AS (Aragon)

Esta vez no pudo darle a Jamaica la victoria como tantas otras veces

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El más grande cerró en el suelo su fabulosa trayectori­a deportiva, un amargo final para Usain Bolt y todos los que le recordarán en su plenitud, cuando su poderío le hacía incontenib­le en los 100 y 200 metros, o cuando volaba en el último relevo del equipo jamaicano. En Londres, quizá su escenario más querido, Bolt pretendió ser el joven Bolt en la posta definitiva de una carrera que se le escapaba a Jamaica por primera vez desde 2008. Arrancó en tercera posición, por detrás del británico Nethaneel Mitchel-Blake y del estadounid­ense Chris Coleman, subcampeón mundial de 100 metros. En otros días, Bolt salvaba el déficit sin despeinars­e. Esta vez necesitaba la energía que ya no tiene. Avanzó 30 metros, sufrió un tirón en la pierna izquierda y se derrumbó en la pista.

Fue una despedida triste del campeón jamaicano, pero también simbolizó lo que significa el deporte. El declive llega para todos, incluidos los fenómenos que parecen inmunes a cualquier debilidad. Durante ocho años, Bolt fue inaccesibl­e para los mejores velocistas del mundo. Su presencia tenía un poder devastador. Los rivales parecían achicarse cuando el jamaicano entraba en acción, generalmen­te en los grandes campeonato­s. No era un hombre de récords en reuniones de verano. Era el mejor en los Juegos Olímpicos y en los Mundiales, con marcas asombrosas y una conexión mágica con los aficionado­s.

Tirado en la pista del estadio londinense, donde cinco años antes logró tres medallas de oro en los Juegos Olímpicos, Bolt fue todavía más humano que en la final de 100 metros, donde perdió su condición de invencible. En esta ocasión no pudo dar la victoria a Jamaica como tantas otras veces. Desde el suelo, asistió a la victoria de

Tristeza

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