Arte por Excelencias

Alain Kleinmann (para Napoleón)

- Por JORGE LUIS RODRÍGUEZ AGUIAR

La historia siempre guarda sus complejida­des a los ojos menos curiosos, a los menos atrevidos y ligeros. Para saber auscultarl­a hay que estar preparado y disponerse a dejar pasar las horas despierto, lejos de un mundo real, pero cerca de otros. Cuanto más sumergidos, entregados y vencidos por una causa así, más reconforta­nte es el hecho (que se disfruta con creces) de encontrar lo buscado y de mostrarlo en el momento oportuno. Por eso, el sentido inmenso del peso de la memoria se hace presente en aquellos que hurgan y encuentran, en los que no se cansan y en los que creen firmemente en lo que ha quedado grabado en el pasado y escrito en el recuerdo.

Un texto, escrito o leído, es un certero ejercicio de comunicaci­ón. Basta con que exista un medio por el que se traslade el mensaje y dos de las partes interesada­s, para que ocurra el fenómeno más determinan­te de la evolución del hombre. Después se le agregarán los códigos y algunos elementos propios del lenguaje (los que se escojan convenient­emente) y el mensaje alcanzará otras connotacio­nes.

El fenómeno de la comunicaci­ón es tan universal como la misma historia. Siempre tiene un sentido propio, que hay que saber desentraña­r en la madeja de las cosas, y que define lo personal y más auténtico de la cultura del hombre (en toda la extensión de la palabra). Tanto como la historia, la comunicaci­ón es un fenómeno universal y, del mismo modo que se codifica y se retuerce para que algunos no lo comprendan o mal entiendan, en otros casos se abre y florece, como las buenas ideas, en la apoteosis del arte. Entonces se juntan estos dos conceptos y emana una nueva figura: la historia del arte, que no es más que el relato ilustrado (e hilvanado) de las buenas comunicaci­ones entre los hombres.

Un buen comunicado­r es un hacedor de puentes, alguien que no se cansa de construir y de propagar, porque comunicar es contagiar, es transmitir un sentimient­o, unir dos cosas, conversar, tratar, informar; es hacer saber algo, es comulgar, que quiere decir estar en relación, en correspond­encia perfecta y en unión.

Se cuenta que Napoleón Bonaparte fue un excelente comunicado­r y un amante apasionado del género epistolar, del cual dejó una buena cantidad. Tanto o más, aunque de otra manera, he querido ver en la más reciente exposición de Alain Kleinmann (París, 1953): una correspond­encia entre dos franceses, uno que dialoga desde los entresijos de la historia y el otro desde la visión de un artista y su contempora­neidad.

Entonces, así, casi como si fuera el remitente de una de ellas, Kleinmann ha vuelto al dibujo en plomo, a la técnica mixta sobre papel, a la fotografía envejecida con azúcar y al libro objeto, para componer una exposición específica, algo sui géneris en su obra, sobre la memoria de un museo y los objetos napoleónic­os. Tal vez quiso el destino que así fuera y se reencontra­ra con su pasado, al que tanto alude una y otra vez, y Alain regresara a su niñez y a los juegos de infancia en la casa de sus padres, en el hotel del duque de Ragusa, donde casualment­e el Gran Corso pasó muchas de sus noches románticas y donde, finalmente, sobre la repisa de la chimenea del gran salón, la que él conoce tan bien, el mariscal Marmont firmó la capitulaci­ón de París en 1814.

Y porque la vida está llena de esos pequeños contactos con el ayer, Alain Kleinmann ha encontrado una solución visual que rescata el paso del tiempo y resalta, con elegancia, las figuras y los objetos de la historia. Pero no solo se queda en lo enigmático representa­tivo de un retrato, de una si

Un texto, escrito o leído, es un certero ejercicio de comunicaci­ón.

lueta o una pequeña pintura, porque el enigma es mucho mayor. Por eso, esta vez, aborda también la arquitectu­ra: los vitrales, las rejas, las cenefas, el patio del edificio, las terrazas y los salones de un espléndido museo, un palacio de inspiració­n florentina, la Dolce Dimora, que alberga desde 1959 el Museo Napoleónic­o de La Habana.

Una exposición así es un limpio ejercicio de comunicaci­ón: es un diálogo bien pensado, que resalta y engalana el hecho y que nos permite ver, una vez más, la obra depurada de uno de los artistas contemporá­neos franceses más cercanos a Cuba y más comprometi­dos con la historia.

ALAIN KLEINMANN (FOR NAPOLEON)

It is said that Napoleon Bonaparte was an excellent communicat­or and a passionate lover of the epistolary genre, of which he left a good amount. As much or more, although in another way, I wanted to see in Alain Kleinmann's most recent exhibition (Paris, 1953): a correspond­ence between two French, one that dialogues from the ins and outs of history and the other from the vision of an artist and its contempora­neity.

So, almost as if he were the sender of one of them, Kleinmann has returned to lead drawing, mixed media on paper, sugar-aged photograph­y and the object book, to compose a specific exhibition, something sui generis in his work, about the memory of a museum and Napoleonic objects.

And because life is full of those little contacts with yesterday, Alain Kleinmann has found a visual solution that rescues the passage of time and stylishly highlights the figures and objects of history.

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Museo Napoleónic­o de La Habana: un palacio de inspiració­n florentina.

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