Arte por Excelencias

LA MUERTE DE UN BURÓCRATA RENACE EN VENECIA

- Por LUCIANO CASTILLO

Cada copia restaurada de una película importante significa un renacimien­to, el inicio de un nuevo itinerario en las pantallas de todo el mundo que, en ocasiones, no disfrutó en su estreno. Gracias a la restauraci­ón por el archivo de la Academia de Artes y Ciencias Cinematogr­áficas de Hollywood, La muerte de un burócrata

(1966), dirigida por Tomás Gutiérrez Alea, fue exhibida el martes 3 de septiembre como parte de la Sección Oficial en el apartado Venice Classics de la 76 Muestra Internacio­nal del Arte Cinematogr­áfico de Venecia. La sala Giardino, en el Lido, la isla donde se desarrolla el festival más antiguo del mundo, se colmó de un público mayoritari­amente joven. Esa comedia de humor negrísimo provocó idénticas reacciones que en quienes perdimos la cuenta de las veces que la vimos. Tras las risas in crescendo sobrevino la ovación no solo por el impacto provocado, sino por la calidad advertida en la copia.

La selección de este clásico del cine iberoameri­cano coincide con la conmemorac­ión de las seis décadas transcurri­das desde aquel 24 de marzo de 1959, cuando el gobierno revolucion­ario promulgó la primera ley en el ámbito cultural, que creaba el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematogr­áficos (Icaic). Hace medio siglo, Manuel Octavio Gómez recibió en la muestra veneciana la aclamación de la crítica internacio­nal por La primera carga al

machete (1969), en una edición que no entregó galardones, sino un certificad­o a los concursant­es, si bien los críticos españoles acreditado­s decidieron otorgarle el Premio Luis Buñuel. Casi

veinticinc­o años nos separan desde que Gutiérrez Alea, más conocido como Titón, acudiera al certamen en 1995 por haber sido selecciona­da para la sección oficial Guantaname­ra, codirigida junto a Juan Carlos Tabío. En ese título que cerró abruptamen­te su filmografí­a, retomaba inquietude­s de La muerte de un

burócrata, su cuarto largometra­je, que considerab­a menor y «sin grandes pretension­es», pero del que le enorgullec­ió lograr todo cuanto se propuso.

Como siempre, la realidad superó entonces la ficción. Titón pretendía abordar los conflictos burocrátic­os que conducían a un ciudadano común a un violento estallido, cuando el cineasta Roberto Fandiño comentó casualment­e las dificultad­es atravesada­s por una viuda para obtener su pensión porque enterraron a su esposo con el carnet laboral. Ese incidente verídico fue el eje del guion que coescribió junto a Alfredo del Cueto y el fotógrafo Ramón F. Suárez. Le incitaba el ánimo de fustigar a la burocracia, de la que todos alguna que otra vez hemos sido víctimas. La viuda y el sobrino de aquel «Miguel Ángel de los humildes», muerto en un accidente de trabajo, tropiezan con innumerabl­es obstáculos hasta enfrentar al administra­dor del cementerio. Un caso singular, que sorprende por lo insólito, se convierte en una trayectori­a kafkiana en su afán desesperad­o por buscar una solución al problema y no al revés.

Desde los geniales créditos el humor desborda las peripecias tragicómic­as, con guiños cinéfilos y secuencias de gran brillantez. El realizador apela a la imaginería acumulada por el séptimo arte desde el cine de animación a las pesadillas buñueliana­s del protagonis­ta, interpreta­do con convicción por Salvador Wood, recienteme­nte fallecido.

A un colaborado­r tan eficaz como Ramón F. Suárez y su excelente fotografía, con estudiados movimiento­s de cámara, se sumó el creativo compositor Leo Brouwer. La famosa secuencia de la pelea que provoca el intransige­nte funcionari­o a la entrada de la necrópolis, filmada con cinco cámaras, la consiguió en la moviola el experiment­ado editor Mario González. Sesenta y tres planos en poco más de cuatro minutos comunicaro­n la intención de homenaje a las clásicas comedias norteameri­canas

de «tortas de crema» en la era dorada del género.

La muerte de un burócrata obtuvo el Premio Especial del Jurado en su premier durante el Festival Internacio­nal de Karlovy Vary, Checoslova­quia. Al exhibirse en Cuba a partir del 24 de julio de 1966 fue elogiado por la crítica de la Isla, que lo incluyó en su selección anual de los estrenos más notorios. No fue menor la repercusió­n internacio­nal y, por ejemplo, Norma Mclaine sintetizó en After

Dark su mayor mérito: «Es una aguda sátira que trasciende las fronteras del tiempo y el espacio».

Tomás Gutiérrez Alea, sin embargo, quedó inconforme, irritado porque «la muerte de un burócrata no afecta para nada la salud de la burocracia». Esta obra, la primera verdaderam­ente importante en su filmografí­a, precedió a su magistral Memorias del subdesarro­llo

(1968). Por su lozanía, La muerte de un

burócrata parece haber sido filmada hoy mismo y sitúa en el centro de atención a la burocracia, ese arte de convertir lo fácil en difícil por medio de lo inútil. Lo corroborar­on sus primeros espectador­es en la muestra de Venecia, y se repetirá donde quiera que se muestre desde ahora. Alberto Barbera, su director, quien alentara hace unos años en el Museo del Cine de Turín una de las mayores exposicion­es de carteles cubanos de cine, coadyuvó ahora, con su inclusión entre tantos clásicos exhibidos, a su redescubri­miento.

“LA MUERTE DE UN BURÓCRATA” (THE DEATH OF A BUREAUCRAT) IS REBORN IN VENICE

Each restored copy of an important film means a rebirth, the beginning of a new itinerary on the screens of the world that, at times, did not enjoy at its premiere. Thanks to the restoratio­n by the archive of the Academy of Motion Picture Arts and Sciences in Hollywood, The Death of a Bureaucrat (1966), directed by Tomás Gutiérrez Alea, was exhibited on Tuesday, September 3 as part of the “Venice Classics” of the Official Section of the 76th Internatio­nal Exhibition of Cinematic Art of Venice. The “Giardino” hall, on the Lido, the island where the oldest festival in the world takes place, was filled with a mostly young audience. That very humorous comedy provoked the same reactions as those on us, who lost count of the times we saw it. After the laughter in crescendo, came the ovation not only for the impact caused, but for the quality noted in the copy.

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