AS (Aragon)

La Real vuela, el Atleti naufraga

Partidazo txuri-urdin y de Vela Marcó el primero de penalti y provocó el segundo El Atleti jamás supo reaccionar Segunda derrota a domicilio rojiblanca

- PATRICIA CAZÓN

Llovía. Llovía mucho cuando Álvarez Izquierdo pitó el inicio en Anoeta. Pronto, sin embargo, el Atleti dejaría de sentir la lluvia del cielo. Pronto sería otra tormenta, más fina, más leve, de esa que no se nota pero cala, la que le inquietarí­a. En San Sebastián la llaman txirimiri y no dejaría de salir de las botas de los futbolista­s de la Real. Ellos tenían el balón. Ellos lo moverían. Ellos lo intentaría­n. Todo el rato, todo el tiempo: hasta empapar toda la hierba de su fútbol. Pronto Simeone comenzaría a negar con la cabeza en su banquillo: su equipo había salido sin paraguas. Nunca encontrarí­a uno.

Correría Vela por su banda para centrar un balón a Zurutuza en la primera pelota del partido para dejar claro quién mandaría sobre la hierba de Anoeta. Él. Siempre él. De nuevo él. Mientras, enfrente, Gabi parecía cansado y Koke, superado. Así era imposible que a Griezmann le llegara una pelota limpia. O le llegara, simplement­e. Ni tres segundos le duraba un balón, una jugada al Atleti, siempre incómodo, desdibujad­o

Después de que Willian José le dejara a Oblak su segunda tarjeta de visita, ahora con un cabezazo, Simeone cambiaría su dibujo. Grizi a la banda, Saúl al medio, Gameiro solo arriba: el Atleti poblaría el centro para intentar hacerse con la pelota. Falta a falta se fue acercando a Rulli. Metro a metro, estilo Cholo. Ahora quien negaba era Eusebio. Grizi reafirmó su sensación con un balón a Saúl que paró Rulli y Gameiro con otro que se estrelló en la madera, paf, y que sonó a tortazo. La Real despertó. Y Vela casi lo sube al marcador con una rosca a la escuadra, cargada de intencione­s, que Oblak sacó con la puntita de la manopla.

Nada más comenzar la segunda parte Griezmann robó un balón y Carrasco lo enviaría al lateral de la red de Rulli. Tardaría el Atleti en volver a acercarse por allí: justo después, Gabi derribaba a Yuri en el área y se escucharía el silbato del árbitro. Penalti. Lo lanzaría Vela, suave, a la izquierda de un Oblak que apenas dio un paso a la derecha. El gol terminó de noquear al Atleti: ya no volvería a levantarse de la lona.

En el 72’, Simeone haría su tercer cambio mientras Eusebio, con tranquilid­ad, hacía el primero. Dos minutos después, Vela agarraría un balón y comenzaría a correr sin dejar de mirar a Oblak. Entre uno y otro, sólo campo a través. Intentaría Godín detenerle, tapar, pero el cuerpo de un solo hombre era insuficien­te, como ocultar el sol con un meñique. Entonces apareció Correa y metió la pierna. Por segunda vez en la tarde el árbitro silbaría penalti. Ahora lo metería Willian José.

La mirada vidriosa, más allá, quien sabe donde, pensando qué, de Simeone en el banquillo contaba a su equipo. No era el 2-0, la losa del marcador: era la falta de reacción. Como si fueran otros los jugadores que ayer vestían la rojiblanca. Otros, desconocid­os. No los Godín, Filipe o Koke. Nunca llegaron a entrar en el partido. Ni tampoco fueron capaces de agarrarlo de la solapa para voltearlo cuando se puso feo. La culpa, a su derecha, en ese hombre, Eusebio, que a esta Real ha dado cuerpo, vuelo. Da gusto verla jugar. Observar cómo corren Vela y Oyarzabal las bandas. Admirar con qué criterio mueven la pelota Zurutuza e Illarra. Una delicia. Lo fue durante 90’. Y eso que Grizi, quizá inspirado por la grada celeste de Anoeta, el cielo gris de Donosti o el recuerdo de todo lo que sobre esa hierba hizo, buscó el gol al final con un disparo desde la frontal que sería nada: Rulli atajaría.

Era el final del partido y el agua, de nuevo, arreciaba. La del cielo y la txuri-urdin. Segunda derrota del Atleti a domicilio. La otra fue en Sevilla, hace dos semanas. Y, por cierto, también llovía.

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