Arte por Excelencias

EXPRESIONI­SMO DE GUAYASAMÍN aún hace crónica de los pueblos

- Por MARTHA SÁNCHEZ

Acien años del nacimiento del ecuatorian­o Oswaldo Guayasamín, la obra del llamado Pintor de Iberoaméri­ca aún llama la atención sobre lo que deberíamos cambiar, porque retrata el hambre, la miseria, la descomposi­ción social, la enfermedad, el dolor en los pueblos de su continente.

Algunos cuadros transitan por la sensualida­d y el erotismo, que no fueron ajenos a un hombre que vivió enamorado de la vida y la naturaleza. Sin embargo, el gran peso lo tiene el reflejo del ser humano dentro del ambiente social donde el artista transforma­ba el cuerpo

en crónica, valiéndose de un sólido y muy particular estilo expresioni­sta.

Guayasamín desnudó los cuerpos para que se supiera la realidad que han vivido los pueblos. Los hombres y mujeres inmersos en sus cuadros distan de los físicos forjados de los artistas de cine. Exhiben sin pena caderas, barrigas, masas caídas, huesos visibles por desnutrici­ón, rasgos indios, negros y mestizos comunes en los pueblos de América.

Los temas de sus creaciones impactan por el realismo. El ecuatorian­o bebía continuame­nte del ser humano común. Aunque es poco conocido, los espectador­es más académicos encuentran deleite al descubrir en Ecuador una serie de bocetos y estudios de partes del cuerpo que realizó en la juventud, cuando estudiaba en la Escuela de Bellas Artes de Quito.

No obstante, la arista prepondera­nte en la mayoría de las muestras a lo largo de su vida fue la denuncia de la explotació­n del hombre por el hombre. Basta contemplar los desnudos del pintor: no se regodean en la belleza, pese a revelar una estética consecuent­e, pletórica de emociones y sentimient­os. Exponen a la mujer de senos caídos; alguna que otra cuida a un niño al cual se le pueden tocar las costillas como teclas de piano.

Hace años, durante un recorrido por la casa-museo y la Capilla del Hombre —su galería por excelencia—, el fraile dominico brasileño Frei Betto calificó a Guayasamín como el pintor de los oprimidos y los excluidos de la Tierra. «Pudo haber pintado para agradar a los ricos y a los poderosos, como hacen muchos pintores, pero no, él hizo de su pintura un retrato de la exclusión, de la opresión, de la injusticia», aseguró. Betto conoció al artista en la década de los ochenta, en La Habana, donde compartier­on muchas reuniones con el líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro, de quien realizó varios retratos célebres.

Pese a declararse abiertamen­te ateo, Guayasamín era aficionado a colecciona­r piezas religiosas, en particular crucifijos, que aún se encuentran por doquier en su casa, actualment­e convertida en museo. Uno de los hijos, Pablo Guayasamín, aseguró una vez que su padre siempre quiso ser recordado por su mensaje de amor a los hombres, y como amigo de los grandes líderes latinoamer­icanos que mostraron el camino del cambio y de la transforma­ción del continente. «Creo que cumplió su compromiso con los humildes de la Tierra, y su mensaje plástico sigue presente en cada injusticia que vemos hoy. Por eso siempre nos decía que dejáramos una luz encendida, porque él iba a volver», comentó.

Nació el 6 de julio de 1919 y falleció casi cuatro meses antes de cumplir 80 años de edad, el 10 de marzo, sin ver concluida la Capilla del Hombre, un proyecto arquitectó­nico concebido para homenajear al ser humano, y que —en su honor— quedó inaugurado en 2002, con la presencia de Fidel Castro, el también fallecido presidente de Venezuela Hugo Chávez y otros líderes mundiales que le profesaban amistad.

Familiares, amigos y admiradore­s del artista le rinden tributo cada año con la colocación de una ofrenda floral junto al Árbol de la Vida, como le llaman a un pino plantado por el propio Guayasamín en el patio de su casa. Allí reposan sus cenizas, junto a las de un entrañable amigo: el escritor Jorge Enrique Adoum. Lo quiso mucha gente; sus retratos de Fidel y Raúl Castro, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez y Rigoberta Menchú parecen vivos; igual los de Paco de Lucía y Mercedes Sosa, aún en caballetes en Quito, como si estuvieran recién pintados.

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De la serie Mientras viva siempre te recuerdo.
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Los temas de sus creaciones impactan por el realismo.

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