“Mis primeros pasos fueron Ayala, Leivinha y Pereira...”
Miki Oca, seleccionador de waterpolo, recuerda ‘su’ viejo estadio
Afición “Debe ser alucinante sentir cómo te abraza mientras compites”
Pena, mucha pena”. Si estos días alguien le pregunta a Miki Oca (Madrid, 1970) qué siente, la contestación será esa. Se fue el Vicente Calderón, el estadio de su equipo, su Atleti, y no podrá evitarlo. Al seleccionador nacional del equipo femenino de waterpolo plata (en los Juegos Olímpicos de Londres), oro (mundial), otro oro (europeo) y uno de los mejores de la historia en este deporte, el rojiblanco le viene de serie,
made in su padre.
“Era del Atleti. Él me llevó al Calderón por primera vez”. Ahora que el estadio se acabó, el primer recuerdo es ése: la mano de su padre, la Liga de 1976, aunque la siguiera en el blanco y negro de la tele. “Aquellos fueron mis primeros pasos colchoneros”. En la retina, tres jugadores para siempre: “Leivinha, Pereira y Ayala”. Una vida en la piscina, waterpolo y maletas que hacer y deshacer cada semana en una ciudad diferente, le impidió “volver a pisarlo hasta mucho más mayor”. Daba igual, ya estaba para siempre en su cabeza.
“De pequeño ya me fascinaba: tiene que ser alucinante estar compitiendo y sentir que te abraza, desde la grada, una afición como la del Atleti. Arropa, empuja”. Palabra de un deportista de élite que, en Barcelona 92, ganó una plata olímpica en las Piscinas Bernat Picornell de Montjuïc. Sabe de qué habla, qué se siente.
Aquel saque. “Ay”, dice y, de nuevo, ahí la pena. “Mucha”. En su vida actual, entre Barcelona y Madrid, cuando aquí es lo último, Madrid, pasa a menudo en coche por la M-30. “Y siempre miro al estadio. Esta última temporada más. La última. Todos los rojiblancos tenemos pena: se va una parte de nuestra vida”. Tardes de fútbol y noches de emoción bajo un cielo siempre pintado de rojiblanco. En su caso, sobre todo, tres recuerdos: una etapa (“ésta, la del Simeone entrenador: significa luchar”), un título (“el doblete, ay, el doblete, i-nol-vi-da-ble”) y un momento que protagonizó él mismo. Él y sus chicas de waterpolo.
Fue justo después de ganar el oro en el Europeo, aquel que se unía al mundial del año anterior y la plata olímpica de hacía dos. Era 30 de agosto, año 2014, un Atlético-Eibar. Miki, el niño que veía por la tele al Atleti de mediados de los setenta, pisaba el césped del Calderón y se dirigía al centro. Allí un balón y un saque de honor por hacer. Al golpear, tres nombres en su cabeza. Ayala, Pereira, Leivinha. “Fue una de las noches más emotivas de mi vida”. En color, y también su despedida para siempre. No volvería ya nunca al Calderón, ni para el Atleti-Athletic último. Las maletas, la vida mitad Barcelona, mitad Madrid... “Menos mal que siempre me quedó la M-30”, ríe pero suena triste. A pena, mucha pena.