AS (Aragon)

Lewandowsk­i hace historia y se abrocha la bota de oro

- —J. C. MENZEL

■ Al Bayern no le importa ser campeón o no. Cuando salta al césped sigue devorando rivales y ayer lo sufrió el Friburgo (3-1). El Bayern cierra la jornada con 79 puntos en su casillero y 96 goles a favor. El récord histórico son los 101 que firmó el propio Bayern en la 71-72.

Nada menos que 33 de estos goles los ha marcado Lewandowsk­i. Tiene algunos récords pendientes y ayer batió uno. Primero asistió a Kimmich en el tanto que inauguró el marcador en el Allianz y, después, marcó un doblete que dejó su renta en 33 dianas a falta de una jornada para el cierre de la Bundesliga. Todo apunta a que, al final, no logre superar los 40 goles del Torpedo Müller de la 71-72, pero Lewy ya es el primer extranjero y el tercer futbolista de la historia de la Bundesliga que logra marcar 33 goles en un curso.

El título copero del Nápoles ha elevado el prestigio de Genaro Gattuso como entrenador: por primera vez se habla ya de él como un estratega de gran futuro, cobrando su actual desempeño una personalid­ad propia y diferencia­da de su pasado como jugador. Rino ya no es aquel centrocamp­ista batallador que se ha puesto a dirigir tras una exitosa carrera para matar el tiempo libre.

Ha demostrado que le apasiona la profesión, que plantea los partidos de forma minuciosa mutando el estilo de su equipo en función de las caracterís­ticas del rival, y que es capaz incluso de mediar en entornos conflictiv­os como el que se encontró en el club partenopeo, sumido en un incendio de proporcion­es mayúsculas con la plantilla y la propiedad atrinchera­dos en bandos enfrentado­s. Que ahora el presidente se haga una foto festejando un título con sus jugadores es doblemente noticiable: porque se levanta un trofeo –y cuando se fue Ancelotti eso parecía una quimera– y porque lo hacen juntos los que antes se castigaban y se rebelaban. La gestión ambiental de Gattuso ha estado a la altura de su manejo táctico.

Pero quizá esas virtudes siempre estuvieron ahí, visibles en su empeño, y fuimos nosotros los que no las advertimos porque no supimos ver más allá de la caricatura. Si uno analiza sus números en Milán no son nada malos: son los mejores, de hecho, de los últimos siete años. Rino se fue de la casa en la que más éxito tuvo vestido de corto porque no logró clasificar al equipo para la Champions, pero se quedó más cerca que nadie (a sólo un punto) desde el inicio del declive tras la campaña 12-13. A Gattuso le pusimos en el mismo saco que a los otros intentos de convertir exleyendas milanistas en salvadores de un barco a la deriva: Seedorf e Inzaghi no funcionaro­n, y al actual técnico del Nápoles se le consideró el tercer capítulo de una misma serie.

Y es que del Gattuso entrenador, antes de Milán, lo que más había trascendid­o había sido una rueda de prensa como técnico del OFI de Creta en 2014. Unas imágenes casi cómicas en las que interrumpí­a al traductor para insistir con vehemencia en su petición de máximo compromiso a su plantilla pese a que el club no les estaba pagando los sueldos. Lo interpreta­mos como un show de un personaje al que no se podía tomar en serio: era el gladiador del campo, el chico del trabajo sucio para que Pirlo brillara, armando el mismo ruido con el chándal de director técnico, alejándose de la elegancia y apostando por cuatro gritos y mucha energía.

En realidad, había en todo aquello algo que ahora podemos valorar con una mejor perspectiv­a: Gattuso, ganador de dos Champions League y de un Mundial, se fue a la liga griega a dirigir a un modesto conjunto isleño porque quería ser entrenador. Y cuando se dio cuenta de que el proyecto no era como se lo habían contado actuó con una profesiona­lidad insospecha­da para alguien que llegaba con su nombre y su palmarés.

Seis años después, ha ganado su primer título y los analistas italianos no descartan que el Nápoles se pueda subir al tren de una Champions que parecía lejanísima cuando asumió el cargo.

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Robert Lewandowsk­i.

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