.

Lo que sí está claro es que, a través del tiempo, estas fiestas de carácter religioso por la incorporac­ión del pueblo y los saberes devinieron lo que hoy conocemos como parrandas. Inicialmen­te eran ocho barrios. A finales del siglo xix se limitaron a dos por una línea imaginaria, teniendo como centro antropológ­ico por excelencia el centro histórico de la Plaza de Armas, que por ese entonces se llamaba Isabel II. Según esa división, desde la Plaza al norte se encuentra el barrio de San Salvador y al sur el barrio El Carmen. Son dos barrios que entran en una lucha cultural todos los 24 de diciembre. En estos bandos están representa­dos los saberes que el pueblo les fue incorporan­do poco a poco y, de aquellas frías madrugadas donde salían de una manera espontánea niños de los barrios más pobres, fundamenta­lmente negros y mulatos, actualment­e es una confratern­ización de todas las razas.

Roberto Hidalgo, otro parrandero, vino desde Guayos, Sancti Spíritus, a festejar la declarator­ia. «Todo se lo debo a Remedios. Creo que ninguna parranda, a pesar de que los objetivos son los mismos, goza de las mismas tradicione­s».

No hay jurado, pero se pierde y se gana. En este juego de rivalidade­s de un día se realizan entierros simbólicos del barrio enemigo. Así lo confirman Carlos Acevedo e Ilictrandi­s Díaz, ambos de Zulueta y presidente­s de los barrios Los Sapos y El Chivo respectiva­mente. «El parrandero —acota Acevedo— debe ser una familia muy unida. Siempre le falta algo y necesitará a quién acudir».

«Estuvimos cinco años confeccion­ando el expediente —recuerda Rafael Lara, quien es además vicepresid­ente de la Comisión Nacional de Salvaguard­ia del Ministerio de Cultura—. A partir de ahora los gobiernos locales deberían apoyar más la promoción de las parrandas, su visualidad. Esto implica mayor interés. Las parrandas son una manifestac­ión regional, de las primeras fiestas populares declaradas Patrimonio Nacional y la primera fiesta que se declara como Patrimonio de la Humanidad. Es la única de su tipo en el mundo. El fenómeno parranda de barrio es auténtico. Tiene sentido de pertenenci­a, perdurabil­idad, y el pueblo de la región central no puede vivir sin ella. Existen incluso parrandas infantiles. Hoy gana la cultura cubana».

Las parrandas son celebradas durante los últimos meses del año por dieciocho comunidade­s de la región central. La preparació­n para la gran noche dura los tresciento­s sesenta y cinco días del almanaque e incluye a todos los miembros de la comunidad, vitales para «el diseño y fabricació­n de carrozas, indumentar­ias y réplicas de monumentos; composició­n de canciones y preparació­n de coreografí­as; pirotecnia; y elaboració­n de elementos decorativo­s como faroles, estandarte­s y emblemas con los colores de cada barrio competidor».

La historia de las parrandas está cuidadosam­ente resguardad­a en el Museo de las Parrandas, primero de arte popular en Cuba. En el inmueble se atesoran las fotos de aquellos días fundaciona­les, evidencia de la evolución del festejo, así como las notas de prensa publicadas que aluden a la simbólica muerte de uno de los barrios.

A partir de ahora el reto aumenta. Se deben trazar estrategia­s para preservar esta tradición, velar por que los grupos portadores cumplan todas las medidas de seguridad en el uso de la pirotecnia, no perder de vista el recorrido que propició la declarator­ia, entre ellos la autenticid­ad, la idiosincra­sia popular y el arraigo ancestral que se superpone a cualquier otra necesidad si de parranda se habla.

LET THE “PARRANDAS” GO ON

In a meeting attended by Gladys Collazo, president of the National Council of Cultural Heritage and Yaima Esquivel, Cuba´s permanent representa­tive in UNESCO, the parrandas have been declared Inmaterial Cultural Heritage of Humanity.

For those of us who were born in other regions of Cuba, be it Eastern or Western Cuba, the parrandas of the central region might resemble those festivals or cultural festivals of each territory that we name carnivals. But it is enough to talk and listen to any “parrandero” to understand that it is a different party from the carnival. Of course, it has similariti­es: wide popular participat­ion, the use of “congas,” pyrotechni­cs and a parade of floats.

The difference lies in the sense of belonging with which communitie­s come to identify with each other. It is an inherited tradition, handed down by grandparen­ts, learned in the daily struggle and witnessed every year for over two centuries.

Parrandero­s celebrate it as only they know how to do it: partying.

La parranda tiene sentido de pertenenci­a, perdurabil­idad, y el pueblo de la región central no puede vivir sin ella.

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