AS (Andalucia)

Messi sale Al rescate

Un gol del 10 saca del coma a Argentina ● México se diluyó tras el descanso ● Leo fue líder y decisivo La entrada de Enzo, que marcó, determinan­te ● La Albicelest­e, en cuartos si gana a Polonia el miércoles

- ARITZ GABILONDO

Cuando Argentina estaba en coma, sintomátic­o de la habitual depresión albicelest­e en los Mundiales, cuando a Messi se le miraba con la lupa de los jugadores al borde del descalabro, apareció su pierna izquierda para marcar un gol vital y celebrado con rabia, el gol del triunfo, el que mantiene a su equipo con vida y le saca de la agonía.

Messi gritó que no está en su quinto Mundial para irse a casa antes de tiempo. Que si cae no será sin dejarlo todo. Argentina fue Messi en un partido áspero, tenso, masticado por la importanci­a del resultado más que por la inexactitu­d del juego. No está bien Argentina, ganó sin convencer, pero ganó y a eso se había encomendad­o sin fisuras.

El encuentro fue pastoso, casi pétreo, imposible de abrir para una selección con más dudas que certezas, con más presión que ilusión. Lo que hace un año era una Argentina desafiante, hambrienta, en construcci­ón, ha derivado en un puzzle sin encaje, una torre tambaleánd­ose a punto de caer.

El mejor ejemplo del descalabro fue De Paul. La mala temporada en el Atlético tuvo continuaci­ón con un primer tiempo deplorable. Ni construyó ni destruyó. Ni acertó con el balón ni intimidó sin él. Un jugador diferente al que llevó en volandas, él especialme­nte, a Argentina al título en la Copa América.

Con el equipo desnudo en mediocampo y sin llegada al área, Messi volvió a los viejos defectos y tuvo que organizar más de lo que el cuerpo ya le pide. Se le vio moverse casi por la posición de 5, incluso desplazand­o al mediocentr­o, esos lugares en los que un día fracasó con Argentina y ahora vuelve a frecuentar de manera preocupant­e.

México se parapetó tras su jardín de espinas. Cuando algo se le descontrol­aba, cometía una falta con la que reordenars­e y desesperar a los argentinos. Hizo 10 hasta el descanso, ni más ni menos. Al trabajo encomiable de todos se les unieron Vega y Lozano, los dos puntas, los primeros guerreros de un Tri al que pocas veces con el Tata Martino al frente se le había visto una mandíbula competitiv­a tan rígida. Para entonces, el parte médico de Argentina ya era evidente: parálisis mundialist­a, una enfermedad a la que no ha encontrado cura últimament­e. Era el momento de comprobar el cuajo de esta selección,

la consistenc­ia mental de un grupo con un líder y demasiados súbditos. Argentina, para lo bueno y para lo malo, se redujo a Messi. Con De Paul, Guido y MacAlliste­r definitiva­mente dimitidos, el 10 tuvo que tomar las riendas del juego y caminar en solitario por el alambre.

Cambios. México se fue haciendo pequeña, sin amenaza arriba y pendiente de convertir su área en una fortaleza. Sus síntomas empezaron a preocupar, al tiempo que Argentina encontraba su pulso. Le vino bien Enzo Fernández como manija, lo que permitió a Messi descolgars­e por fin.

La luz la puso Di María, electricis­ta en funciones hasta cuando el físico no le responde. El Fideo vio a Messi al borde del área y lo demás lo hizo Leo como siempre: balón pegado a la cepa del poste y grito de gol con la fuerza que muchos le daban ya por perdida. Messi está vivo. Estalló él, la grada y estalló Argentina entera.

El tanto de Messi fue lubricante para los suyos, una manera de liberarse, de sentirse importante­s de nuevo, de entender que detrás de su líder se puede caminar firme en el Mundial. Sobre todo con acompañant­es como Enzo Fernández, que coronó su gran aportación saliendo desde el banquillo con un gol sublime. El de la tranquilid­ad. El que permite a Argentina respirar, a Messi disfrutar. La agonía era esto. Falta otra, la última, ante Polonia, para sellar un billete a octavos que sólo se entiende desde la relevancia del 10.

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Messi celebra su gol ayer ante México, el primera de la victoria de Argentina.
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