Un frenesí 70 de millones
La tienda de Augusta genera esa cifra en ventas a lo largo de la semana del Masters
Es muy estresante, atendemos cada una a cientos de personas al día, pero volvería sin duda. Es genial trabajar aquí”, cuenta a este diario, pidiendo que no se revele su identidad (el celo con el que maneja todo lo que ocurre dentro de sus dominios el Augusta National, ya saben), una integrante de la legión de trabajadores que atienden la tienda del Masters, una máquina de generar dinero.
Se calcula que este macroespacio, que más que una tienda parece un centro comercial, con una sección para hombres, otra para mujeres, otra para niños, decenas de cajas registradoras y toda la parafernalia imaginable (e inimaginable) del ‘universo Masters’, factura 70 millones de dólares (unos 65 de euros) a lo largo de la semana de torneo. Son 10 ‘kilos’ al día, uno por hora, 16.000 dólares cada minuto, 277 en un segundo. La marabunta que la ‘asalta’ cada día es tal, de hecho, que no se permite la entrada a la prensa hasta las 8 de la mañana. Y aun así es difícil ver un estante o una percha vacíos. Todo se repone casi instantáneamente.
La fiebre es tremenda, porque hay productos que solo se comercializan allí mientras dura el torneo. Los primeros en acabarse son los enanos de jardín, un fenómeno difícil de explicar que se condensa en una escena: un buggy llegando al edificio de prensa cargado de periodistas japoneses, que se felicitan con inusitada efusividad entre ellos por haber conseguido hacerse con una de estas codiciadas figuritas.
El ticket medio de un público bastante homogéneo (la gran mayoría responden al perfil de americano caucásico de clase media-alta con un chalet en las afueras al que un chaval lanza el periódico desde su bicicleta cada mañana) en la tienda alcanza las cuatro cifras, revela la misma trabajadora. Y es que los precios no son precisamente populares, aunque hay opciones para todos los bolsillos. Uno puede comprarse un juego de marcabolas por 20 dólares (18) o una bandera por 30 (28), pero si quiere renovar su armario golfístico la cosa se pone peliaguda. Un cortavientos con el logotipo del Masters está en 195 (180).
Las gorras, más asequibles (30 euros) son otro producto estrella. Hay decenas de modelos y un mostrador con una veintena de personas para ayudar. Gente admirable, que sería capaz de sonreír en Omaha Beach el Día D. Al pasar por caja, le preguntan a uno de dónde viene, seguramente con el objetivo de establecer tendencias para mejorar la oferta. Nada se deja al azar en el Masters, y menos esta gallina, una de las muchas que pone huevos de oro en Augusta.
Balanza.
En el juego de equilibrios continuo entre la exclusividad que el club intenta brindar a sus ‘patronos’ y el espíritu popular con el que Clifford Roberts quiso hacer la experiencia asumible a gente de toda clase, el contraste viene de los puestos de comida, con precios totalmente anacrónicos para un espectáculo deportivo de primera magnitud como este, y eso que han experimentado un ligero aumento en esta edición. Los sándwiches (especialmente demandados los de Pimento Cheese, una contundente crema de queso y pimiento, y de Egg Salad, una mezcla de huevo duro y mayonesa) se mueven entre 1,50 y 3 dólares, las cervezas se venden por 6 y los snacks, cacahuetes palomitas y demás, están a 1,50. Por 3 se puede degustar el sándwich de helado de melocotón de Georgia, casi una obligación.
Fiebre El ritmo es de un millón por hora, 16.000 dólares al minuto
Contraste Sus altos precios se compensan con los de la comida, muy asequibles