El imperio sometido
Carolina Marín acaba con el monopolio asiático en bádminton Su oro es una de las grandes noticias de los Juegos Un éxito con una resonancia especial
El viento de las competiciones barre los Juegos, que se clausuran mañana. Han pasado dos semanas de su inauguración y parece que ha pasado una eternidad desde las innumerables controversias que presidieron los meses previos al inicio de las competiciones. Del zika al caso ruso, de la crisis económica a la corrupción política, de la inseguridad en las calles a las deficiencias en la Villa Olímpica. El rosario de críticas comenzó a desvanecerse cuando los atletas entraron en acción. El foco se puso en el deporte, con su habitual testimonio de éxitos, dramas y polémicas. Y en cuestiones de éxito, el de Carolina Marín en la final de bádminton tiene una resonancia especial.
Aunque la expansión de su deporte ha permitido a España ofrecer una de las barajas más completas del mundo, sobre todo en las especialidades más profesionaliza- das –fútbol, baloncesto, balonmano, tenis, golf, etc-, el crecimiento ha alcanzado a modalidades de un carácter fuertemente olímpico. El canotaje, en varias de sus versiones, es un ejemplo. Nadie habría sospechado que ocurriría lo mismo en el bádminton, un deporte sin tradición en España y con un débil implantación en Europa, salvo en Dinamarca, donde su popularidad es tremenda. Por esta razón, la medalla de oro de Carolina Marín tiene un mérito que se escapa a lo estrictamente deportivo.
Como la mayoría de los deportes modernos, el bádminton nació en el Reino Unido en los tiempos victorianos, cuando el imperio británico trasladaba a todos los rincones del mundo su poder militar y económico. La colonización también extendía los gustos de su aristocracia y de los oficiales de sus regimientos. La mayoría de aquellos deportes, sobre todo el
Especial El mérito del triunfo de Carolina se escapa a lo estrictamente deportivo
fútbol, cobraron carta de naturaleza en Europa y en Sudamérica. Unos pocos, el rugby y el cricket especialmente, fueron especialmente absorbidos en las grandes colonias (Australia, Sudáfrica y Nueva Zelanda) y en el Caribe. Y otros se desprendieron tanto de los británicos que se instalaron en el Sudeste asiático, casi sin capacidad de contagio. Fue el caso del bádminton.
El bádminton es un caso extraño porque su pujanza ha sido casi exclusiva de Asia, donde se ha transformado en una especie de deporte nacional en lugares como Indonesia y Malasia. La vinculación con China, India y Corea del Sur también es enorme. Llueve el dinero y las apuestas sobre el bádminton en aquellos países. Quizá sea el signo de los tiempos, pero su nueva influencia en Europa obliga a pensar en el peso que en tantas otras cosas tendrá el Oriente en nuestras vidas.
En términos deportivos, la victoria de Carolina Marín sobre la india Shindu en la final es una de las grandes noticias de los Juegos. Pocas veces se ha visto triunfar a una figura casi solitaria en medio de una marea apabullante. De las 18 medallas que se habían repartido en las seis ediciones anteriores de los Juegos, 17 habían correspondido a jugadoras nacidas en Asia. De las 102 medallas en total que se habían repartido en todas las categorías del bádminton, 91 pertenecían a asiáticos.
Se trata de algo más que una hegemonía. Se podía hablar de monocultivo que ahora vuela en sentido contrario al habitual, en dirección al Oeste, de la mano de Carolina Marín, la mujer que en solitario ha desafiado al imperio del Este y lo ha derrotado. Es mucho más que una pionera. Es un éxito contracultural de dimensiones pocas veces vista en el deporte mundial.
Dominio De las 18 medallas repartidas en ediciones anteriores, 17 asiáticas