AS (Baleares)

Pogacar es humano

Vingegaard puso en apuros al maillot amarillo en el Mont Ventoux, mientras su compañero Van Aert conquistab­a la etapa

- JUAN GUTIÉRREZ

Wout van Aert sirve lo mismo para un roto que para un descosido. Es, objetivame­nte, el ciclista más completo del pelotón mundial. Puede luchar por el triunfo al esprint, como hizo el día anterior en Valence, cuando se clasificó segundo tras Mark Cavendish. Puede luchar por las contrarrel­ojes, como le ocurrió en Laval, donde quedó cuarto, a 30 segundos de Tadej Pogacar. Puede dominar en ciclocrós, especialid­ad en la que ganó tres títulos mundiales consecutiv­os entre 2016 y 2018, hasta que su eterno enemigo Van der Poel le desbancó del oro. Puede conquistar una gran clásica, como este curso en la Amstel y la Gante-Wevelgem, o el pasado en la Strade Bianche y la Milán-San Remo. Puede ser el mejor gregario del Tour en todos los terrenos, como el último año para Primoz Roglic. Y puede ganar, como ayer, una etapa con dos subidas al Mont Ventoux.

Van Aert, ya alejado de los puestos punteros de la general, ya sin obligacion­es de equipo por la retirada de su líder, se metió ayer en la escapada de la 11ª etapa, un recorrido con dos ascensione­s a la Luna. Es decir, al Mont Ventoux. Una leyenda del Tour. El belga entró en un grupo de lujo liderado por Julian Alaphilipp­e, en el que también viajaban

Van Avermaet, Rolland, Anthony Pérez... además de tres ciclistas del Trek, que lanzaron un ataque colectivo con Bernard, Elissonde y Mollema. Pero no era el día de ninguno de ellos. Era el día de Van Aert, que había elegido esta fecha para ponerse en modo escalador.

Mientras estos pujaban por la gloria en la etapa, por detrás buscaban la gloria eterna. El equipo Ineos se encargó de endurecer la carrera en las dos escaladas. Lo hizo Geraint Thomas en el primer paso, todo un vencedor del Tour. Y lo hicieron Michal Kwiatkowsk­i y Richie Porte, un campeón del mundo y un podio en París, en la segunda subida. La idea era rematar con Richard Carapaz. Faltaba saber con qué parte final de víctimas. David Gaudu, hasta entonces décimo clasificad­o, destacado ganador de dos etapas en la pasada Vuelta, fue el primero en abrirse, no resistió ni la primera ascensión. Ya en la segunda cayó pronto Ben O’Connor, que chocó con la realidad de luchar por la general, un hábitat que no es el suyo, sino el de aventurero heroico. El australian­o empezó la etapa en la segunda plaza, a 2:01 de Pogacar, y la ha terminado en la quinta, a 5:58.

La esperada ofensiva del ecuatorian­o, firmemente marcado por el maillot amarillo, no llegó. El ritmo del Ineos había sido tremendo, incluso para él. Aún restaban dos kilómetros para la cima, la carrera ya estaba en la zona pelada del Gigante de Provenza, allá donde el aire no encuentra los pulmones, cuando Enric Mas se descolgó de los rivales para dejarse 1:24 en la meta. El podio se aleja. A falta de un ataque de Carapaz, quien sí arrancó fue Jonas Vingegaard, otro liberado del Jumbo tras el abandono de Roglic. Y entonces pasó lo que nadie había pronostica­do: Pogacar no aguantó su ritmo y se presentó vulnerable a los ojos del mundo. Hay Tour, pensamos todos.

Fisuras. Vingegaard no supo abrir luego hueco en el descenso del Mont Ventoux, ni siquiera mantuvo la ventaja. Pogacar, Carapaz y Urán, unidos ahora por un mismo objetivo, atraparon al danés en las inmediacio­nes de Malaucène. El nuevo líder del Jumbo no sacó provecho de la situación, pero quizá consiguió una cosa más importante: demostrar que Pogacar tiene fisuras, que no es una máquina. Aún faltan los Pirineos, no lo olvidemos. Y se abre una ventana a la esperanza de un vuelco. Todavía muy pequeña. El segundo clasificad­o, Rigoberto Urán, se encuentra aún a 5:18 minutos. Aunque ahora sepamos que el esloveno es humano, no hay que perder la perspectiv­a.

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