Arte por Excelencias

COMPARTIR LA MESA CON EL PRESIDENTE

- Domingo Cuza Pedrera / Foto Cotersía del autor

Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, nacido en cuna de oro, tuvo la posibilida­d de disfrutar los platos más exquisitos de su época y no solo los de su entorno regional. El hecho de ir a estudiar a España y luego en el recorrido que hiciera una vez graduado por Francia, Turquía e Italia, lo enfrentó a lo mejor de la gastronomí­a del renacimien­to europeo. Pero la grandeza de Céspedes lo lleva a disfrutar e incluso preferir alimentos sencillos que la naturaleza le proveía en la manigua mambisa durante la guerra de independen­cia. En tierras de Jiguaní, el presidente de la República en Armas ofrece al correspons­al del Herald un almuerzo de cortesía. Así lo describe James O'kelly: «Los platos eran en su mayor parte de estaño pulido y escrupulos­amente limpios, consistien­do el almuerzo en un poco de carne cocida, boniatos, harina de maíz, casabe y una especie de pasta hecha de maíz indio». Las bebidas también eran escasas. «Agua pura fue nuestra única bebida y en lugar de café tuvimos que consolarno­s con agua mona, esto es, agua caliente, endulzada con miel de abejas y un poco de jengibre. Pero la escasez no resultaba óbice para la elegancia y el buen servicio […] aunque el alimento era frugal en extremo, estaba servido con toda la formalidad que se hubiera buscado en la Casa Blanca». O'kelly puede apreciar el hermoso gesto, la muestra de urbanidad y gentileza del agasajo: «[…] el acto revestía un carácter de grandeza moral que a mis ojos compensaba, con mucho, la ausencia de las pompas mundanales». Y es que Céspedes, hombre de gran cultura y virtud, que sacrificó sus comodidade­s y riqueza personales en aras del ideal independen­tista, comprendía una hermosa verdad: la buena mesa está en el cariño con que se brinda.

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