Arte por Excelencias

ETICIDAD CULTURAL IBEROAMERI­CANA

- Por MANUEL LÓPEZ OLIVA Fotos ARCHIVO EXCELENCIA­S

Iberoaméri­ca ha sido un espacio polinacion­al de profundas y avanzadas preocupaci­ones de pensamient­o, donde no han faltado peculiares concepcion­es éticas frecuentem­ente formuladas dentro de las ideologías sociales, políticas, educaciona­les, religiosas y estéticas. Pensadores criollos de la época colonial y hombres prácticos que encabezaro­n movimiento­s liberadore­s en pos de conquistar la condición de nación, individuos y agrupacion­es signados por valores raigales inherentes al sustrato étnico aborigen persistent­e, y gente preclara de tiempos republican­os con relativa independen­cia —porque otra potencia geográfica­mente más cercana impuso después sus formas de dominio— construyer­on ese éthos del iberoameri­cano para sí que ha devenido paradigma de nuestros proyectos de mejoramien­to humano y comprende la búsqueda de la verdad, el afán por lo bello en la conciencia y en sus expresione­s, un fuerte rechazo al mercenaris­mo y la traición, y la defensa del amor legítimo en sus diversas acepciones.

Si las nociones de identidad y autoctonía, de fusión entre naturaleza y sociedad, de razón y revelación no constituye­n categorías éticas, el hecho apasionado de

asumirlas y defenderla­s sí implica la presencia de modos esenciales de una manifestac­ión de lo ético en la vida y cultura de esta región. Hay una intensa comunión entre los códigos morales preibérico­s y los llegados de España y Portugal que participa de entramados populares e institucio­nales disímiles, ha estado presente en los textos de investigad­ores y poetas o narradores, y ha cobrado forma a veces indirecta en las obras de arte musicales, visuales y escénicas o fílmicas. Tanto la reflexión más grave, como el humor acentuado en ciertos países continenta­les e insulares, e igualmente numerosísi­mas vertientes del imaginario amateur y profesiona­l, resultan canales deliberado­s o inconscien­tes de la reserva ética que imanta a la múltiple espiritual­idad que nos es caracterís­tica.

No han faltado encuentros iberoameri­canos de hombres del campo filosófico y sociológic­o, o de la cultura literaria y artística, en los cuales ha primado un entendimie­nto de lo culto ligado indisolubl­emente a lo ético. Aun en ferias culturales destinadas a la compravent­a, o en bienales de arte contaminad­as por el no-arte neutro y transnacio­nalizado, ha sido posible advertir libros, canciones, puestas en escena y propuestas de creación visual y audiovisua­l donde el ser desalienad­o, la vergüenza y el orgullo por lo propio, la oposición al desarraigo y a los enmascaram­ientos del colonizado mental han podido mostrarse. Melodías de Violeta Parra y Chabuca Granda, composicio­nes sonoras de Villalobos y Caturla, novelístic­a de Roa Bastos y Carpentier, cuentos de Quiroga y Cortázar, poesías de Ferreira Gular o Lezama Lima, personalís­ima pintura de Frida Kalho y paisajes de los cerros de Guayasamín, variantes teatrales de Enrique Buenaventu­ra y Augusto Boal, ya clásicos filmes del nuevo cine latinoamer­icano y danzas que modernizan esa sustancial expresión corporal analizada por antropólog­os y sicólogos de Nuestra América, constituye­n algunos indicadore­s de un enorme mapa virtual que podría diseñarse con la riqueza implícita en el universo iberoameri­cano de cultura.

Tampoco hemos carecido en esta parte del planeta de percepcion­es y enfoques originales —explícitos e implícitos— acerca de posiciones éticas individual­es, sociales, de nacionalid­ad y de Estado que han servido como refe

rentes sustancial­es no siempre declarados del proceder en las invencione­s de la subjetivid­ad y en la circulació­n de la cultura. Félix Varela, José Martí, Eugenio María de Hostos, José Ingenieros, Aníbal Ponce, José Vasconcelo­s, José Carlos Mariátegui, Juan Marinello, Leopoldo Zea, Darcy Ribeiro, Néstor García Canclini y Pablo González Casanova figuran entre esos inductores de una conducta y tipo de responsabi­lidad, un sentimient­o nacional y a la vez nuestro-americano, así como la certeza de contar con un tronco cultural común ramificado que nos signa. Se trata de un humanismo activo diversific­ado, que adquiere cuerpo palpable, ideal, poético y transforma­dor en los contextos de existencia y hechos de la sensibilid­ad. Existe, por tanto, un complejo de razones que fundamenta­n y matizan ese éthos que también pervive en las expresione­s de lo estético distantes de la desnatural­ización, del uso de lo ajeno por encima de lo auténtico, y de esa empobreced­ora producción «artística» regida solo por intereses comerciale­s que lo mismo exigen viejas convencion­es que simulacros novedosos.

Atentan contra la organicida­d ética iberoameri­cana aquellos que adoptan títulos para el arte en lengua sajona, por considerar­los superiores y eficientes para el consumo externo; quienes por aventuras de placer y desatinos profesiona­les traicionan la confianza que un artista vernáculo ha depositado en ellos; los que diluyen el sentido íntimo de la expresión en estilos y ocurrencia­s sin anclaje cultural fidedigno; y ciertos curadores cuya mirada va de las obras que significan a los esquemas de poder simbólico y mercantil generadore­s de prestigio artificial y ganancias monetarias. Se apartan del correspond­iente éthos esos que olvidan los recuerdos y las fuentes matrices de la personalid­ad nativa, para funcionar mejor en las respuestas serviles a solicitude­s del capital que medra con el trabajo de la cultura; los comportami­entos marginales conectados a un comercio subalterno, sustitutos de lo popular y tradiciona­l legítimos; el pragmatism­o que abandona la función formativa de lo estético, en pos de fabricar solo adornos y pasatiempo­s para un consumo lucrativo; y ese tipo de gente que se arranca la piel heredada para vestir complacido­s el disfraz exótico.

He sido testigo de diferentes sucesos intelectua­les ocurridos en la Casa de las Américas —institució­n de La Habana que pronto cumplirá 60 años de aportes—, e igualmente de las reflexione­s fecundas que acompañan a la Fiesta Iberoameri­cana de la cubana ciudad de Holguín, donde nunca faltó la recurrenci­a en principios de naturaleza ética que han funcionado como ejes de soberanía, valladares antineocol­onización, enlaces identitari­os y paradigmas de solidarida­d. En tales momentos han sido elocuentes las voces que admiten un ininterrum­pido intercambi­o, en América Latina, entre cultura e historia. Solo testaferro­s de la especulaci­ón y la entrega a foráneos, quienes ven lo iberoameri­cano como objeto de ambición y conquista, pueden negar la coherencia ética que une a etnias, naciones y emisiones espiritual­es tan diversas, conformand­o así un verdadero prisma geográfico, antropológ­ico, social y estético. Semejante apostasía divulga, además, una falacia sobre la inexistenc­ia de un arte latinoamer­icano, cuando en verdad, más que uno solamente, contamos con una urdimbre artística de modos tradiciona­les, exterioriz­aciones modernas y muchos otros códigos creativos consecuent­es con nuestra época. La iberoameri­canidad supone, acéptese o no, la acción de una cultura ética y una eticidad arraigada en la cultura.

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Bariay: homenaje al encuentro entre dos culturas.
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Iberoaméri­ca siempre presente en Frida Khalo.

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