Los clubes sin su gente no son nada
Hemos sufrido mucho para llegar hasta aquí y es el momento de recordar esos malos momentos”, decía ayer Vicente Gómez, santo y seña de Las Palmas, icono de su afición, indiscutible en césped y caseta, capitán sin brazalete. Mucho le costó a la Unión Deportiva, 13 años, regresar a Primera División tras su fatídico descenso en 2002. En esa travesía por el desierto conoció las peores desgracias: deportivas (Segunda B) y económicas (sólo la tozudez del juez Juan José Cobo Plana le salvó de la desaparición). Fueron momentos de zozobra, donde la lluvia atormenta los recuerdos de una isla entera.
Cuesta entender, o quizás no, la desconexión del club con su gente, aquella que, en los peores momentos, seguía yendo al Estadio. Llenando el Insular o trepando hasta el Gran Canaria. Nadando sin cesar hasta llegar a una orilla cada vez más lejana. Cuesta creer que, con todo lo pasado, con esos “malos momentos”, con la entidad saneada y buscando su consolidación en Primera, mucho más difícil mantenerse que llegar, se perciba este desencanto. Porque hay veces en las que se impone mirar menos al banco, a los números, y bajar más al barro, mirar a la cara a los tuyos, que te sientan como antes. Cuando lo tienes todo, a veces te queda la nada. Y los clubes, sin su gente, no son nada.