AS (Baleares)

España luce de Nuevo su tiqui-taca

La Roja da un recital en su debut ante Costa Rica ● Es la mayor goleada en lo que va de Mundial Olmo, Asensio, Gavi, Soler, Morata y Ferran, este por partida doble, firman los goles ● Luis Enrique alinea a Rodrigo de central

- REPORTAJE GRÁFICO MORENATTI Y ORIHUELA

Hace catorce años, entonces en una Eurocopa, hubo un partido que sirvió para que los aficionado­s se enamoraran de la Selección. Fue el 3-0 en la semifinal ante Rusia, el inicio de todo lo que vino después, que era algo así como jugar al fútbol tocando el violín. Quizá sea solo una ilusión, esto no ha hecho más que comenzar, pero el 7-0 a Costa Rica en el debut mundialist­a nos deja ese aroma a buen fútbol. Un estilo del que sentirnos orgullosos. Si a este grupo le pedíamos una cosa, que no se traicionar­a a sí mismo, que jugara el Mundial con el descaro propio de su juventud y talento, ha bastado el primer partido para dejárnoslo claro.

Porque el recital fue mucho más allá de lo que dicen los goles de Olmo, Asensio, Gavi, Soler, Morata y Ferran, este por partida doble. Se gestó desde la alineación inicial en la que Luis Enrique volvió a robarnos la cartera. Del falso central al falso nueve, así nacía España en el partido, con Rodrigo y Asensio en territorio­s en los que no suelen moverse. Sorprendía especialme­nte lo del jugador del City, pues su titularida­d no hace sino crear una sombra de duda sobre centrales puros como Eric Garcia o Pau Torres.

Garantizar una mejor salida de balón justificab­a la decisión del selecciona­dor, que en ataque también optó por dejar en el banco a Morata en lugar de Asensio. Ya saben, lo del trampantoj­o, esa ilusión óptica con que se engaña a una persona haciéndole creer que ve algo distinto a lo que de verdad ve. Algo que traducido al fútbol pretendía que los centrales Calvo, Duarte y Fuller no supieran si Asensio iba o venía, si subía o bajaba. Que en vez de balear pareciera gallego, aunque para eso no hay nadie mejor que Aspas, que es más gallego que el pulpo.

En el 4’ llegó la primera perla de Pedri. Recibió y centró con la derecha, más que centrar meció con su bota un balón que le llegó franco a Olmo, cuyo remate salió cruzado. Fue un ramalazo, una conexión en un abrir y cerrar de ojos con la que hacer trizas la defensa de cinco ordenada por Luis Fernando Suárez. Ese era el camino, no había duda. Lo de Pedri no es una filia mía caída del cielo. Dos minutos después, el del Barça sirvió otro balón de dulce a Alba y dos más tarde otro a Asensio. El disparo raso del balear salió a centímetro­s del poste izquierdo defendido por quien hasta hace cuatro temporadas era su compañero en el Real Madrid, Keylor Navas.

A los diez minutos llegó un gol maravilla de esos que por sí solos sirven para resumir la idea que un

equipo tiene del fútbol. Triangular­on Busquets, Alba, Olmo y Gavi para que la pelota llegara de nuevo a Olmo quien, en un giro en una baldosa, se acomodó el balón en su pierna derecha para rematar a placer ante Keylor. Hay alguno que a estas horas intenta emular ese gol en la PlayStatio­n... y no le sale.

Pero la mejor muestra de esa virtud para acelerar lo que hasta ese momento parece una nana llegó en el 20’. El ataque español caminaba al trantrán hasta que Busquets abrió a Alba; justo entonces, el azulgrana aceleró con un pase a bote pronto que Asensio, en la misma suerte, es decir, rematando de primera, llevó a la red. Y diez minutos más tarde llegó el tercero tras un penalti a Alba transforma­do por Ferran. Era el 3-0, el fruto de un juego de quilates, la mejor manera de hacer fácil lo que siempre resulta difícil, el debut en un Mundial. Un dominio aplastante que se traduce en una cifra made in Mister Chip: la Selección completó 549 pases en 45 minutos, la mayor cantidad en cualquier tiempo de cualquier partido en toda la historia de la Copa del Mundo. Palabras mayores.

A estas alturas de la crónica no he hablado de Costa Rica, lo único cierto es que sufría lo indecible y bastante hacía con correr tras el balón. Ni siquiera pudo atisbar la orilla con un pase en largo a Contreras o Campbell; Suárez se desesperab­a en la banda, su gesto parecía asumir que a esas alturas no quedaba otra que pensar en cómo restañar heridas con vistas al duelo con Japón. Pero el tormento fue a más pues en el arranque de la segunda parte llegó el cuarto de España, quizá el más embarullad­o, el más sufrido, pero también por eso, por pelearlo pese a tener la victoria ya en el bolsillo, digno de elogio. Ferran lo intentó de primeras pero, al no tener suerte, insistió y recuperó el balón para girarse y batir de nuevo a Keylor.

De ahí al final, Luis Enrique dio entrada a Morata, Soler, Balde, Koke y Nico Williams en un intento de sumar a todos a la causa, de invitarles a la fiesta coronada con el quinto, el sexto y el séptimo gol de Gavi, Soler y Morata; de hacer que se contagiara­n de ese juego y sensacione­s con las que ganar inercia hacia ese miura que aguarda el domingo, la Alemania herida tras su traspié ante Japón. Habrá tiempo para hablar de ello. Por lo pronto apuremos la copita de cava y barramos todo el confeti del suelo.

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Keylor Navas ve cómo el balón llega a la red tras el disparo de Asensio, quien fuera su compañero en el Real Madrid hasta hace cuatro temporadas.
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