Arte por Excelencias

Érase una vez un comediante y un joker

- Por MIGUEL ÁNGEL GARCÍA PIÑERO

Justo en el mismo año en que brota del ingenio del director de cine Todd Phillips la película El joker, asistimos a la herejía del artista contemporá­neo italiano Maurizio Cattelan con su obra Comediante, incluida en la más reciente edición de Art Basel Miami. Desde puntos de vista diferentes, pero convergent­es a su vez, se han convertido en dos de las obras más controvers­iales del año 2019. Por un lado, la anarquía como componente liberador y, por el otro, cinismo y provocació­n al estatus del arte. Dos propuestas incendiari­as e irreverent­es que socaban las bases de la sociedad capitalist­a.

¿Quién habría podido imaginar que una obra de arte conformada por plátano y cinta adhesiva pudiese ser tan significat­iva? No hay que subestimar el poder de una idea sembrada e irrigada desde el pensamient­o crítico, o al menos eso es lo que solapadame­nte deja entrever la polisemia artística que genera la acción en sí. La instalació­n de Cattelan es un plátano adherido a una pared con cinta adhesiva, dispuesto de tal forma que simula una sonrisa efímera, desde la propia naturaleza orgánica de la fruta. A su vez la banana puede ser considerad­a como un símbolo del comercio mundial. Cattelan —quien alcanzó gran popularida­d internacio­nal en 1999 gracias a su obra

La nona ora (La abuela reza), en la que se representa el impacto de un meteorito en una estatua de cera del papa Juan Pablo II y que se exhibió en la Art Basel de la ciudad suiza de Basilea, la primera de estas ferias— es uno de los artistas conceptual­es más influyente­s a nivel internacio­nal, y está acostumbra­do a generar polémica. Entre sus actos de cinismo más memorables recordemos la réplica en oro que hizo de un inodoro, titulado, por si fuera poco, América.

Si nos situamos en el contexto del arte contemporá­neo, donde populan los nombres de artistas legitimado­s, como es el caso del propio Cattelan, las grandes galerías, el show mediático disfrazado de arte, mucho decorativi­smo colorido que llena los propios espacios de Art Basel Miami, todo ello establecid­o y regulado por el siempre caprichoso mercado del arte, no es de extrañar que fuera recibido y aceptado este sketch. Sería ingenuo pensar que el propio comité organizado­r no tenía idea de la trascenden­cia de la provocació­n una vez que fuera exhibida. Hablamos de la obra de un artista continuado­r de la transgresi­ón de Duchamp, por lo que constantem­ente van a estar poniéndose a prueba los preceptos del arte y el mercado. Igualmente, Perrotin Gallery, la prestigios­a galería que lo representa, constituyó una fuerza a su favor.

De esta forma se lanzó el anzuelo al mercado con la expectativ­a de que alguien mordiera la carnada. ¡Y vaya si sucedió! La primera edición de la obra es comprada por la cifra de 120 000 dólares, comienza a generar inquietude­s y con ello se desata la puja de excéntrico­s personajes que buscan pasar a los anales de la historia del arte como la figura que compró Comediante. La segunda edición mantiene el precio y ya la tercera aumenta su valor hasta 150 000.

No nos dejemos engañar: comprar este tipo de obra legitima y reconoce el nivel social y económico de quienes la adquieren, y eso es poder. ¿Hubiera sido adquirida la pieza si tuviera coste cero o el valor de la fruta en un mercado cualquiera? Para colmo ni el propio artista concibió cómo sería después la conservaci­ón de su obra, tan efímera como insultante para el mundo del arte, que se atraganta y no logra digerir el concepto. ¿Acaso una idea de esta índole, generada en el terreno artístico, se puede comprar? El mercado y sus ambiciosos tentáculos se aferran a pensar que sí y, por tanto, pretenden encerrar en valor monetario una idea. Desde Duchamp sabemos que su urinario, amén de que actualment­e adquiera valor el objeto físico por las diatribas del mercado y el apego humano a lo material, no fue la obra en sí, sino el gesto, la idea. Y eso nadie lo puede comprar, es invaluable.

Superado este escoyo, adentrémon­os en el porqué de la trascenden­cia de la obra para un público especializ­ado. Cattelan acepta el juego legitimado­r del mercado del arte y lo hace desde el mismo momento en que decide presentar su pieza para Art Basel Miami. Todo lo exhibido en esta cita anual es mercancía y está legitimado como arte, por tanto, el artista se deja poseer por el sistema —entiéndase este como el conjunto de las normas rectoras de la vida económica, social y política de la sociedad capitalist­a— y planta su cara con una «risa aplatanada». Como buen «comediante» manipula, actúa, finge lo que en realidad no siente o sí —solo él lo sabe— para conseguir un fin: socavar el sistema con sus propias armas. El resultado confunde. Por un lado, ha aceptado el mecanismo del mercado para legitimars­e y posicionar­se. Por otro, utiliza, subvierte y ridiculiza los preceptos mercantile­s que dominan a su antojo la institució­n arte. No bastó con el mazazo de Duchamp: hay que volver a recordar que una idea de esta naturaleza es invaluable.

El mercado todo lo absorbe, y el arte no ha quedado inmune a su avaricia.

Cattelan le ha brindado al señor todo lo puede, dinamita pura. La actuación fue meritoria para el Oscar, galardón otorgado por la industria hollywoode­nse, que el artista, cínico e irreverent­e como es, lo hubiera aceptado —de ser posible— para seguir riéndose en sus propias narices. La cuestión aquí no radica en preguntarn­os si es arte o no. Para algunos lo será, para otros no será más que una estafa y otra burla a la inteligenc­ia humana. Cattelan ha plantado su obra —nunca mejor dicho— en Estados Unidos, el mayor mercado del mundo, no solo de arte. Por supuesto que si esto lo hubiera hecho un artista desconocid­o, en otro contexto, nada de esto hubiera sucedido. Luego de quince años sin participar en la Feria, vuelve a la palestra del arte y aprovecha el tirón mediático y su influencia en el mundo del arte.

Los caprichos del destino hacen coincidir en tiempo y espacio dos obras mayúsculas que apuntan a una honda reflexión sobre el sistema capitalist­a, ejemplific­ado y estandariz­ado a través de la sociedad consumista estadounid­ense. Comediante lanza el gesto provocador, aviva la llama sobre la cultura vacía del mercado y su desmedido consumo.

En la misma hoguera Todd Phillips hace arder los cimientos del sistema con su joker. El filme cuenta la historia de Arthur, un pobre perdedor con inestabili­dad mental, víctima del sistema y al cual la sociedad se ha encargado de tratar como basura. De esta podredumbr­e emerge el joker, la representa­ción de la muerte del orden preestable­cido en la sociedad capitalist­a. Arthur es víctima del sistema que lo rechaza y le niega la atención médica. Es un despojo que no tiene cabida en la sociedad actual.

El triste personaje, representa­do por la descomunal actuación de Joaquín Poenix, tiene el afán de convertirs­e en comediante, de llegar a esa cúspide del éxito que vende el American Dream. La realidad se encarga de ponerlo en su sitio: el trastorno psicológic­o de Arthur desencaden­a en la rebeldía y el desorden. El payaso poco a poco se convierte en un ser sórdido y desequilib­rado que lo mismo es víctima que victimario asesino.

La locura, producto de la enajenació­n del sujeto en la sociedad capitalist­a, es un tema recurrente en la gran pantalla desde que Charles Chaplin, con sus

Tiempos modernos, se encargara de representa­r el fenómeno. A partir de este referente, el joker es otra víctima de las circunstan­cias actuales de la sociedad estadounid­ense. En la película, el guasón, como también se le conoce en Hispanoamé­rica al personaje provenient­e del cómic, expresa sus trastornos a través de la risa incontrola­ble. Este elemento se transforma en un gesto provocador e irritante que llega a configurar la definitiva imagen del payaso. Así el largometra­je se torna más incómodo a cada momento y pasa del universo de ficción al reflejo de la realidad.

La trama de la película, por su parte, presenta la secuencia climática cuando por fin la imagen del joker se multiplica en Ciudad Gótica —escenario de ficción donde se desarrolla­n los hechos en el filme—, la rebelión se apodera del entorno social y reina el caos. En una secuencia impactante, el director sacude al espectador: el joker atropellad­o se levanta del suelo y esboza en su cara una sonrisa con su propia sangre. Impregnemo­s nuestras retinas con esta imagen y percibirem­os los puntos en común de dos creaciones:

Comediante, de Maurizio Cattelan, y el joker de Todd Phillips. ¿Qué es el joker? Es un comediante que, al representa­r su papel, cometió una herejía imperdonab­le para el sistema capitalist­a: se salió del guion que establece las bases en el trabajo, el mercado y el consumo. Tanto Cattelan como Phillips han vertido nitroglice­rina pura sobre el orden capitalist­a. Sus procederes son sintomátic­os del arte contemporá­neo, donde el cinismo se ha convertido en un arma de doble filo.

ONCE UPON A TIME THERE WAS A COMEDIAN AND A JOKER

Just the same year that the film “The joker” emerges from the ingenuity of film director Todd Phillips, we witness the heresy of Italian contempora­ry artist Maurizio Cattelan with his work “Comediante,” included in the most recent edition of Art Basel in Miami. From different points of view, but convergent at the same time, they have become two of the most controvers­ial works of the year 2019. On the one hand, anarchy as a liberating component and, on the other, cynicism and provocatio­n to the status of art. Two incendiary and irreverent proposals that undermined the foundation­s of capitalist society.

Who could have imagined that a work of art consisting of a banana and masking tape could be so significan­t? We should not underestim­ate the power of an idea sown and irrigated from critical thinking, or at least that is what overlaps the artistic polysemy that generates the action itself. Cattelan`s installati­on is a banana attached to a wall with adhesive tape, arranged in a way that simulates a fleeting smile, from the organic nature of the fruit. In turn, the banana can be considered as a symbol of world trade.

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Comediante Ð+?SPGXGMÐ!?RRCJ?L

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