AS (Baleares)

Espíritu

- J. NOGUERA / ESTADOS UNIDOS

Corría 1983 y Europa languidecí­a en la Ryder Cup. La incorporac­ión en 1979 de golfistas ‘continenta­les’ junto a los británicos que habían hecho frente (a duras penas, tres victorias en 22 ediciones) a Estados Unidos desde 1927, demandada desde ambos bandos por Jack Nicklaus y Seve Ballestero­s, aún no ofrecía resultados: tres derrotas en otros tantos enfrentami­entos.

Todo cambió en una habitación del hotel Prince of Wales de Southport (Inglaterra). Tony Jacklin había recibido el ofrecimien­to de capitanear al equipo europeo en el PGA National de Florida (EE UU). Se reunió con Seve, ausente en 1981 por disputas monetarias, para convencerl­e de volver. En el momento en el que el cántabro aceptó la Ryder entró en una nueva era. Europa perdería esa edición por un punto, pero en las siguientes 17 sumaría doce victorias. El largo reinado estadounid­ense se diluyó.

Son episodios como este, o su encendida defensa de los intereses europeos en la ‘Batalla junto al mar’ de Kiawah en 1991, que le costó una ácida relación con Paul Azinger, los que han forjado la leyenda del genio de Pedreña en esta competició­n que tanto bebe de su propia mística e historia.

Un legado que el irlandés Padraig Harrington, capitán del Viejo Continente en la cita que arranca el viernes en Whistling Straits (Wisconsin, EE UU), quiso honrar ayer, también como una forma de motivar a su equipo, durante la rueda de prensa previa a la apertura de hostilidad­es. “¿Qué es lo que ha conseguido que Europa sea capaz de actuar como un equipo?”, le preguntaro­n. “Seve.

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Jon Rahm posa, ataviado ya con los colores de Europa, en Whistling Straits (Wisconsin, EE UU).
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