AS (Aragon)

Gemma Mengual “Yo no nadaba pensando, yo nadaba sólo sintiendo”

- P. CAZÓN / LA ENTREVISTA

Gemma Mengual (Barcelona, 1977) emociona cuando habla de sincroniza­da. Es como cuando nadaba. Pura expresión, pasión que contagia. Su historia es la historia de un deporte con dos platas olímpicas. En dúo y equipo, en Pekín 2008. Ella estaba. Y lo cuenta todo. Desde el principio. ➥

¿La gente sabía qué era la sincro cuando empezó?

—¡Nada! En el cole me decían. “¿Y eso qué es?”. “Como bailar en el agua”. “¿Eeehhh?”. Me costó que la gente lo conociera.

—¿Hizo antes algún deporte?

—Natación. El monitor decía: “Esta niña tiene mucha facilidad en el agua: flota mucho, se mueve fácil”. Ya era un pececillo cuando, a los 9 años, por mi prima, empecé en la sincro.

—¿Cómo fue?

—Fui a verla a la piscina de Sant Jordi, una exhibición en Navidad, y recuerdo alucinar. Mis padres: “¿Quieres hacer esto?”. “Sí…”. En febrero me apuntaron.

—¿Qué le gustaba?

—Soy súper musical. De oírla y moverme. Fuera del agua me da más vergüenza, pero dentro me dejo llevar. Era mi combinació­n. Agua y expresar con música.

—¿Cuánto entrenaba?

—La sincro es la caña no, lo siguiente. Muy heavy. Con 8, 10 años, ya entrenas tres horitas. Yo con 14 entré en la Blume, en Barcelona, 8, 9 horas y estudiar. Con 15 competía internacio­nalmente, con mi club, el dúo y, cuando salíamos fuera, la gente decía: “Oye, las españolita­s...”.

—Fue voluntaria en Barcelona 1992.

—Sí. La sincro se hacía en Picornell y nos lo propusiero­n. Había visto Juegos por la tele. Mi tía grababa siempre la gimnasia, era profesora, y la sincro por mi prima y me los tragaba. Pero Barcelona lo vi en directo. Eso me motivó muchísimo.

—¿Por qué?

—Estuve a pie de piscina todo el tiempo. Y alucinaba. Me acababa aprendiend­o las rutinas.

—¿Sí?

—Claro, veía los entrenos. Pon, pon, pon; repetir, repetir..., y luego me tiraba a la piscina y decía: “Esto es lo que hacían las chinas, esto las austríacas...”.

—¿Le decían algo las demás?

—¡Todas éramos así! Me acuerdo con Irina (Rodríguez), mi compañera en el dúo, con mucha memoria también: “Éste así”. Y lo probábamos. Fue un chute verlo ahí: “Quiero ser esto, ir a unos Juegos”. Pues cuatro.

—Y diez horas al día en el agua.

—Yo ahora, si estoy una... Frío, manos arrugadas, se me corta la circulació­n... Me pasa de todo. ¡Y hace dos años estaba en los Juegos! Es flipante. Pero cuando estás en el día a día, tus 8, 9 horas, la piel se te acostumbra. Se arruga, pero más tarde.

—¿Molestan las pinzas?

—No puedes no llevarlas. Se te cae una y ya puedes, por gracia divina, sacarte otra y ponértela. Si no no llegas al final. Te mueres. Boca abajo, saldría todo el aire por la nariz, entraría agua. Si ya te ahogas con ella que ves colores y todo imagina sin ella.

—¿Se le cayó alguna vez?

—Recuerdo una en un preolímpic­o. Una rutina de equipo, tras una figura, mortal bajo el agua con patada de braza para avanzar. La que tenía delante me dio en la nariz y la pinza salió volando. Y yo salí con todas, en formación, pero con un brazo, no sé ni cómo, metí la mano en el bañador y saqué otra. Si no me la llego a poner, no hubiese aguantado.

—Qué curioso.

—Es tremendo. Llevamos siempre dos de más. Por si aca.

—¿Cuánto mantiene la apnea?

—No sabría decirte. Una vez aguanté tres minutos y pico. Y me pararon. “Vale, está”. Igual hubiera estado más. La sensación de ahogo llega un momento en que la controlas. Pero puedes desmayarte. Por eso no nos gusta llegar al límite. Aunque lo duro de la sincro no es aguantarlo, sino hacerlo en movimiento. No paramos. Pa, pa, pa. Agonizas bastantes veces. Pero acabar una coreo, da un subidóóón. “He-a-guan-ta-do”.

—¿El ejercicio más difícil?

—El solo cansa mucho, a nivel muscular y de tensión, los ojos en ti. En los dúos también te ven todo, te compenetra­s, no te relajas nada. Y los equipos ya ni te cuento. Ocho personas, millones de cosas. No es: “Bah, si me equivoco no pasa nada”. No. Si te equivocas jod... al resto.

—¿Cuánto tardan en componer una rutina?

—Un año, pero la versión final igual la tienes un mes antes. Reinventas, cambias. Nunca hacemos una en enero igual que en julio. A dos meses intentas cambiar lo mínimo, pero siempre hay detalles, ¡por eso estamos tantas horas! (ríe). La sincro es lo exacto. No el “más o menos”.

—¿Y cómo se logra que eso lo hagan ocho personas a la vez?

—Repitiendo, mucho vídeo, cámara lenta. En grupitos, por parejas, ante el espejo... Y contando la música matemática­mente. Todo tiene un número.

—¿Sí?

—Sí. Todo, todo. Empieza la música y es: “Un, dos, tres...”. Cada movimiento un número. Está todo clavado. Incluso la brazada debajo del agua antes de salir.

—Su primer Europeo absoluto fue en Viena, en 1995.

—Y flipaba. Representá­bamos al equipo absoluto en Europa. Acabamos quintas. En Sevilla 1997, cuartas. Tres después, medalla. Una progresión brutal.

—¿Cómo son los jueces?

—Les cuesta ceder cuando tienen una idea preconcebi­da. Has de demostrar que estás muy, muy por encima varias veces. Cuando lo hacen ya puedes mantenerte ahí, pero hasta entonces... Tres años. A nosotras nos pasó, tras Sevilla hasta el 2000, el primer podio. Nos decían: “Ya canta”. Cuando nos llegó ya fuimos para arriba. Teníamos un equipo, con Anna Tarrés al frente, potente y soñador.

—¿Anna la llevó a usted al equipo nacional?

—Era mi entrenador­a del club desde el segundo, tercer año. He estado con ella siempre.

—¿Y ya era tan dura?

—Siempre ha sido muy ambiciosa. Busca objetivos a lo grande y te arrastra. Tiene esa capacidad. Y el grupo era un poco así. Cuando empezamos no había becas. Lo hacíamos por pasión. Y ella nos inyectaba ese creer en algo grande que pudiera llegar. —¿Cuándo cobró por primera vez de la sincro?

—Con 17, tras la plata juvenil en Europa. La Federación me dio un pequeño premio que ingresé en una cartilla. Ya tenía para caprichos sin pedir a mis padres.

—¿A qué se dedicaban?

—Mi padre, en La Caixa. Y mi madre, en varias cosas. Fue monitora en un gimnasio, dando clases a lo Eva Nasarre (ríe).

—¿El deporte le viene de ella?

—Y de mi padre. Hizo varios, y era bueno. Fútbol, taekwondo...

—¿Cómo elegían la música para la coreografí­as?

—Es un proceso complicado.

—Cuénteme.

—En los equipos es más crear una historia. “África”. Y venía un africano para hablarnos e inspirarno­s. En los solos las elegíamos Anna y yo. “Esta me gusta, ¿a ti?”. “No tanto”. O sí. Debía ser una que te hiciera sentir.

—¿A usted cuál le hizo más?

—Buf. Muchas. Cuando era más niña elegía la música más a la moda. Pero a partir de una edad lo hice ya pensando en qué me sacaba de adentro.

—Con el ‘Yesterday’, en Roma, sus compañeras la ovacionaro­n.

—Fue en 2009. Todo el mundo estaba muy pendiente de mi solo y el de Ishchenko. Mucha gente quería que yo ganara. Ella hizo El lago de los cisnes, correcto, bonito, pero normal. Yo dije: “Me voy a dejar la piel. Voy a sentirlo. Va por vosotros, por toda la sincro”. Sabía que lo tenía difícil. El Europeo anterior había ganado pero esto era un Mundial. Los jueces cambian, influencia­s... Acabé, mis compañeras llorando. Fue muy bonito. Luego lloré yo tres horas.

—¿Sí?

—Se me juntó todo. No por la plata. Llevaba mucho en la sincro, estaba preparada para quedar segunda. Fue el ambiente. En las entrevista­s, unos llantos... La gente: “No es justo”. Y yo: “¡No me lo digáis más que me estáis matando!” (ríe).

—¿Cuándo la eligieron solista?

Calado “Fue raro que me conocieran por la calle. Veníamos de la sincro...”

Barcelona “Cuando fui voluntaria dije: ‘Quiero ser esto, ir a unos Juegos”

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2008. Gemma y Andrea Fuentes en el dúo de Pekín. Fueron plata.

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