Arte por Excelencias

Donde el arte pulsa AL RITMO DE TIEMPOS PERDIDOS

- Por DUNA VIEZZOLI Fotos CORTESÍA DE LA AUTORA

Vida mobile. Buenos Aires es una ciudad que nunca duerme, se dice. Restaurant­es, cafés, boliches: siempre hay un lugar abierto, a cualquier hora del dia y de la noche, para compartir una empanada o un fernet, un tango o una charla de sobremesa. Sin embargo, su insomnio se puede leer en los ojos de los que a la mañana se aprietan en el subterráne­o —cara expresiva del caótico frenesí de la metrópoli— zarandeado­s desde un punto al otro para llegar, casi siempre, con veinte minutos de retraso al trabajo. Ojos de diferentes colores y nacionalid­ades. De gente que llegó de todas partes del mundo, cuando Argentina parecía la tierra prometida para los europeos salidos de la Segunda Guerra Mundial. De gente que sigue llegando, con el poco dinero que alcanza para el viaje, desde otros países de Latinoamér­ica, en busca de una vida sin guerras. En su túnel tambien se encuentran vendedores ambulantes de alfajores o churros, músicos extraordin­arios y mendigos que piden una contribuci­ón para aliviar sus males, enfermedad­es y trastornos inducidos por una sociedad maligna, una política corrupta y un dios ausente. El subte es la vía más rápida para llegar a rincones lejanos de Buenos Aires, para salir de sus vísceras pulsantes y volver a ver la luz: la del día, brillante en el sol del mediodía pendiente sobre la Plaza de Mayo; o de la noche, de las miles y una farolas de la calle Corrientes, de los letre

ros de sus teatros, cines y bares de milonga que, hasta que termine el espectácul­o, nunca se apagan.

A Buenos Aires llegan espectador­es de todos los lados, atraídos por su oferta cultural que no tiene igual, excepto Nueva York, donde todavía los precios prohibitiv­os reservan la cultura a una élite suertuda. Son pasajeros que terminan quedándose en este vórtice de luces y sensacione­s, donde encuentran una fuerza que los devora, dejándolos, algunas veces, volver a sus lugares, pero solo con la promesa de estar de vuelta en este sitio centrípeto, ombligo del mundo de Latinoamér­ica.

El arte de Buenos Aires es la fuerza de sus tradicione­s, una mezcla aleatoria y desordenad­a de las culturas que hace dos siglos siguen poblándola y de su presente, en constante confrontac­ión con la promesa de un futuro de estabilida­d que nunca llega. La de esta ciudad es una produccion artística en constante renovación, inducida por la influencia de este crisol étnico y cultural caleidoscó­pico que deja sin aire. Al acercársel­e, el choque viene por la cantidad de propuestas diferentes en géneros, talentos y creativida­d: las pinturas sociales del inmigrante italiano Quinquela Martín y Arteba, feria de arte contempora­neo que llama la atención de Latinoamér­ica toda; orquestas típicas como la Fernández Fierro reinterpre­tando antiguos tangos y tremendos trompetist­as de jazz tocando temas de Chet Baker en clubes de los sótanos de edificios marcados por la gloria de tiempos perdidos.

Al vivir la escena artística de esta capital uno se entera que no alcanzaría ir a ver una obra cada día del año, para conocer sus cuatrocien­tos teatros, entre el magnífico Teatro Colón y el más escondido teatro barrial independie­nte, ni asistir a las innumerabl­es charlas en los centros culturales, donde el acceso a los contenidos es más sujeto al proceso de democratiz­ación y a la mezcla de todos los tipos sociales que ocurre como en ningún otro lugar. De hecho, la certeza que hunde al usuario, dejándolo en una sensacion de dulce e inevitable naufragio, es una: conocer todo es imposible. Por lo más que uno intente sacar el tiempo necesario, la percepción de tener al alcance de la mano una oferta cultural inmensa y de calidad viene frustrada por la conciencia de no poder gozarla toda. Sin embargo, ello constituye un estímulo fenomenal para seguir intentando y entrar siempre más en la esfera de manifestac­iones culturales de Buenos Aires, para la cual, aun en su peor momento político-económico, decepciona­r a su público es imposible.

Así que en una ciudad donde protagonis­ta es tanto el arte como los más variados linajes culturales, perderse es la única manera de entrar en su mecanismo, fascinador como un atrapador de sueños. Las miradas se cruzan y el tiempo se para, como cuando una pareja se elige para bailar un tango. O cuando en La Boca se van los turistas y se quedan los niños que pasan volando en bicicleta por un innegable expresión de estafa y engaño, productos de tiempos en los cuales la indigencia de los inmigrante­s lo transformó en un área insegura, puerto de ladrones y garito de artistas: expresión ejemplar de cómo, donde más las tradicione­s se transforma­n y se mezclan, más crean un diálogo fructífero y eterno, constantem­ente alimentado por una nueva línea cultural.

WHERE ART BEATS AT THE PACE OF LOST TIMES

It is said that Buenos Aires is a city that never sleeps. Restaurant­s, cafes, bowling alleys: there is always an open place, at any time of the day or night, where you may chat over a pie, a fernet, or a tango. However, its insomnia can be read in the eyes of those who in the morning get squashed in the undergroun­d: eyes of different colors and nationalit­ies.

In Buenos Aires, spectators come from everywhere, attracted by its cultural offer that has no equal, except New York, where the prohibitiv­e prices still reserve the culture for a lucky elite. They are passengers who end up staying in this vortex of lights and sensations, where they find a force that devours them, sometimes leaving them to return to their places, but only with the promise of being back in this centripeta­l site, the center of the world of Latin America .

The art of Buenos Aires is the force of its traditions, a random and disorderly mix of cultures, that for the last two centuries have continued to populate it, and its present, in constant confrontat­ion with the promise of a future of stability that never comes.

EL ARTE DE BUENOS AIRES ES LA FUERZA DE SUS TRADICIONE­S, UNA MEZCLA ALEATORIA Y DESORDENAD­A DE LAS CULTURAS QUE HACE DOS SIGLOS SIGUEN POBLÁNDOLA .

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El arte de Buenos Aires es la fuerza de sus tradicione­s.

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