AS (Baleares)

“Mi epitafio es: ¡Aupa Atleti!”

Esta es la historia de amor rojiblanca de un hincha americano, Michael McCleary: la lápida, el coche...

- POR PATRICIA CAZÓN

El sentimient­o de Michael McCleary por el Atlético

es un para siempre que gritará su lápida en Washington el día que ya no esté (“que, espero, sea tarde”, ríe). Ya la tiene, la ha reservado en el cementerio Oak Hill. Epitafio incluido: “¡Aupa Atleti!”. Es la historia de amor de su vida. Comenzaría en 1966.

A su padre, militar americano, lo destinaron a Madrid en los años 50. “Y aunque mi pasaporte sea de Estados Unidos dice: ‘Nacido en Spain’, en 1957”. Nueve años tenía en el primer flechazo. Cumpleaños de un niño de la base, partido de fútbol, el viejo Metropolit­ano, 4-0.

Otra fecha se viene, de pronto. 1972, Bernabéu, un derbi. El Atleti lo perdió 1-0. “Sentí un cabreo...”. Ahí estaba ya, el ser del Atleti. Abril de 1973, el recuerdo aún es bofetada: su primer Calderón. “Bajando por Pirámides mi hermano me dijo: ‘Presta atención al cruzar la esquina’. Y, al hacerlo, puumm, el Calderón”. En su fondo norte viviría el alirón de 1973 y se metería, años después, bajo el abrigo, una almohadill­a de aquellas rojas que sonaban pla, pla, pla para facturarla en un avión rumbo a América.

Hoy la llama tesoro. Como a ese trozo de un asiento que un día se encontró en el suelo del estadio; al bolsillo. Entonces ya le había tocado abandonar Madrid para estudiar en la Universida­d, el Boston College. “Al principio lo pasé fatal. Allí, en 1976, no había forma de estar al tanto”. Se suscribió a AS Color. Aún recuerda recibir el primero: “Fue como ver a un viejo amigo. Ayyy, me decía, traigo noticias de España”. La primera fue que su Atleti había ganado al Málaga 2-0. Empezaría a escucharla­s tras un día de trastear con la radio de onda corta de su compañero de habitación. Cazó una música. La conocía. Radio Gaceta, RNE. Entre la niebla, un resultado: “Atlético, 3-Barcelona, 1”. “Pegué un saaaalto”.

En 1978 volvió a Madrid; en 1983, a Washington, permanente. Antes, tuvo que cancelar ese número que llenaba su cartera: el 63.258. Desde 1973 era socio. Hoy sigue a 3.700 kilómetros y un océano de distancia; tan cerca, sin embargo. Conserje del Willard Interconti­nental, ha rebautizad­o el Pershing Park, cercano, en el Vicente Calderón Park. “Allí, antes de Internet, me iba a escuchar los partidos con mi radio y los cascos”. Así vivió el doblete. Algunos le miraban raro al pasar y escuchar sus gooool. Así cantó por Simeone y Kiko.

“Ahora los móviles facilitan”. Todos los partidos se emiten en EE UU: él sólo tiene que ponerlos en el cajón de su conserjerí­a y, cuando viene un cliente, esconderlo con un golpe de barriga. Los días importante­s, eso sí, libra, “que siempre te viene alguien con el resultado...”. Y viaja cuanto puede a España. Siempre alrededor del Atleti. Es socio no abonado (“el 35.850”), de los primeros. Estuvo en el primer día del Wanda Metropolit­ano,y en el adiós del Calderón.

“¡Cómo no!”, exclama, con los ojos empañados. Éste llena muchas fotos de ese álbum en su iPad, Atleti, que va mostrando con la delicadeza con la que uno toca lo que ama. Se detiene en la de la lápida: “Solo, soltero, no quería que mi hermano se encargara de mis últimos deseos, ¿y si no los sabía?”. Visitó el Oak Hill. Vio algunas ya con nombres y una sola fecha. “¿Y esto?”. “Personas que ya las tienen reservadas”. “¿Yo de epitafio podría poner ¡Aupa Atleti!?”. “¿Eso qué es?”. Lo explicó. “Vale”. La reservó.

Atleti, en mayúsculas, ya es la matrícula de su coche. “Allí puede personaliz­arse con un nombre”. Preguntó: Atleti no era de nadie. Suyo. Y cómo grita ¡Aupa Atleti! cuando lo aparca a la puerta del Willard, tan cerca del

Vicente Calderón Park... Y de la Casa Blanca. Un guiño. “Es que hay equipos en los que uno sólo es uno de muchos más, pero el Atleti es una familia: va al corazón y ahí se queda”, dice. Y también le valdría de epitafio.

En 1976 “Me suscribí a AS Color en Boston para saber del Atleti”

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain