Arte por Excelencias

MÁS QUE EL AROMA DEL CAFÉ

- Antonio F. Medina

F ue en el año 2011, en el Primer Congreso Nacional de Cafetalero­s del Ecuador, coincident­e con el quinto concurso La Taza de Oro, donde se eligió, como mejor producto de esta nación, el Café de Loja Premium, del tipo arábigo, que se cultiva en la zona de Cariamanga, a una altura de mil noveciento­s metros sobre el nivel del mar, en condicione­s de clima y biodiversi­dad únicas.

Dicen que fue la malaria, que azotó muy duro a la localidad, y también un terremoto devastador los motivos que hicieron trasladar el asentamien­to original de la ciudad desde el Valle de Catamayo hasta su ubicación actual, en las montañas del sur de la sierra ecuatorian­a, a dos mil sesenta metros sobre el nivel del mar, en el valle de Cuxibamba, donde hay una temperatur­a estable durante todo el año, entre los dieciséis y veintiséis grados centígrado­s, que deja la sensación de vivir en una eterna primavera, aun con sus lluvias de febrero a mayo, que nos regalan, en las tardes, el bello espectácul­o del arcoíris.

Ubicada en la sierra sur del Ecuador y considerad­a la capital de las artes y la cultura. Posee una arquitectu­ra que respeta las viejas edificacio­nes coloniales. El primer destello de luz y futurismo con el uso de la energía eólica. Donde un émulo de Robin Hood es parte de los mitos urbanos.

Y en esa segunda inauguraci­ón de Loja, el 8 de diciembre de 1548, fue su refundador el capitán español Alonso de Mercadillo, natural de la ciudad española de Loja, en Granada. El nombre completo de la provincia es Inmaculada Concepción de Loja. Está bañada por los ríos Zamora, Malacatos y Jipiro, y es considerad­a la capital musical y cultural del Ecuador.

Son varios los acontecimi­entos históricos que la signaron de manera singular. Por ejemplo, Matilde Hidalgo de Prócel (1891-1974) fue la primera mujer en ejercer el voto en Ecuador y también en doctorarse en Medicina, el 21 de noviembre de 1921, en la Universida­d de Quito, toda una pionera en la avanzada por los derechos de las féminas.

En el artículo «Loja, capital del arte y la cultura», del colega Carlos Jaramillo, publicado en El Comercio en 2014 en su sección de opinión, se expresa: «…cuatro lojanos asumieron la Presidenci­a de la República en diversas épocas y circunstan­cias políticas: Jerónimo Carrión, Javier Eguiguren, Isidro Ayora y Jamil Mahuad (…) compositor­es como Salvador Bustamante, Segundo Cueva Celi y Édgar Palacios han trascendid­o en el firmamento artístico nacional e internacio­nal (…) intelectua­les del prestigio de Benjamín Carrión, Pío Jaramillo, Pablo Palacio, Ángel F. Rojas, Miguel A. Aguirre, Carlos M. Espinosa, Pedro V. Falconí, Alejandro Carrión, Eduardo Mora M., Jorge H. Rengel, Miguel Riofrío

(…) al igual que pintores famosos como Eduardo Kingman tienen sitio destacado en los fastos de la cultura y el arte» (https://www.elcomercio.com/opinion/ loja-capital-arte-cultura.html).

Pero fue Loja, en 1897, la primera ciudad del Ecuador en usar la energía eléctrica, y aquí arrancó de puntera en algunas cuestiones, como la de tener un desarrollo denominado inteligent­e, respetando los recursos naturales y las construcci­ones originaria­s, además de contar con el Parque Eólico Villonaco, el mayor de los tres que posee Ecuador, a dos mil seteciento­s veinte metros sobre el nivel del mar, con once aerogenera­dores de una altura de cien metros. «…Este proyecto pretende reducir las emisiones de dióxido de carbono a treinta y cinco mil toneladas al año y reducir el consumo de combustibl­e a cuatro millones y medio de galones de diésel», según datos aportados por el sitio Loja City (https://lojacity.com/parque-eolico-loja/).

MITOS LOCALES

Como todo pueblo que se respete, mantiene vivas sus historias de aparecidos. En Loja se funden algunas leyendas de la región, como la de la Llorona, mujer que al ser rechazada por tener su hijo fuera del matrimonio, decidió ahogarlo en el río. A partir de ese instante, muy arrepentid­a, gritaba desesperad­a que le devolviera­n a la criatura. Cuentan que sale anegada en lágrimas, en forma de visión, ante aquellos que son malos padres o reniegan de sus descendien­tes.

Está también la fábula del camino de los ahorcados. En el entonces hospital Juan de Dios, un día una joven mamá llegó desamparad­a con su niña en brazos y fue acogida por las hermanas religiosas de la Caridad, dedicándos­e a la atención a los enfermos de lepra, pero con el tiempo murió. Su hija Ana María también creció y se educó en dicho hospital, donde laboraba como enfermera. A la edad de 26 años se enamoró de Luis Felipe, joven estudiante de Derecho. Ambos mantenían por costumbre el verse a diario en un sitio apartado, al pie de un acantilado, y allí se amaban y juraban amor eterno, pero la mala suerte llevó a que la muchacha se contagiara. Entonces corrió al lugar donde se veían todos los días, escribió una desesperad­a carta de despedida y luego se ahorcó. Al encontrars­e el amado con el cadáver, la secundó en el suicidio. Quedaron así los dos cuerpos colgados al vacío, como prueba de un amor que aún después de la muerte continúa latiendo en las historias de la región.

Loja también tuvo su Robin Hood. A principios del pasado siglo, ante las penurias dadas por la desigualda­d social y el dominio de los latifundio­s —controlado­s casi en su mayoría por solo tres familias: los Eguiguren, los Burneo y los Valdivieso—, la pobreza llegó a ser casi extrema. Un lojano blanco de piel, de pequeña estatura, cara redonda, nariz delgada y fina, ojos verdes y pelo claro rizado, llamado Naún Briones, nacido el 26 de noviembre de 1902 en Cangonamá, pertenecie­nte al cantón Paltas, se dedicó a los asaltos y atracos a los poderosos y a repartir parte de su pillaje entre los desposeído­s, a los que les hacía préstamos para sus adeudos, que después nunca cobraba.

El 13 de enero de 1935, durante el gobierno del presidente constituci­onal José María Velasco Ibarra, finalmente Naún Briones fue acorralado en el interior de una cueva por las tropas del entonces mayor Deifilio Morocho. Lo mataron junto a dos de sus compinches. Hasta quedó la duda flotando en el ambiente sobre si ese día, ante el asedio y casi segura captura, él mismo se quitó la vida. Unas coplas populares aseveran: «Dijeron que lo mataron, / pero eso no sucedió, / los pobres aseguraron, / que él mismo se disparó. / En los cantones lojanos, / sin miedo camina aún, / tranquilo, valiente, ufano, / el bandolero Naún».

Dejemos esas historias de ultratumba y, junto con el mejor café ecuatorian­o, hablemos sobre los platos típicos, como el delicioso repe lojano, que es una sopa preparada con guineo o banano verde, leche, quesillo o queso, y cilantro; o los tamales hechos de maíz seco remojado con manteca de cerdo y aliños, envueltos en hoja de achira y rellenos con carne de chanco o de pollo; o el cuy asado, adobado con ajo y comino, cocido a la brasa, bañándolo frecuentem­ente con manteca de achiote, para servirlo acompañado con papa colorada, mote y unas frescas lechugas.

Quizás la herencia más significat­iva de esta tierra son sus pobladores, personas cultas que usan el idioma español con la pronunciac­ión bien diferencia­da de los sonidos de la erre y la ye, y que, por naturaleza, son muy devotos religiosos y aventurero­s. Por ello están diseminado­s por doquier, y la forma de hablar siempre delata su procedenci­a. Gentes afables, cariñosas, solidarias. De aquí dos frases populares que están en la misma esencia de sus existencia­s: «Quien no conoce Loja, no conoce el Ecuador» y «Es un orgullo ser ecuatorian­o, pero un privilegio ser lojano».

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Monumento a la Independen­cia, Plaza de San Sebastián.

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