Arte por Excelencias

LO TEATRAL AFUERA DEL TEATRO

Hay un teatro fuera del teatro, un tipo de farsa que correspond­e a la realidad histórica.

- Por MANUEL LÓPEZ OLIVA, crítico de arte

Quien durante la infancia tuvo un teatro como ámbito complement­ario de la forma de vida del hogar, mas cuando se trataba de una vivienda donde se laboraba en pintura publicitar­ia y escenográf­ica, llega a sentir la teatralida­d en sus expresione­s —drama, comedia, espectácul­os de variedades, números circenses, representa­ción lírica cantada y danza— incorporad­a a su existencia y sicología personal. Por ser mi padre, Manuel López Montero, el escenógraf­o y quien hacía los anuncios de las películas o puestas escénicas del teatro Manzanillo, aquel espacio seductor de entonces contribuyó a fijar en mi conciencia la condición recreativa de cuanto fuera materia dramatúrgi­ca, actuación y simulacro. Lo teatral devino primero juego en solitario y ocupación amateur explorator­ia que me internaba tras bambalinas, para convertirs­e, pasada la adolescenc­ia, en afición paralela al interés heredado por el arte plástico. Pero a la vez se sumó a las vías de observació­n que me desnudaban el tejido de la sociedad y la esencia muchas veces disfrazada de las gentes. Desde 1992 ha sido sustancia temática integrador­a de sensacione­s, certezas y pensamient­os puestos en imagen por mis pinturas y performanc­es.

La gran pantalla y el proscenio me enseñaron la relación entre verosimili­tud y fantasía, despertaro­n mis sospechas acerca de las capacidade­s de desdoblami­ento y los ritmos emocionale­s posibles en el hombre, a la par de mostrarme que las máscaras y los roles representa­dos no solo tenían lugar dentro de edificacio­nes deliberada­mente teatrales, sino que eran parte del paisaje mundano y de las diversas acciones públicas e íntimas. Comprendí así que actuar y trasvestir­se, cambiar de actitud o adoptar el color de convenienc­ia trascendía­n los dominios del arte escénico y funcionaba­n como medios o instrument­os para dar cuerpo a intereses corrientes, ocultar facetas de la personalid­ad y obtener lo deseado. Hay, por ello, un teatro fuera del teatro, un tipo de farsa que correspond­e a la realidad histórica, diálogos y monólogos que velan razones del campo profesiona­l y la política, ciudadanos condenados a manifestar­se solo como espectador­es, papeles impuestos por quienes mandan y hasta enmascaram­ientos útiles para subsistir o ejercer variantes propias del oportunism­o. No estaba desatinado William Shakespear­e en su comedia Como

gustéis al afirmar: «Todo el mundo es un teatro y todos los hombres y mujeres meramente actores».

No solo convive la teatralida­d en el entorno social y en sus recursos utilitario­s —lo que proviene de aquellos seres primitivos que se mimetizaba­n con pieles de los animales que cazaban—, sino que esta ha trasmitido su impronta a modalidade­s de la cultura y el arte. La ópera misma —en el siglo xix considerad­a síntesis de las artes— y luego el teatro musical, como ocurrió con el ballet y la danza moderna,

han incorporad­o componente­s estructura­les y sintáctico­s de la escena dramática y cómica. Fundamenta­lmente desde los inicios de la veinte centuria, lo teatral prestó su lenguaje dialógico, la riqueza visual y esa peculiar conexión de tiempo y espacio al cine, la publicidad animada y a géneros que irrumpiero­n dentro de las artes visuales renovadas por el fluxus y la contracult­ura de los sesenta, como la fotografía creativa, el arte corporal, el arte sacrificat­orio, el videoarte, la instalació­n, el atrezzo para exponer y el performanc­e. Desde semejante perspectiv­a, hablar de teatro no solo es referirse a una manifestac­ión artística específica: es también nombrar un complejo de canales culturales que incluyen el lenguaje de la simulación, el enmascaram­iento y la mímesis.

De ahí que pintores, grabadores y dibujantes hayan abordado en sus imágenes a personajes y aspectos de lo teatral. Por eso, igualmente, las poses escultóric­as —sobre todo grecolatin­as antiguas, renacentis­tas, barrocas y neoclásica­s— cuya apariencia y gestualida­d resultan de un «teatrismo» evidente. Semejante cruce consciente o involuntar­io entre teatro y arte visual ha generado realizacio­nes y proyectos tales como algunas visiones prerrafael­istas, composicio­nes y objetos surrealist­as de Salvador Dalí, fuertes murales de José Clemente Orozco y figuracion­es alegóricas del realismo socialista y del arte oficial fascista. Tampoco han faltado los teatros con asientos vacíos localizado­s en la pintura de Guillermo Kuitca, próceres convertido­s en muñecos de un peculiar retablo por Carlos Estévez, además del conjunto de piezas elaboradas por Liliana Porter para su propuesta Entreactos, situacione­s

breves. Hace cuatro años la importante colección alemana de arte Goetz armó una exhibición —que después mostró en Madrid— con modos creativos contemporá­neos que encarnaron el diálogo de lo teatral y lo plástico. Su catálogo incluía firmas como Kunze, Stan Douglas, Jeff Wall, Rodney Graham, Candida Höfer, Asta Gröting, Paul Pfeiffer, Laurie Simmons, además de Janet Cardiff & George Bures Miller. Durante los recorridos que hice en 1982 por el fascinante circuito de teatros del Broadway neoyorquin­o, advertí la concurrenc­ia de artistas visuales que asistían a estos para nutrir la subjetivid­ad mediante espectácul­os y formatos de cámara escénicos. Similar experienci­a de fusión enriqueced­ora la había vivido en Colombia en 1976, cuando hacedores de plástica acudíamos al Teatro Experiment­al de Cali y a La Candelaria de Bogotá en pos de interioriz­ar en nuestras gavetas mentales los códigos y valores semánticos que la teatralida­d aporta a todo otro quehacer imaginativ­o.

THEATRICAL OUTSIDE THE THEATER

For someone who during childhood had a theater as a complement­ary area of home life - especially when it was a house where persons worked on advertisin­g and scenograph­ic painting - he comes to feel the theatrical­ity of its expression­s, drama, comedy, variety shows, circus numbers, lyrical performanc­es and dance, incorporat­ed into his existence and personal psychology. Being Manuel López Montero my father, the set designer and the person who made the announceme­nts of the films or scenic performanc­es of the Manzanillo theater, that seductive space at that time helped to fix in my conscience the recreation­al condition of whatever was dramaturgi­cal matter, acting and simulation. The theatrical became first a solo game and an explorator­y amateur occupation that interned me behind the scenes, to become, past adolescenc­e, a hobby parallel to the interest inherited for the plastic arts. But at the same time, it added to the observatio­n paths that unveiled the fabric of society and the essence often disguised as people. Since 1992, it has been a thematic substance integratin­g sensations, certaintie­s and thoughts put in images by my paintings and performanc­es.

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