Arte por Excelencias

LA PAZ CIUDAD DEL CIELO

- Por DIANE HERNÁNDEZ , enviada especial

La Paz, ciudad del cielo: así rezan los carteles que venden como destino la capital boliviana. Así dicen las estampilla­s en colores y con la misma tipografía, que recuerda por toda la ciudad americana que estás en la urbe más alta del mundo. Y lo sabes antes de aterrizar, el avión nunca desciende lo mismo que levantó, le faltan cuatro mil metros, pero allá arriba se queda. El avión, su tripulació­n, los

visitantes y sus más de seteciento­s cincuenta mil habitantes. Pero a pesar de los carteles, las estampilla­s de colores y los anuncios anticipado­s de altitud nada se compara con lo que te espera en La Paz.

Para empezar, una ciudad a medio terminar… al menos esa es la primera impresión. Bajando al centro desde El Alto se puede uno percatar de que cada casa, establecim­iento, mercado, iglesia, edificio, salvo contadas excepcione­s, tiene una pared de ladrillos que carece del detalle final. Del acabado estético de la obra, de pintura, revestimie­nto, macilla… lo que sea, pero le falta. Y claro, parece entonces, por unanimidad, una ciudad a medias. Color arcilla por doquier uniforma el tono. Desde lo alto se ve, desde lo bajo resalta. Varias son las teorías, los más dicen que tiene que ver con antiguas disposicio­nes sobre el pago de impuestos. Si la casa no se ha terminado, pues no se paga. Y así

parece ha quedado en el imaginario popular, regalando a la vista una metrópolis diferente. Tan diferente que otra disposició­n legal prohíbe la construcci­ón de dos edificios idénticos. Es por eso que además no impera estilo arquitectó­nico alguno. Múltiple y heterogéne­o es este espacio de tierra que se le ha robado a las nubes.

Colorida a más no poder, La Paz guarda en cada esquina un grafiti. No cualquier grafiti. Temáticas relacionad­as con el empoderami­ento de la mujer en el continente y el propio país, la resistenci­a de la lucha indígena, la salvaguard­a de los principale­s valores culturales que define a Bolivia como estado plurinacio­nal, el amor propio como tierra mestiza… Son estas las miles de imágenes que anonadan en la ciudad. Edificios enteros, paredes, pasillos, callejones, portales y plazas se visten con los colores de una historia que se construye todavía hoy.

Y su gente. El paceño. Ya adaptados a la presión diferente que supone vivir a más de tres mil metros de altura, más que caminar, corren. Habitantes que se mueven al ritmo de una vida moderna, donde no impera el caos, y todavía encuentras a alguien sentado en un parque público dando gracias al tiempo, sabe Dios por qué. Orgullosas de sus raíces, cientos de mujeres visten trajes típicos de la región, y es muy común verles en juzgados, mesas electorale­s o en la propia televisión haciendo galas de sus atuendos. Vestidas así, también te sirven un té, venden una fruta o atienden en una recepción. Sombrero, pollera y manta, nada les detiene. Los hombres son más discretos en ese sentido, y aunque lleven en su alma el aimara o el quechua, les cuesta poco más vestir todo el andamiaje tradiciona­l, ojalá no sea por vergüenza. Debe ser porque continúa Bolivia siendo una sociedad patriarcal, donde a pesar del avance, sobreviven rasgos machistas, y cada mujer se siente más poderosa si sus antepasado­s van con ellas en sus ropas.

La «ollada», así le llaman a la ciudad. Y literalmen­te lo parece. Su forma circular y escalonada da la sensación de que pudieras rodar desde El Alto —la parte que circunda la ciudad— hasta el mismísimo Paseo. Y en la noche, la más nublada, las luces se confunden con las estrellas. Paredes parecen alzarse a base de miles de puntos luminosos que se fusionan con el cielo. Al final no está tan distante, ¿no?

Calles con un tráfico convulso que te llevan a los más recónditos lugares. Vendutas interminab­les donde puedes comprar lo impensado. El mercado de las brujas, los comercios de comida, las esquinas que lo mismo ofrecen trajes para novias que zapatos artesanale­s, que frutos secos que pescados frescos. Ojo: pescados en un país que no tiene salida al mar. La inventiva humana, que no es poca en Bolivia. Calles que te llevan a las magníficas plazas que posee este pedazo de continente. El Montículo, la Plaza Abaroa, la Plaza España, la Plaza Mayor de San Francisco o la muy conocida y espectacul­ar Plaza Murillo. Calles, en fin, que te trasiegan por los secretos de una ciudad divina, donde puedes tener cuatro climas diferentes en un día.

Y entonces, cuando llegas a La Paz, sientes que se te oprime el pecho, que el aire es más denso, que cuesta respirar y andar sus lares. Y culpan al mal de altura, al sorochi, a los cuatro mil metros y a todo lo demás… pero en realidad es otra cosa. Es la certeza de llegar a un lugar que por intuición sabes que vas a amar, que encanta hasta al pesimista, que conserva la nostalgia de un pasado robado por conquistad­ores y la fuerza de un futuro que se impone. Llegas a la ciudad del cielo y es imposible no sentir que estás un poco más lejos de las miserias humanas y más cerca del sol. Estás en La Paz, y el cuerpo y el alma lo saben, aunque aún no hayas visto los carteles.

LA PAZ, A CITY OF HEAVEN

La Paz, a city of heaven: this is what the posters that promote the Bolivian capital as a destinatio­n read. That is what the stamps say with colors and the same typography, which reminds us throughout this American city that you are in the highest city in the world. And you know it before landing: the plane never descends the same as it rose. It misses four thousand meters, but up there they all stay: the plane, its crew, visitors and its more than seven hundred and fifty thousand inhabitant­s. But despite the posters, the colored stamps, and the advance announceme­nts of altitude, nothing compares with what awaits you in La Paz.

When you arrive in this city, you feel a pressure in your chest, a more dense air. It is difficult to breathe and walk around. But in reality it is something else. It is the certainty of arriving at a place that you intuitivel­y know you will love, that charms even the pessimist and retains the nostalgia of a past stolen by conquerors and the strength of a future that will impose on itself. You arrive at the city of heaven and it is impossible not to feel that you are a little further away from human miseries and closer to the sun. You are in La Paz, and your body and soul know it, even if you have not seen the posters yet.

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