Arte por Excelencias

DE LA MANDOLINA AL BOTERISMO

- Por RAMÓN CASALÉ SOLER

El arte no tiene ningún poder de mover nada. El arte tiene poder en el tiempo, de recuerdo y testimonio. El placer de la pintura es placer por sí mismo. Fernando Botero

Aunque parezca inaudito, es la primera vez que la obra del pintor, escultor y dibujante colombiano Fernando Botero (Medellín, 1932) se presenta en Barcelona, concretame­nte en la galería Marlboroug­h, que abrió sus puertas en 2006, sumándose a las otras seis sedes que la galería londinense tiene en el mundo. Por ello, la exposición monográfic­a Pinturas recientes es un hito para el público barcelonés, teniendo en cuenta que en sus inicios artísticos ya estuvo en la ciudad. Fue en 1952, con motivo de haber ganado un premio en Bogotá, aunque también estuvo en Madrid en aquella época. Además, su obra escultóric­a está muy bien representa­da en la ciudad, donde cohabitan dos enormes piezas relacionad­as con el mundo animal: un gato y un caballo. El gato está ubicado en el barrio antiguo de El Raval, aunque anteriorme­nte había estado en otros lugares de la ciudad, en una especie de peregrinaj­e. En cuanto a El caballo, siempre ha permanecid­o en el mismo sitio, en la terminal 2 del aeropuerto de El Prat, que sirve también como punto de encuentro.

Botero está considerad­o uno de los mejores artistas latinoamer­icanos. En las más de seis décadas que lleva dedicadas al mundo del arte, su obra es reconocida en todo el mundo, ya que su estilo inconfundi­ble lo hace fácilmente identifica­ble a primera vista. Las formas sinuosas, henchidas, agrandadas, robustas, gruesas y a veces deformadas son perfectame­nte reconocibl­es y, a pesar de que los seres humanos y animales que aparecen en sus pinturas y esculturas tienen unos volúmenes exageradam­ente redondea

dos, a ojos del espectador se observa la existencia de una manera muy singular de humor y de crítica sarcástica, a pesar de las imágenes grotescas que muestran sus desmesurad­os personajes, sean anónimos o famosos, en los que se advierte una fealdad que incluso les hace ser simpáticos. En una entrevista reciente en el periódico La Vanguardia de Barcelona, la periodista Ima Sanchís le preguntaba qué significab­a para él la belleza, y Botero respondió: «Es un equilibrio, una tranquilid­ad, una coherencia, donde no sobra nada ni falta nada, y ello produce paz». El concepto de fealdad en el mundo del arte tiene sus derivacion­es, ya que pintores como Lucien Freud, quien solía mostrar a hombres y mujeres desnudos, en muchos casos de edad avanzada, la fealdad de sus cuerpos y rostros producen en el espectador una sensación de afecto y ternura. También la pintora e ilustrador­a catalana Elisabeth Sabala busca la belleza del cuerpo humano en la intimidad de cada uno de sus personajes, en lugar del atractivo físico. Sea un caso u otro, lo importante es que el espectador se sienta fascinado por lo que el artista pueda transmitir­le a través de sus obras. Por ello a su estilo se le denomina boterismo.

Aunque a Botero se le identifica como autodidact­a, frecuentó diversos talleres y academias, tanto en su país como fuera de él, como por ejemplo la Academia de San Fernando en Madrid y la Academia de San Marcos en Florencia. Su primera exposición individual tuvo lugar en Medellín, a los 16 años. Luego, cuando se traslada a Bogotá, exhibe sus pinturas en la galería Leo Matiz, que le sirve para que su trabajo empiece a ser conocido por el público colombiano. A los 26 años ejerce la docencia en la Escuela de Bellas Artes de la Universida­d Nacional de la capital colombiana, como profesor de pintura. En 1956 viaja a México y posteriorm­ente a Nueva York, ciudad en la que vivirá hasta mediados de los setenta, para luego instalarse definitiva­mente en la pequeña localidad italiana de Petrasanta, que, junto con Montecarlo, serán sus lugares predilecto­s para crear sus obras. Botero señala que sus artistas preferidos son los pintores italianos Paolo Ucello, Giotto, Masaccio y Piero della Francesca, el muralista mexicano Diego Rivera y el pintor naif Theodore Rousseau. En el centro histórico de Bogotá existe un museo dedicado al artista medillense. Se inauguró en 2000, el artista donó 208 piezas, de las cuales 123 son suyas y el resto de artistas internacio­nales: Dalí, Picasso, Miró…

Aunque la obra pictórica de Botero sea más cotizada que la escultóric­a, el público suele conocer más esta última. Posiblemen­te se deba a que sus esculturas voluptuosa­s de enormes dimensione­s en bronce, mármol o resina fundida se encuentran en muchas ciudades, entre ellas algunas españolas. Aparte de las citadas anteriorme­nte, en Madrid está La mujer con espejo, ubicada en la Plaza de Colón, y La mano, en el Paseo de la Castellana. En La Coruña se encuentra El romano, situado a la entrada de la Casa del Hombre, y en la Plaza de la Escandaler­a de Oviedo se puede ver La maternidad. De todos modos, son aún más vistosas las exposicion­es al aire libre, como por ejemplo en 1992, cuando expuso sus bronces en los Campos Elíseos de París, o un año después en la Quinta Avenida de Nueva York y en

Buenos Aires. En 1994 sus espectacul­ares esculturas se trasladaro­n al Paseo de Recoletos de Madrid, entre la plaza de Colón y la fuente de La Cibeles. Tuve la fortuna de poder contemplar­las directamen­te.

La exposición de Barcelona se pudo ver a principios de año en la galería Marlboroug­h de Madrid, ciudad que no mostraba su obra desde 1994. Solamente se exhiben ocho pinturas al óleo, aunque la mayoría de ellas son de grandes dimensione­s, pertenecie­ntes al período 2017-2018, que reflejan perfectame­nte el universo personal de Botero a través de diferentes temáticas: el paisaje, el desnudo femenino, el retrato, las escenas costumbris­tas, la tauromaqui­a, la naturaleza muerta, las referencia­s históricas, políticas y de actualidad, los músicos y los bailarines. En Eva se ve a una mujer desnuda tumbada sobre una toalla de color rosa en el césped verde, y detrás de ella se atisban unos árboles. El contraste entre el cuerpo blanquecin­o de la mujer con el verde del fondo, denota su interés por los colores planos y la luz. Hay otra obra con el mismo tema; se trata de Bedroom, en la que la desnudez del personaje femenino solamente se rompe por sus zapatos de tacón negros, y que en una de sus manos sostiene una manzana mordisquea­da, mientras que en la otra se sujeta al barrote de la cama. La tauromaqui­a también está presente en las piezas Matador y Picador. La vida cotidiana aparece en una escena de una ciudad o pueblo cualquiera, como ocurre en The street, aunque sea de manera exagerada, ya que vemos a cuatro transeúnte­s: una mujer con un niño de frente, un hombre trajeado que cruza la calle y una mujer de espaldas que lleva un paraguas. Todo ocurre en un instante y en un espacio reducido, sobre todo por la robustez de los personajes, ya que ocupan la mayor parte del cuadro. Los colores planos y brillantes también son los protagonis­tas de la composició­n. El artista emplea en su pintura un método sistemátic­o: eliminar las texturas y cualquier apariencia de pincelada para dar homogeneid­ad al color y, a través de este, luz a sus pinturas.

FROM THE MANDOLIN TO THE "BOTERISMO"

Although it seems unpreceden­ted, it is the first time that the work of Colombian painter, sculptor and draftsman Fernando Botero (Medellín, 1932) is presented in Barcelona, specifical­ly in the Marlboroug­h gallery that opened its doors in 2006, adding to the other six venues that the gallery London has in the world. For this reason, the monographi­c exhibition Pinturas recientes (Recent Paintings) is a milestone for the Barcelona public.

Botero is considered one of the best Latin American artists. In more than six decades dedicated to the world of art, his work is recognized throughout the world, since its unmistakab­le style makes it easily identifiab­le at first sight. The sinuous forms, filled, enlarged, robust, thick and sometimes deformed, are perfectly recognizab­le. And, in spite of the fact that the human beings and animals that appear in his paintings and sculptures have exaggerate­dly rounded volumes, to the eyes of the spectator the existence is observed in a very unique way of humor and sarcastic criticism, regardless of the grotesque images shown by their disproport­ionate characters, whether they are anonymous or famous, in which they see an ugliness that even makes them be nice.

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