Nadal revive y frena a Djokovic antes de París
Llegará a Roland Garros con un título, el noveno en Roma
Desde la rabia y desde el convencimiento, Rafa Nadal logró una victoria de orgullo, y de órdago, en el Masters 1.000 de Roma. Un triunfo liberador antes de Roland Garros, donde se exponía a llegar sin ningún título, algo que no había pasado desde sus inicios en 2004. Derrotó a Novak Djokovic por 6-0, 4-6 y 6-1 en 2h:25. Un aldabonazo con el añadido de un rosco en el primer parcial, lo nunca visto en sus 54 enfrentamientos. El domingo próximo la batalla se traslada a París, donde el balear persigue su duodécimo título y el que haría el 18 en su cuenta de Grand Slams. El mensaje que envía a los aspirantes corre ya como la pólvora hacia el Bosque de Bolonia: “He vuelto”.
Como si fuera aquel chico que con 18 años ganó el primero de sus nueve Masters 1.000 en Roma, en una final inhumana a cinco sets frente a Guillermo Coria, Nadal mostró el arrojo del principiante que quiere tumbar al número uno. Y lo consiguió para ponerse, otra vez, por encima del serbio en número de Masters 1.000, con 34, después de que Nole le hubiese igualado con su victoria en el Mutua Madrid Open.
Nadal se encontró a un Djokovic con más kilómetros en sus piernas (7h:40 en pista frente a las 5h:29 del español) y exigido en dos duros partidos a tres sets contra Del Potro y Schwartzman.
Y se lanzó a neutralizarlo de salida. Con ritmo infernal, con esas bolas altas que se enroscan endiabladas a nivel del mar y un drive profundísimo y letal, logró tres roturas que le pusieron con 6-0 en 39 minutos. Hasta las estatuas de mármol del vetusto Foro Itálico se frotaban los ojos. El campeón había renacido.
Sobre el tapiz ocre se estaba jugando algo más que un partido. Era una lucha por la supremacía con la vista puesta también en París. Djokovic había derrotado al balear en 13 de sus últimos 16 choques, el más reciente un hiriente 3-0 en la final del Abierto de Australia en enero. Y en el diccionario del serbio no está la palabra rendición. El público, ansioso de batalla, comenzó a corear “¡Nole, Nole!”, y se creció. Nadal bajó un puntito su presión, no aprovechó tres bolas de break para 4-3 y otra para 5-4 y saque... y lo pagó. El que quebró fue el serbio para llevarse el parcial, igualar el partido e inflamar a la grada.
En el inicio del tercero, sin arrugarse, apretó el bíceps el gladiador. Nadal no perdió el temple y rompió en el primer juego. Tanto se le indigestó al serbio, tan ardua se le ponía la tarea de levantar esa desventaja, que enfurecido destrozó su raqueta contra el piso. Con, otra vez, un Nadal enorme y blindado al saque llegaría un break para 4-1 y otro para 6-1. Un final arrollador, recuperando su sello personal... y todo cuenta para París.
Rosco En sus 53 choques previos, no se había dado nunca un 6-0
Tierra.
Nadal no ganaba un título desde el 13 de agosto del año pasado en Toronto. Después se tuvo que retirar del US Open con la rodilla derecha maltrecha y no reapareció hasta Melbourne. Había caído en semifinales en la tierra de Montecarlo, del Godó y de Madrid. Parecía grogui, desubicado. Sólo le quedaba la última bala de Roma para reencontrarse. La disparó e hizo diana. En pleno centro.